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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La maldad de nuestro negro corazón cavernario

¿Se acuerdan de la Masacre de Blanquerna, cuando una escuadra de pistoleros entró en la librería Blanquerna de Madrid y ametrallaron a los políticos catalanes allí presentes? ¿No? Bien, porque nunca ocurrió. Hubo una payasada ultra, forcejeos, ningún herido. Los responsables fueron rápidamente detenidos y no hubo político, en el Gobierno y fuera de él, que no se entregase al ritual rasgado de vestiduras de las condenas públicas.

 

Pero leyendo la prensa y siguiendo las redes sociales cualquiera diría que la Marcha sobre Roma fue un picnic al lado de esto y que “Recorda Blanquerna!” fuera camino a convertirse en el grito de guerra de los catalanistas.

 

El otro día unos antifas –grupos ultraviolentos con idéntica forma de actuación que los camisas pardas pero que obtienen un pase de la cultura oficial porque atacan a los malos– asaltaron la sede de una asociación conservadora de la Universidad Complutense, la destrozaron y agredieron a cinco miembros de la misma. La ilustre periodista Ana Pastor lo ha definido como “patético” (nada que ver aquí: sigan circulando). Eldiario.es de Nacho Escolar titula “Agresión a una sociedad de derechas en la Universidad Complutense”. Así, sin sujeto, como si fuera el tifón Haiyan. Uno cree ver un bostezo de indiferencia colgando del titular, que contrasta con su “Doce detenidos por el ataque ultraderechista contra un acto de la Diada en Madrid”. ¿Advierten la diferencia?

 

Quería incluir la versión de Público.es sobre la agresión, pero se me ha cansado el dedo de bajar en su página de inicio sin encontrarlo. A lo mejor no ha pasado o, más probablemente, esos derechistas se lo tenían bien merecido. Lo importante es, no sé, que “La oposición pide crear una Comisión de la Verdad sobre los crímenes franquistas”.

 

Llaman a la política el arte de lo posible, y es la cultura, ampliamente entendida, la que define qué es posible. Y bien: la cultura –la Weltanschauung compartida, el concepto del mundo por defecto en cada momento– en nuestra sociedad es la izquierda. Por eso da igual qué partido gane las elecciones, porque las decisiones no pueden contradecir a la cultura, que es la que define qué es bueno y qué es malo; de qué puede tratarse y de qué no.

 

El otro día tuve en Twitter uno de esos momentos de iluminación al leer un comentario de Toño Fraguas que me confesó todo lo que podía desear de la izquierda. Debatía con Percival Manglano y contestaba a un tuit del político popular en este sentido: “Vamos, que Stalin era de derechas… Es una forma de asegurarse la superioridad moral pase lo que pase”. 

 

“De izquierdas no era”, responde Fraguas. “Y, desde luego, los valores de la izquierda son moralmente superiores a los de la derecha”. Poco después, el inefable comunista Gaspar Llamazares tuiteaba: “Condeno cualquier agresión, como también la difamación y la calumnia como paso previo, y la represión indiscriminada. No es izquierda”. No haré más preguntas, Señoría.

 

Ahí lo tienen, verde y con asas. Abstráiganse del absurdo antihistórico de que la agresión, la difamación o la calumnia no hayan sido empleadas con fruición por la izquierda, o que Stalin haya sido una fuerza neoliberal; lo importante es que la izquierda no se ve a sí misma como una ideología entre otras, un modo de concebir la vida social, no: la izquierda está convencida de que su fórmula es no sólo la verdad, sino una verdad evidente que solo puede ser negada por oscuros intereses, estupidez terminal o la maldad de nuestro negro corazón.

 

Carlos Esteban 

 

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