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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Barcelona, 17 de agosto de 2017

Por Salvador Burguet.

Han pasado más de diez días desde que Younes Abouyaaqoub enfilase con una furgoneta la parte peatonal de Las Ramblas de Barcelona y segase la vida de 16 personas. Desde ese mismo instante en que pisó con fuerza el acelerador y el vehículo alcanzó los 80 km/h, algo cambió en España, no solo en Cataluña.

Los cientos de operaciones policiales, las detenciones de individuos relacionados con el terrorismo islamista, los comunicados de prensa y el sentimiento de que las cosas iban por buen camino desaparecieron de un plumazo. Al final, como muchos nos temíamos, también el terrorismo islamista había alcanzado a España. Pero, la otra cara de la moneda, la que puede hacernos sentir orgullosos a todos los españoles y a los catalanes en particular, fue la reacción ejemplar, rápida y solidaria de cientos de personas, anónimas, sin cara y sin nombre, que se lanzaron a auxiliar a aquellos que yacían en las desgastadas losetas de Las Ramblas. En eso, los terroristas no nos ganaron, y nunca nos ganarán. Hemos tenido muchos años para aprender lo que se siente cuando el terrorismo nos ataca, y hemos demostrado que estamos muy por encima de ellos.

Sin embargo, sí que nos han ganado en una cosa.

Los detalles de la investigación que sigue su curso, al menos aquellos que podemos leer en los medios de comunicación son, en ocasiones, contradictorios, cuando no demasiado sorprendentes como para que sean correctos. Aún no se sabe con exactitud qué hacía cada uno de los componentes del grupo, sus responsabilidades, como tampoco se han establecido, al menos que se sepa, sus relaciones internacionales, quién y cómo les instruyó en la preparación de los atentados. Demasiados interrogantes, aunque lógicos en este momento de las pesquisas policiales. La figura del Imán, el tristemente famoso Abdelbaki es-Satty, no parece, al menos a mis ojos, que sea la de un líder “militar”, sino más bien la del programador psicológico. Pero eso, quizá aún es pronto para saberlo.

Pero como decía, los terroristas, y por simpatía Estado Islámico, sí nos han ganado en algo. Ha conseguido romper la unidad de España frente al terrorismo, han conseguido que aparezcan luchas públicas sobre responsabilidades de diferentes Cuerpos policiales, y han ganado en el aspecto propagandístico. Sí, en eso nos han ganado y por mucho.

Y es que, de manera inconsciente, o quizá no tanto, se ha seguido la narrativa de aquellos que se apuntaron el tanto en su casillero del haber, de Estado Islámico. El primer tanto, vino cuando se responsabilizó a la organización terrorista de ser la responsable de los atentados en Barcelona y Cambrils. Yo, por eso de ser prudente, dudo mucho que eso sea así, y sé por qué lo digo. Sin embargo, el discurso se esparció por todo el territorio nacional como la pólvora y, cómo no, ellos lo aprovecharon. Voy a abandonar la prudencia y afirmar que Estado Islámico no está detrás de estos atentados, y repito que sé por qué lo digo.

El dos a cero vino después, cuando comenzaron a destaparse errores, producto de lo inesperado de la situación, críticas a actuaciones que, desde mi punto de vista no son tan criticables. Aireamos en público los trapos sucios, esos que se deben quedar en casa, lo cual no quiere decir que se deban obviar. La respuesta, una vez más, fue la distribución de innumerables posters e infografías en las que se burlaban de nuestras Fuerzas de Seguridad a todos los niveles. A algunos incluso les habrá venido bien, pero la verdad es que es injusto y de falacia infinita admitir eso. Pero se lo hemos puesto en bandeja.

Pero no queda ahí la cosa. Y como no hay dos sin tres que decían en mi casa, luego vinieron los desafortunados acontecimientos de la marcha convocada para el sábado 26 de agosto. Digo desafortunados porque nunca me meto en cuestiones políticas, terreno siempre resbaladizo y en el que no me siento cómodo. Ese fue, a mi entender, el peor regalo a los islamistas y su narrativa. Para una organización terrorista como Estado Islámico, enemiga acérrima de la Casa Real saudita, establecer la conexión, torticera, falsa y oportunista, de un presunto comercio de armas con los atentados, no hace sino darle fuerza a su narrativa. Y es que, tenemos la fea costumbre de pensar que cuando ocurre algo malo siempre es por nuestra culpa. Nunca miramos quién es el malo, porque el malo siempre somos nosotros.

Grave error pensar que las relaciones comerciales con terceros países son el motivo de un atentado como el ocurrido en Barcelona o en Cambrils. Y grave error porque Estado Islámico no está apoyado por Arabia Saudí, porque las armas que compra no provienen de las dinastías de la Península Arábiga, al menos no de las que se pretende involucrar (no vamos a hablar de Qatar). Habría que mirar un poco más allá, más hacia el este, y fijarnos en que los fusiles que usan los islamistas son AK-47, en concreto los de fabricación china, por cuestiones económicas. Que las empresas que les suministran los uniformes y los equipamientos de combate están en Indonesia, y que se anuncian para comprar online, o que los mismos misiles anti-tanque que disparan, con inusitado acierto, los adquieren en los circuitos internacionales de venta de armas (lo que viene en llamarse “mercado negro”) que controlan patriarcas de exrepúblicas soviéticas. Seguramente esto no es conocido por la mayoría, pero es la realidad.

Sí, en todo esto nos han ganado, y lo siguen haciendo.

Al terrorismo se le combate con unidad, no solo social, sino de todos lo que, de una manera y otra, marcan estados de opinión. Y en este caso particular, cuando el terrorismo lleva el marchamo de islamista radical más aún.

Todos hemos cometido errores, todos, pero aún estamos a tiempo de enmendarlos. Pero, sin lugar a dudas, esto no lo conseguiremos si seguimos por la senda de la diversidad de opiniones, de las “salidas de tono” y de fomentar y dar fuerza a su narrativa.

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