«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Sobre Rouco, los escribas y los fariseos

Suárez “buscó y practicó tenaz y generosamente la reconciliación en los ámbitos más delicados de la vida política y social de aquella España que, con sus jóvenes, quería superar para siempre la Guerra Civil: los hechos y las actitudes que la causaron y que la pueden causar”.

Esto es literalmente lo que dijo el cardenal Rouco en una frase –sólo una- de su homilía en el funeral de Estado por Adolfo Suárez. Sin embargo, una mayoría notable de los medios de comunicación y de la clase política lo ha interpretado del siguiente modo: “Rouco evoca la guerra civil” (La Vanguardia), “Rouco advierte del riesgo de guerra civil” (El Mundo), “Rouco rememora la guerra civil en el funeral de Suárez” (El País), “Rouco ve peligro de guerra civil” (El Periódico). Dicho de otro modo: uno dice que es importante tener paraguas porque sirve para protegerse de la lluvia, pero el auditorio entiende que tiene que llover. Ruego al lector se sirva repasar la frase del cardenal arriba transcrita. ¿De verdad dijo lo que dicen que dijo? España entera juega a los disparates.

Esto, en lo que concierne a los escribas. Pero aún más estupefaciente es el capítulo de los fariseos. Soraya Rodríguez, del PSOE, califica la homilía de “indignante” y añade que “fueron unas declaraciones claramente inadecuadas, inapropiadas, fuera de lugar y fuera de la realidad”. Pere Macías, de Convergencia y Unión, acusa al cardenal de aprovechar el funeral para hacer un “alegato político” con el que viene a “justificar de alguna manera” el alzamiento de 1936. Rosa Díez, de UPyD, tilda la homilía de “absolutamente impresentable”, además de quejarse porque sonó el himno nacional. Urkullu, lendakari vasco, dice que las palabras de Rouco siembran “estupor e indignación”. Alfred Bosch, de Esquerra Republicana, reprueba al cardenal por invocar al “espectro” de la guerra civil y le reprocha ser “poco cristiano”. Sabino Cuadra, de Amaiur, con menos maneras, dice que Rouco es un “fascista” que parece “sacado de Atapuerca”. El comunista Centella, adornándose, explica que las palabras de Rouco “levantan muros”, llevan a la sociedad “a tiempos pasados”, no representan a la mayoría de los católicos (si lo sabrá él, ¿verdad?) y, aún más, que la jerarquía eclesiástica no es la “apropiada” para hablar de la guerra civil. Una vez más, ruego al lector vuelva a repasar la frase de Rouco arriba transcrita. Curioso tribunal este, que juzga al reo no por sus actos, sino por los que le adjudica el fiscal.

(Paréntesis: la Iglesia española perdió en la guerra civil a casi 7.000 religiosos y a decenas de miles de fieles asesinados por su fe. Si alguien puede hablar de la guerra civil con propiedad, ciertamente la Iglesia no es la que menos títulos posee. Eso debería saberlo bien un señor como Centella, miembro del PCE, que es uno de los partidos que ejecutaron aquella feroz represión).

Rouco ha dicho lo que ha dicho –no otra cosa-, y lo que ha dicho es, objetivamente, verdad. Lo llamativo es que la mera exhibición de una verdad objetiva genere semejante ola de ruidos, torsiones y retorsiones. ¿Vale la pena entrar en el debate? ¿Pero exactamente en qué debate? Da igual. Aquí la cuestión es que en España, hoy, hay quien puede hablar y hay quien no puede, y hay cosas que se pueden decir y otras que está prohibido siquiera mentar. Y según quién diga qué, la realidad se transforma para convertirse en lo que el coro quiere ver. Más aún: sospecho que si Rouco hubiera dicho lo contrario, la reacción de la orilla izquierda habría sido exactamente la misma. Sólo una certidumbre: para una buena parte del poder político y mediático, decir “España” y decir “Dios” es pecado. Esa es la única verdad que se esconde tras el festival de imposturas que cotidianamente vivimos.

Coda: cuando una sociedad elige vivir sobre un lecho de mentiras, sobre la impostura hecha norma de convivencia, tarde o temprano esa sociedad se derrumbará con estrépito. Se está derrumbando ya.

 

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