«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Podemos, la Patria y las izquierdas

 

La Guerra Civil enfrentó dos formas diferentes –antitéticas- de entender España. Dos relatos nacionales excluyentes, pero nacionales al fin y al cabo. De ninguna manera España combatió a la anti-España. Apenas dos meses antes de estallar la guerra, en el discurso del Primero de Mayo, Indalecio Prieto advertía a los que querían hacerse con el monopolio de la idea de España:

“Se nos acusa, a quienes constituimos el Frente Popular, de que personificamos la antipatria, de que odiamos todo lo español (…) Yo os digo que no es cierto. Yo, aunque internacionalista, me siento cada vez más profundamente español. Siento a España dentro de mi corazón, y la llevo hasta en el tuétano de mis huesos”.

El socialista Juan Negrín, Presidente del Consejo de Ministros durante la mayor parte de la guerra, llegó a desear la victoria de Franco si España corría el riesgo de desintegrarse:

«Estoy haciendo la guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza. Se equivocan los que otra cosa supongan. No hay más que una nación: ¡España! (…) En punto a la integridad de España soy irreductible y la defenderé de los de afuera y de los de adentro. Mi posición es absoluta y no consiente disminución».

Sin embargo, la victoria del autodenominado bando Nacional produjo un punto de inflexión en lo relativo al patriotismo español. El nuevo régimen desplegó, sobre todo al principio, un furibundo nacionalismo español de corte católico y conservador. Franco represalió en nombre de España, generando una asociación de ideas, una vinculación del uno con la otra que aún hoy permanece tristemente viva. España es Franco. Julián Marías, que hizo la guerra en el bando republicano, lo explicaba de la siguiente manera:

“Los llamados progresistas se han sentido obligados a una actitud crítica de ciertos rasgos del antiguo régimen y esto les ha arrastrado a una visión negativa de la realidad de España”

El final del franquismo no supuso en modo alguno la normalización del patriotismo entre las fuerzas de izquierdas, que se lanzaron en brazos de toda clase de localismos. Al principio, ser de izquierdas y regionalista se hizo compatible, luego se hizo necesario.

El abandono por parte del PSOE de un discurso nacional coherente en todos lo territorios precipitó la aparición de dos nuevos partidos, uno en el País Vasco (UPyD) y otro en Cataluña (C’s), nacidos ambos al calor de viejos intelectuales socialistas.

Podemos, al contrario que las formaciones de Díez y Rivera, no nació para corregir la deriva regionalista de la socialdemocracia. Entre otras cosas porque Podemos no es socialdemocracia, es revolución. También en lo relativo al llamado debate territorial. Después de algunos meses lidiando con tendencias centrífugas de algunos círculos regionales y de algunos coqueteos con el nacionalismo periférico, el partido parece haber armado un discurso definitivo: hablarán “con la misma voz, tono y propuestas en todos los territorios». Más aún, trabajarán para acabar con la «dinámica casi cantonalista o de regionalización extrema» que padece el actual régimen autonómico. Algo casi subversivo. Renuncian, por tanto, a captar el voto nacionalista, tan numeroso en regiones como Cataluña o el País Vasco. Persiguen incluso normalizar los símbolos nacionales –rojigualda incluída- entre la izquierda, con el riesgo electoral que implicaría (¿o no?). No parece un pose. Iglesias venía de casa con cierto discurso patriótico de corte hispanoamericano. Véase la hemeroteca. En un aviso a navegantes fragmentarios, apeló hasta en seis ocasiones a la “patria” en su multitudinario discurso de Sol. Reivindicó incluso el 2 de Mayo, una de los grandes mitos patrióticos españoles y, desde luego, el preferido de la izquierda. De la izquierda que apelaba a los mitos patrióticos españoles, entiéndase. La de Negrín o Prieto, por ejemplo.

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