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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Animales: ¿de San Antón al cielo?

Fieles compañeros merecedores de los epitafios más tiernos, las mascotas celebran su ‘santo’ y en GACETA.ES analizamos la relación de la Iglesia con los animales.

El poeta Francis Jammes preguntaba a Dios si, cuando muriera, querría dejarle un rinconcito de cielo para su gata. Esta pregunta la tomaba prestada en su artículo Un rincón en el cielo el sacerdote José Luis Martín Descalzo y así, uno y otro expresaban el amor que, casi de forma involuntaria, inspiran los animales en el ser humano. 

Decía Martín Descalzo -cada cosa en su sitio- que siempre le dolerían más “los niños hambrientos en Etiopía que una gallina acuchillada en San Julián de Abajo”, pero se preguntaba también por qué contraponer dos amores. Incluso apuntaba a una relación causa efecto entre un mal -los niños hambrientos- y otro -la gallina acuchillada-: “Me pregunto si en un mundo en el que los hombres nos quisiéramos no sería más respetada la vida animal”. Una vida animal que tiene su patrón: San Antonio Abad, y su fiesta: 17 de enero, día en que a las puertas de las iglesias se hacen largas colas para esperar la bendición de las mascotas. 

Nacido en Egipto a mediados del siglo III, San Antonio pasó gran parte de su vida retirado en el desierto, donde convivió con muchos animales. Se dice que un día se le acercó una jabalina, seguida de sus jabatos ciegos, en actitud de súplica. El santo curó a los animales y desde entonces la jabalina lo acompañó y defendió de las alimañas.

Su fiesta ha ido evolucionando de forma paralela a la Historia. En el siglo XVIII se bendecía la cebada que habrían de comer los animales, más tarde los propios animales de granja y de tiro y hoy la puerta de la madrileña Iglesia de San Antón se llena de mascotas -hasta boas y cerdos vietnamitas- y de dueños deseosos de encomendar su animal al cuidado divino.

Hasta allí se acercan cada año, según la propia iglesia, “muchos ciegos para bendecir a su perro guía, ancianos cuyo único afecto es el animal que traen, clases enteras de niños de tres o cuatro años con una tortuga que es la mascota de la clase». «Hasta un año vino un niño con un caracol”.

Santos y animales

Pero no es san Antón el único santo de la Iglesia que acumula anécdotas sobre animales. Ahí están san Francisco de Asís, que predicaba por igual al hermano lobo y a la hermana luna o san Antonio de Padua, que pedía a los pajarillos y a los peces que dieran gloria a Dios. 

Otro santo, san Juan Bosco, vivió su particular amistad con el perro pastor Gris, que le defendió de los muchos peligros que le acecharon en su vida. Todo comenzó una noche en la que el santo, objetivo de numerosos ataques, volvía solo a casa. “Vi junto a mí a un perrazo que de pronto me asustó; pero como no mostró intenciones hostiles, y más bien me hiciera cariños, pronto nos hicimos amigos y me acompañó hasta casa. Lo mismo que esa noche, ocurrió otras muchas veces”.

San Roque -quien enfermo de peste tras curar a miles de infectados quiso retirarse al bosque de la ciudad de Piacenza para no poner en peligro a los vecinos- tuvo también a su propio perro guardián. Pertenecía a la acomodada casa de los Pallastrelli y tomaba todos los días un panecillo de la mesa de su amo para llevarlo al bosque y alimentar a San Roque. Pallastrelli, extrañado por la rutina de su perro, decidió seguirlo un día y encontró al santo moribundo. Lo llevó a su casa, lo alimentó y curó y, repuesto San Roque, se marchó a peregrinar con él.

Sin ir más lejos Benedicto XVI llevó a sus dos gatos a vivir con él cuando fue elegido Papa y otros pontífices, como Pablo VI o Juan Pablo II, tuvieron pajaritos. Aunque es el perro el que, a lo largo de la Historia, más escenas como las anteriores ha protagonizado, son todos los animales los que están, según la Iglesia Católica, rodeados de la solicitud providencial de Dios: “Por su simple existencia lo bendicen y le dan gloria y también los hombres les deben aprecio”. 

Un aprecio del que dio buen ejemplo el poverello de Asís pero que, eso sí, tiene unos límites. La línea que separa lo normal de lo extravagante, e incluso inmoral según la Iglesia, la marca el sentido común: “Se puede amar a los animales, pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos”. O, en palabras de un sacerdote consultado por GACETA.ES, “los valores tienen su escala y la escala más cercana a Dios es el hombre”. 

Aclarado este punto ningún amante de los animales debe sonrojarse si, como Martín Descalzo y después de “haber rezado y querido mucho a los hombres”, pide en sus oraciones un rinconcito de cielo para su gata.

¿ Y los experimentos?

¿Se acuerda del anuncio de Perroquerías VIP? Todo lujo y relax para mascotas adineradas que, bajo muchas marcas y en muchas grandes ciudades, existe. Como existen hoteles cinco estrellas para perros, con cuartos equipados con cama -cama humana-, equipo de sonido, televisión y hasta libros; libros, ha leído bien. Esas excentricidades, que entre otras cosas privan al animal de su animalidad, son, según la Iglesia, indignas. Como también lo es “hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas” y pensar que el dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres vivos e inanimados es absoluto. No lo es, y está sometido a la calidad de vida del prójimo -incluyendo las generaciones venideras- y el respeto religioso a la integridad de la creación. Por ejemplo, ¿experimentos con animales, sí o no? Sí, dice la Iglesia, pero sólo si se mantienen en límites razonables -evitando el sufrimiento innecesario- y contribuyen a salvar vidas humanas. 

 

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