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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

España: Antes el Evangelio que la Nación

Recibía el Papa Francisco de manos de Evo Morales un curioso presente: la estatuilla de una hoz y un martillo con una figura de Cristo incrustada. Alguno quiso ver una crucifijo con forma de hoz y martillo, cosa muy diferente.

Después de honrar a su huésped, Morales ofreció un breve discurso a los medios en el que se lamentó de “la invasión española que sufrimos en 1492”. El Papa pidió entonces perdón “por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”. Bergoglio describió la independencia de las repúblicas hispanoamericanas como “un grito nacido de la conciencia de la falta de libertades, de estar siendo exprimidos y saqueados”.

Las palabras de Su Santidad no son sino una forma de sofisma que consiste en la reiteración de algo que se da por supuesto, en este caso el genocidio amerindio y Leyenda Negra. Es necesario aplicar aquí el viejo principio de la lógica escolástica: nego suppositum, niego el supuesto. Aceptar que en la América española se perpetró un genocidio es aceptar que se buscó la eliminación deliberada y total, el exterminio, de un grupo humano. Tal cosa es un genocidio y nada parecido allí se produjo. Hubo una gran mortandad de indios (y de españoles), es cierto. Y hubo explotación, desmanes numerosos y asesinatos, sobre todo durante los primeros años, mas no hubo voluntad de aniquilar un pueblo. No existió nada parecido a las limpiezas étnicas que sí conocimos en los siglos XIX y XX. 

En la temprana fecha de 1504 la Reina Isabel ordenó proteger a los nativos y prohibió esclavizarlos, algo inédito hasta el momento e incomprensible en aquél contexto histórico. Y fue precisamente la Fe Católica la que movió a la Reina a tomar tal decisión. Los frailes siguieron denunciando la crueldad de muchos compatriotas para con los indios, convirtiéndose la cuestión humanitaria en una verdadera obsesión para la Corona, que llevaría a cabo una ingente obra legisladora reflejada en Las Leyes de Indias (Burgos, 1512) y Leyes Nuevas (1542). El debate moral alcanzó su cúspide con la llamada Controversia de Valladolid en 1550. La conquista quedó paralizada, de nuevo algo desconocido hasta la fecha. Tampoco después ninguna metrópoli paralizó nunca un proceso de colonización por cuestiones morales. 

Es cierto que hubo una enorme mortandad entre la población indígena, pero no como consecuencia de un genocidio sino de los nuevos virus, extraños en aquél continente, y que viajaron en las naves castellanas. Esta es una verdad aceptada hoy por la inmensa mayoría de los historiadores que, como el argentino Jorge Gelman, reconocen que “genocidio no es la palabra adecuada” y que “desde el punto de vista cuantitativo lo peor fueron las enfermedades”. O el mismísimo Henry Kamen, según el cual “no hubo asesinatos masivos, diría que hubo luchas (…)Masacres deliberadas para matar indígenas no hubo”. 

El célebre explorador alemán Alexander von Humboldt dejaba constancia en 1804 (pocos años antes de las primeras independencias) de sus viajes por la América española: “No veo en el mundo, pueblos más felices que aquellos administrados por España en América. El nivel de vida de sus artesanos, mineros y campesinos, es muy superior al de sus colegas alemanes y de los europeos en general”. Y en el Quinto Centenario del Descubrimiento, el Papa Wojtyla se refirió a la obra de España en América con unas palabras que en nada se parecen a las pronunciadas hoy por su sucesor: 

“La cultura que España promocionó en América estuvo impregnada de principios y sentimientos cristianos, dando lugar a una forma de vida inspirada en los ideales de justicia, de fraternidad y de amor”

La religión Católica fue la forja donde se fraguó la Nación Española -y tengo para mi que esta herencia no siempre resultó positiva a lo largo de nuestra biografía como pueblo, pero esa es otra historia-. El Cristianismo actuó como aparato nacionalizador a la hora de enfrentar la invasión musulmana. El elemento religioso marcaría a partir de este momento la historia de España hasta el punto de hacer indistinguibles los intereses de España y los del Catolicismo. La nueva nación tendría como tarea más constante a lo largo de su historia la predicación y extensión del Evangelio por el mundo. Algunas veces fracasó, como en las guerras contra el Protestantismo en Centroeuropa o Inglaterra; otras veces venció a los enemigos de la Fe, salvando la que hoy conocemos como Civilización Occidental en Las Navas de Tolosa y Lepanto. Menéndez Pelayo describió a España como “evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra”.

Nuestra historia tuvo, guste o no, carácter misional antes que nacional. Gracias a ello casi la mitad de los católicos de la Tierra rezan hoy en español; y quizá también como consecuencia de ello, hoy padecemos problemas de identidad nacional que otras naciones no padecen. 

 

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