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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

80 años de Curro Romero: el mito de la esencia de los toreros

Máximo exponente de la escuela sevillana en la segunda mitad del XX, fue fiel a un estilo que suscitó tantos amores como detractores.

Todo lo que rodea a Curro Romero es exageración y leyenda. Y quizá algo tenga que ver en ello lo bien que el torero se ha hecho acompañar siempre. Por ejemplo, de Camarón de la Isla, que un día le cantó aquello de: “Curro Romero, Curro Romero, eres la esencia de los toreros”. Y desde entonces ya no hubo quien discutiera tal dogma de fe.

Como ahora le sucede a Morante de la Puebla, los números nunca han sido su mejor baza. Porque si bien estuvo en activo 46 temporadas (1954-1999), lo cierto es que nunca pasó de las 40 actuaciones en un año (1973). Tampoco se puede decir que su toreo se caracterizara por la facilidad para conseguir trofeos. Lo de Curro era diferente y sus aficionados, mejor dicho, incondicionales, lo sabían. Ser currista significaba aguardar con paciencia infinita –a veces toda una temporada– a que tuviera una tarde cumbre con la que justificar el precio de las diez entradas anteriores. Pero entonces, cuando el capote del Faraón provocaba el éxtasis en los tendidos, sus forofos le arrojaban ramitas de romero, distintivo con el que los curristas -entre las que se encontraban personalidades como la madre del Rey y la Duquesa de Alba- se presentaban orgullosos en la plaza.

Pero si hubiera que conocer a Curro en el breve espacio que ofrece una página, hay dos capítulos que resumen su trayectoria taurina. El primero tuvo lugar el 25 de mayo de 1967 en Madrid, día en el que toreaba con Rafael Ortega y Agapito Sánchez Bejarano. La tarde se puso difícil para Curro cuando Sánchez Bejarano, que tomaba la alternativa, cortó dos orejas y, peor aún, cuando Ortega hizo lo propio. Las cosas se pusieron feas de verdad cuando a Curro le salió un toro tan manso que ni siquiera iba al caballo cuando éste se colocaba en chiqueros. Entonces, el presidente cambió de tercio sin que el toro hubiera sido picado. A pesar de ello, El Faraón de Camas desafió a la autoridad y pidió a su picador que no se retirara sin picar al animal. El picador obedeció al presidente y se marchó sin tocar al toro. La cosa no fue mejor en el tercio de banderillas. Curro pidió banderillas negras para castigar al manso, pero el presidente se opuso. Ante el nuevo varapalo, Curro le pidió a su cuadrilla que en ese caso tampoco banderillearan con las convencionales. El presidente volvió a imponerse y los subalternos del torero le colocaron las banderillas al manso. Herido en su orgullo, el torero se negó a matar a un toro sin picar. Sonaron los avisos y los cabestros se llevaron al animal.

Incidente con Palomo Linares

Aquel episodio le saldría caro al torero hispalense porque tras la corrida la policía le arrestó en el conocido hotel Wellington y le condujo hasta la Dirección General de Seguridad. Pero lo que iba camino de convertirse en todo un escándalo acabó como una escena de una película de Berlanga. En primer lugar, porque en vez de compartir celda con delincuentes comunes –gracias a sus contactos con el Régimen–, Curro pasó la noche en una cama habilitada en el despacho de la Secretaría Especial. La cosa no quedó ahí porque el torero, que llevaba sin comer desde el desayuno, encargó la cena al cercano restaurante La Tropical de la calle Alcalá. Y Curro no escatimó para su cuadrilla: 900 gramos de jamón, 600 de queso, dos docenas de langostinos, una ensalada mixta, una botella de vino, dos botellas de agua y ocho cafés. La estocada final –nunca fue su fuerte– no la puso el torero, sino un periodista, Julián García Candau, que se hizo pasar por el camarero de La Tropical para entrar al edificio y entrevistar al torero ante las mismísimas narices de la Policía.

Desde luego, lo mejor estaba por llegar porque al día siguiente Curro estaba anunciado en los carteles de San Isidro junto a Paco Camino y Diego Puerta. Casi nada. Tras pagar las 25.000 pesetas de multa, el Faraón de Camas haría honor a la leyenda desde primera hora de la mañana cuando los periodistas le esperaban en la puerta de la Direccion General de Seguridad:
-Curro, ¿Qué va a pasar esta tarde? ¿Vas a torear?
-Pues no sé, hay dos puertas: la de la enfermería y la de salir a hombros, y si no entro por la de enfermería saldré por la puerta a hombros.
Y así fue: dos orejas y puerta grande.

Pero en su biografía también hubo sombras que pasaron más bien inadvertidas. Como el día que toreaba en Málaga con Palomo Linares y éste resultó herido de gravedad con el estoque. Romero se negó a matar al toro a pesar de estar obligado a ello por ser el torero de mayor antigüedad del cartel.

 

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