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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Carmena, o el sentimentalismo criminal

La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, hondamente conmovida por el hecho de que a los inmigrantes ilegales se les interne en centros para inmigrantes ilegales, ha decidido proveerles de pisos de protección pública gratis total. Hoy, en Baguineda, en las afueras de Bamako, o quizás en Niaga, en la periferia de Dakar, alguien verá la noticia de que una generosa gobernante de Madrid instala gratuitamente en pisos públicos a los inmigrantes sin necesidad de papeles. Hoy también, las largas redes que controlan los diversos tráficos ilícitos a través de África, incluido el tráfico humano, venderán la misma noticia en sus puntos de reclutamiento. Carmena avala la operación.

Atraídos por el espejismo parabólico de la Jauja occidental, un buen número de jóvenes de cualquiera de estos países acudirá a ese tipo del barrio que, como todo el mundo sabe, organiza los viajes al opulento norte. Porque todo el mundo lo sabe, en efecto: las mismas redes que trafican con armas, tabaco, drogas o gadgets electrónicos se dedican igualmente al transporte de mercancía humana, y no faltan funcionarios venales que cobran su correspondiente comisión por hacer la vista gorda. En su periplo, después de vender lo que no tienen, nuestros amigos llegarán a puertos donde otras mafias les procurarán una embarcación. El Estado Islámico ha ganado 88 millones de euros sólo en Libia –lo contaba ayer El País- por la vía de acaparar el tráfico humano hacia Europa. Los “migrantes” subirán a bordo de embarcaciones de lance. Un cierto porcentaje de ellos morirá; sus cadáveres flotarán sobre las aguas del Mediterráneo curtiéndose al sol del sueño de Carmena. Otro porcentaje, el mayor, llegará a Europa. Quizás alguno pregunte por Carmena. 

No habrá Carmena, sin embargo. Aquí esa gente se encontrará con que no hay pisos ni hay nada, salvo un policía que, como es su obligación, le preguntará por sus papeles, y un consulado, el del país de origen, que declinará cualquier responsabilidad, porque ningún Estado avala a un ilegal. Es posible que Carmena llame al consulado. Al de Mali, por ejemplo. Y allí, tal vez, un funcionario le recuerde que lo que quiere Mali no es que la gente se la vaya del país, sino que se le quede dentro, porque nadie puede construir un país sin paisanos, como decía hace poco en París el ex primer ministro Musa Mara. Tal vez Carmena reflexione: “qué racistas son estos africanos, que no quieren que los africanos de vayan de África”. La alcaldesa llegará a su casa, después de un duro día de trabajo, y dormirá con el espíritu reconfortado por la propia bondad. Mientras tanto, un cadáver se pudrirá en el Mediterráneo después de tributar su último pensamiento a los pisos de Carmena, varios cientos de desconcertados inmigrantes seguirán preguntándose dónde están los pisos de Carmena y algún canalla en cualquier puerto de Libia contará los billetes que ha ganado gracias a los pisos de Carmena. 

Gracias, alcaldesa. Eso se llama filantropía.

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