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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Esconder un problema no ayuda a solucionarlo. Alhucemas

Por Salvador Burget.
Hace más de ocho meses que la región del Rif, esa que otrora fuera parte del Protectorado español, donde la paella y la tortilla son parte de su gastronomía, o donde, en el siglo pasado, anduviese un tal Abd el-Krim oponiéndose a las fuerzas españolas, está inmersa en una crisis, entre lo social y los económico, que más allá de esporádicas noticias en algún medio de comunicación pasa desapercibida. Tan desapercibida, por ejemplo, como la crisis en Ucrania, porque sigue habiendo problemas en Ucrania, como lo sigue habiendo en Egipto o como se están incrementando en Filipinas. Y es que, el Rif, y en concreto Alhucemas y las ciudades circundantes, es en este momento, quiera Rabat o no, le guste al Makhzen o no, un problema que tiende a agravarse, y la solución no pasa, en ningún caso, por esconderlo.
Hace casi un mes, dos días faltan para eso, ya escribí sobre este particular. Hace un mes, en ese artículo, ya hablé de la posibilidad de que el extremismo radical aprovechase la situación en el Rif para intentar sembrar la semilla, maliciosa y perversa, que luego le permitiese penetrar en las estructuras básicas de la sociedad marroquí y comenzar con sus actividades de desestabilización. Ya por entonces, y no porque sea quién más sabe, sino porque dirijo una Empresa Privada de Inteligencia y como tal recibimos información de muchas Fuentes, se vislumbraba que el problema en Marruecos lejos de tener un final rápido se iba a prolongar en el tiempo. Básicamente, porque las formas, los procedimientos y las políticas aplicadas entonces, y ahora, no son las adecuadas. Me permito decir esto porque, y la historia reciente me avala, ya se han probado en Egipto, en Túnez y en otros países de la cornisa mediterránea de África con sonoro fracaso.
Pues bien, de esas valoraciones y proyecciones, como nosotros llamamos en Inteligencia a esos procesos en los que, cual técnico en la bola de cristal nos aventuramos a dar un desarrollo de los acontecimientos, poco nos hemos equivocado, desgraciadamente y, esperemos que esta vez no ocurra, pero poco nos vamos a equivocar ahora.
Si en su momento hablamos del seguimiento que desde los grupos islamistas se hacía de la crisis del Rif, ahora se puede constatar que ese seguimiento se está materializando en hechos tangibles. Por ahora, y solo por ahora, no son las facciones de al-Qaeda las que han puesto su punto de mira en Marruecos, sino los propios partidos políticos como el denominado Justicia y Espiritualidad. Una formación política a caballo entre la legalidad y la ilegalidad, tolerada pero no admitida como tal, pero que en el fondo es la que mueve los hilos de los movimientos más críticos con la Corona. De hecho, fue Justicia y Espiritualidad la que estuvo detrás de las protestas que se llevaron a cabo en Marruecos como consecuencia de la Primavera Árabe. Pues bien, quien hasta ahora había estado callado, que no quieto, parece ser que ha decidido tomar parte en los acontecimientos del Rif, y hacerlo de una manera activa. Y esto es, como poco, peligroso.
Ante esta intención, que más que eso es un hecho, del movimiento estratégico que el partido islamista ha iniciado, la respuesta de las autoridades marroquíes ha sido la misma que hace tres semanas. Es decir, ninguna. No se han encendido las alarmas, ni se ha pisado el pedal del freno de la represión sin sentido, proporción y coherencia por parte de las Fuerzas de Seguridad.
Parece ser que en Rabat ya no recuerdan que si el movimiento popular que emergió a la sombra de la Primavera Árabe tuvo un relativo éxito, aún cuando efímero, fue
gracias a la Agrupación Justicia y Espiritualidad. Como que también fue en el mismo momento en que esta formación política decidió retirar su apoyo, que las protestas y concentraciones acabaron. Si ahora, con la crisis del Rif, el Gobierno marroquí no busca una solución política que calme las protestas, no reduce la presión por parte de las Fuerzas de Seguridad, y no ceja en su empeño de acabar con el problema por medio de la fuerza, es muy probable que la situación empeore, y que esta vez no sea tan efímera como antaño.
