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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La rivalidad perpetua. Irán y Arabia Saudí

Por Nora Gómez.
Una proxy war -o guerra subsidiaria- es aquella mediante la cual se da un enfrentamiento entre dos grandes poderes por medio de terceras partes. Este enfrentamiento nunca es cara a cara, pues luchan indirectamente dando apoyo a facciones opositoras localizadas en territorio ajeno o incitando el comienzo de conflictos y hostilidades a través de otros. Estos poderes enfrentados son generalmente países clave con intereses enfrentados que prefieren conducirse a una guerra subsidiaria, frente una al uso, sabiendo que de esa manera pueden llegar a alcanzar la consecución de dichos intereses. De esta manera, evitan con ello las posibles desastrosas consecuencias de un combate directo.
La Guerra Fría fue una proxy war entre Estados Unidos y la Unión Soviética que se luchó en numerosos frentes, como por ejemplo, Afganistán y Latinoamérica. La proxy war más significativa que está teniendo lugar actualmente es la llevada a cabo entre Arabia Saudí e Irán en países como Irak, Siria, Yemen, Líbano y Bahrein. La rivalidad entre ambas naciones se ha convertido en una lucha por la influencia y la hegemonía en Oriente Medio, ocasionando desde el comienzo un efecto devastador en la región.
El arduo conflicto de intereses entre Irán y Arabia Saudí tiene su origen en la revolución iraní que vio florecer el país persa en 1979. La revolución liderada por el ayatolá Jomeini fue vista con gran recelo y pavor desde Arabia Saudí por dos motivos. En primer lugar, en Riad se temía que el levantamiento pudiera tener un efecto contagio haciendo que la población se alzara contra la monarquía de los Saud como hicieron los iraníes contra el Sha Reza Pahlavi. Por otro lado, Jomeini clamaba que la revolución popular originada en Irán convertía consustancialmente al país en el Estado legítimo y representativo de los musulmanes. Esta premisa no hacía sino contrariar y rechazar la percepción que buscaba para sí misma Arabia Saudí como nación líder del mundo islámico.
Irán rápido comenzó a exportar la revolución más allá de sus fronteras. Según informes de la CIA, desde Teherán se estaba ayudando a grupos, mayoritariamente chiíes, para tratar de derrocar a gobiernos en Irak, Afganistán e incluso Arabia Saudí. Como respuesta, el país saudita creó el Consejo de Cooperación del Golfo (GCC), reforzó la alianza con Estados Unidos y comenzó a dar apoyo a aquellos países y grupos que pudieran mermar la fuerza e influencia iraní. Durante la guerra entre Irán e Irak de 1980, viendo que el primero se aventajaba sobre el segundo, lo saudíes corrieron a asistir a Irak, proporcionando financiación, armas y apoyo logístico.
Tras la invasión de Irak en 2003, si bien la intervención militar fue un éxito, Estados Unidos cometió errores estratégicos de estabilización garrafales que marcaron el futuro del país. A falta de una planificación necesaria tras la intervención, Washington dejó un peligroso vacío de seguridad que llevó a Irak a una cruenta guerra entre milicias chiíes, suníes y grupos radicales islamistas. Conscientes de la coyuntura y aprovechando este escenario, tanto Irán como Arabia Saudí vieron la oportunidad de entrar en el conflicto apoyando a sus grupos de interés y con la pretensión de ganar influencia sobre el otro.
Como ya comenté anteriormente, la guerra subsidiara entre las dos grandes potencias de Oriente Medio está teniendo lugar en varios territorios de la región. Irak es solo uno de ellos. En Yemen, el ejercito saudí se encuentra situado sobre el terreno luchando en apoyo del gobierno del presidente Abdo Rabu Mansur Hadi y contra los rebeldes houtíes, grupo proxy de Irán en el país, a los que dan apoyo con suministros y entrenamiento. En cuanto a Siria, se da el caso opuesto. El ejército iraní lucha, junto a Hezbolá, al lado del gobierno de Basad al-Assad contra grupos rebeldes apoyados por Arabia Saudí.
Otro escenario del conflicto subsidiario entre Irán y Arabia Saudí, que está acaparando la actualidad política estos días, es Líbano. Uno de los actores políticos -y, por supuesto, militar- más relevantes en Líbano es Hezbolá. El “Partido de Dios” es tan trascendental para comprender la idiosincrasia del estado libanés, que éste no se entiende sin la milicia chiíta. Hezbolá es un fuerte aliado de Irán que participa en conflictos regionales junto a éste último para inclinar la balanza en favor del país persa en cuanto al poder de influencia sobre Oriente Medio. Así, En mayo de 2013, el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah dio a conocer abiertamente la participación de la organización en la guerra siria como aliado de al-Assad. Hezbolá, que entró en el conflicto bajo el pretexto de evitar potenciales ataques de grupos rebeldes sirios, ha sido la principal fuerza de combate en algunos frentes, como en Yabroud, ciudad situada en la frontera entre Libano y Siria. La contribución de Hezbolá con el régimen sirio ha ido en aumento, comenzando con un rol de mero asesoramiento, para ofrecer, finalmente, un íntegro apoyo militar. Durante ese proceso, la organización ha experimentado un notable desarrollo y aumento de sus capacidades operativas a nivel militar y político.
La situación de polaridad política que presentan la región y el Líbano, presupone que Hezbolá seguirá siendo visto como un actor capaz de alimentar dicha fractura y que, por tanto, como contrapartida fortalecerá la cooperación geoestratégica con sus aliados, principalmente con Irán. Todo ello inquietando aun más a Arabia Saudí, quién, en una estrategia de contrarresto del poder y de presión a Hezbolá, mantuvo en Riad durante varias semanas al primer ministro libanés, Saad Hariri. Hariri, tras arremeter contra Irán y acusar a Hezbolá de querer desestabilizar y controlar la región, regresó el pasado martes a Beirut retirando la dimisión a petición del presidente del país.
Esta ha sido la última jugada de las autoridades saudíes tras el misil balístico lanzado por los rebeldes hutíes desde la frontera con Yemen y dirigido a la capital del reino saudí. Mientras que Teherán lo niega, Arabia Saudí ha responsabilizado a Irán del lanzamiento del misil, percibiéndolo como un acto de guerra.
La rivalidad entre ambas naciones parece ir en aumento. La Guerra Civil siria ha favorecido no solo la imagen de Irán como potencia hegemónica en la región dados sus éxitos militares, también el desarrollo logístico y operativo de su gran aliado, Hezbolá. El resultado que la milicia chií está sacando del conflicto en Siria resulta beneficioso en tanto en cuanto sus combatientes han adquirido una significativa y valiosa experiencia. Además, han probado y desarrollado nuevo armamento, así como novedosas estrategias, incrementando la competencia de Hezbolá como organización militar. Es por todo ello que las autoridades saudíes perciben cada vez más a Irán como una amenaza alarmante que pone en peligro sus aspiraciones de liderazgo, evidenciando la inviable posibilidad de poner fin a las tensiones a corto o medio plazo.
 
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