Además, tampoco se puede olvidar que los grupos radicales, liderados por al-Qaeda y su franquicia en la región, al-Qaeda en el Magreb Islámico, están muy atentos al devenir de los acontecimientos en Marruecos. Es un error pensar que el Reino alauita está libre de sufrir el zarpazo del terrorismo. No lo estuvo en Marrakech ni en Casablanca, y tampoco lo está ahora. De hecho, el propio Mohamed VI es un blanco recurrente de las críticas de los islamistas cuando quieren atacar a aquellos que consideran falsos seguidores de la religión de Mahoma. En no pocas ocasiones, la imagen del monarca ha aparecido en carteles amenazantes. Y esto no se le puede olvidar a quien realmente dirige el país.
Como ya dijese en su momento, y ahora reitero, el modus operandi del terrorismo islamista tiene su primer capítulo en penetrar las capas más débiles de la sociedad de un país, y en especial, cuando hay situaciones de crisis. Su habilidad para vestir de cordero al lobo que lleva dentro, dando dádivas y ayudas a los más necesitados para atraerlos hacia su causa, son una constante. Al-Qaeda, que en estos momentos está en una clara ofensiva por recuperar el prestigio perdido en los dos últimos años en la zona del Sahel y el norte de África, una vez Estado Islámico en esta región es poco más que una anécdota, seguro que tendría (y tiene) mucho interés en poner un pie en Marruecos. De hecho, en diversos canales de propaganda islamista próximos a la organización terrorista así se ha expuesto.
Si esto ocurriese, y no hay que descartarlo, no solo tendría problemas Marruecos, sino que terceros países, y España figura en el número uno de la lista, podrían verse salpicados.
Esconder un problema no ayuda a solucionarlo, he titulado este artículo, y creo que no me he equivocado en ello. Egipto, Túnez o Argelia, por citar solo algunos, han seguido esta estrategia y el éxito de la misma es más que cuestionable. En el país de las pirámides, las acciones terroristas son una constante y sin embargo al-Sisi, el militar venido en Presidente, sigue con su política del “aquí no pasa nada” (la Ley Antiterrorista aprobada hace tres años, permite la detención de una periodista que publique alguna información sobre terrorismo no autorizada por las autoridades, por un periodo de hasta dos años, sin juicio), y así podemos ver cómo le van las cosas en la Península del Sinaí o en el propio El Cairo. Túnez, quien tampoco tenía problemas con el terrorismo, vio como su economía se caía hecha pedazos después de los ataques al Museo del Bardo y al resort turístico en Sousse. Argelia, donde tampoco pasa nunca nada, más allá de los éxitos y las detenciones de terroristas anunciadas a bombo y platillo cada semana (por cierto en algunas ocasiones hasta confundiendo el material expuesto), está siendo el siguiente objetivo y donde, poco a poco, los grupos que conforman al-Qaeda en el Magreb Islámico están expandiéndose. Y finalmente Marruecos, donde, como diría aquel, al terrorismo “ni está ni se le espera”, la vida sigue sin sobresaltos, aplicando esas políticas demostradamente erróneas y sin pensar más allá de las tres horas siguientes.
Desde Rabat se debe replantear la situación del Rif y buscar una solución que, por lo menos, calme lo ánimos y deje de alimentar procesos reivindicativos que pueden
acabar mal. Se deben atender las demandas, escucharlas y dentro de unos límites razonables llegar a un acuerdo por ambas partes. Si esto no se hace, si se sigue actuando a golpe de gas lacrimógeno, si se sigue silenciando lo que realmente está ocurriendo, llegará un momento, y no tardará mucho, en que estaremos hablando de algo más serio.
Hace un mes, aunque faltan dos días, escribía en estos términos y hoy me veo obligado a hacerlo de nuevo. Hace un mes no nos equivocamos, ni yo ni la empresa que represento, pero esperamos que esta vez alguien nos pueda reprochar que sí lo hayamos hecho. Sin embargo, todo apunta a que los derroteros por los que se mueve la política marroquí no favorecen mucho esa solución. Mientras tanto, desde España poco podemos hacer más allá de esperar a que las cosas no vayan a mayores y tengamos que lamentarlo.

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