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8 de noviembre de 2022

COP27: España no decide nada

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su discurso en la COP27 que se celebra en Egipto (Gehad Hamdy / dpa)
«España ha elegido compromiso, ambición
climática y un futuro de oportunidades»
(Pedro Sánchez, en su discurso en la COP27,
la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático)

Olvidemos durante unos párrafos la extraordinaria cursilería de llamar ambición a lo que es sumisión a un supuesto consenso científico que es un oxímoron de manual (la Ciencia sólo avanza si se disputan y se refutan sus teorías, por lo que un consenso, es decir, un consentimiento mayoritario, es acientífico), y analicemos la frase que ha soltado el presidente sin que luego, para nuestra sorpresa, haya tenido que recoger del suelo los trozos de su cara.

Dice el presidente que «España ha elegido». España no ha elegido nada desde hace ya demasiado tiempo. Por no elegir, ni siquiera lo eligió a él para ser el jefe del Gobierno, sino a un candidato que en campaña aseguró que jamás pactaría con terroristas ni con comunistas. El día que incumplió su promesa, los votos que recibió quedaron anulados —salvo el suyo— igual que se anulan los contratos temporales en fraude de ley. Y el suyo era un contrato con los españoles, temporal por cuatro años y es evidente que fraudulento.

No. España no ha decidido casi nada —OTAN, de entrada sí, al margen— desde hace casi cuarenta años. La sinécdoque, tomar el todo por la parte, de llamar «España» a una parte residual del Estado como es el propio Sánchez, sus ministros y sus aliados, debería bastar como ejemplo perfecto de su desmedido narcisismo.

No. De nuevo, no. España no ha decido nada. Pero tampoco lo ha hecho Sánchez. El presidente no ha decidido nada, sino que se ha sometido, de manera ilegítima, y en nombre de la España que desgobierna, a una Agenda supranacional que no hemos redactado ni votado los españoles, que atenta contra nuestro futuro, nuestra prosperidad y nuestra identidad, que castiga a quien menos tiene y a quien menos puede; que elude y hasta reprime el debate y que se basa en el miedo y en el saqueo de nuestros impuestos para conseguir sus fines totalitarios.

Aunque haya socialistas que crean que la Tierra se formó en 1982 y que es plana, nuestro planeta es redondo, achatado por los polos y lleva 4.800 millones de años girando alrededor de una pequeña estrella en un rincón apartado de una galaxia del montón, una corriente, del medio billón de galaxias que se estima hay en el Universo. Tamaña fuerza tiene su ritmo de cambios. Pretender que es la acción del hombre no ya lo que altera ese ritmo planetario, sino que puede hacer algo para evitar un cambio climático, es una idea sentimental, acientífica y descabellada. Pretender que lo pueda hacer recaudando dinero, montando chiringuitos climáticos, prohibiendo viajar en avión (en turista, no en Falcon) o comer carne, impidiendo el vital desarrollo de países del Tercer Mundo y encargando placas solares a la China comunista y contaminante, es, o debería ser, delictivo.

Esta gigantesca operación de totalitarismo climático es, además, un negocio redondo para una horda de políticos y empresarios sin escrúpulos que compiten en una alocada carrera mercantil para ver quién es más sostenible, resiliente y ecológico a costa del dinero de los contribuyentes y el de sus clientes (que como son los mismos, pagan doble).

Todo esto nada tiene que ver con la benéfica conservación de la Naturaleza. Un ideal de perfección al que todos, con una mirada local, estamos llamados. Cada uno desde sus posibilidades y sus responsabilidades y siempre con la primacía del bien mayor que es el desarrollo de la prosperidad del ser humano. De todos los seres humanos, no sólo de las elites globalistas.

Por desgracia, este debate sobre conservacionismo, de una enorme profundidad y riqueza moral, se queda aquí. Organizaciones supranacionales que son nidos históricos de corrupción como Naciones Unidas han decidido cancelar a los científicos disidentes, que los hay, y de una extraordinaria seriedad, y crear sus propias agencias climáticas para que el consenso científico —quizá el lector español lo conozca mejor por el nombre de ‘comités de expertos’, esos de «habrá sólo uno o dos casos de covid»—, difundan datos aislados que aterroricen a la población desinformada gracias a los medios de comunicación de masas que participan del negocio de la sostenibilidad que sólo sostiene sus cuentas corrientes.

No. Por tercera vez. España no ha elegido. Y mucho menos «ha elegido compromiso». Los políticos españoles del consenso climático (de un lado y de otro, que de todo hay) han elegido someterse a un poder extraño a nosotros con la vista puesta en el negocio climático. Sánchez ha elegido, a espaldas de los españoles, a sus necesidades y a su ethos, a su forma de vida, un camino de servidumbre remunerado, para ellos, que vamos a pagar nosotros sin que nadie nos informe y nos consulte.

Todavía habrá quien crea —el inútil yocreísmo como nueva fe laica— que cien mil moscas no pueden equivocarse y que cien jefes de Gobierno reunidos en Egipto, tampoco. Creerán que la emergencia climática es real y que el histerismo climático, la posición adecuada. Pero si eso fuera así, cómo se explica que los sumos sacerdotes del cambio climático consientan que la nación más contaminante del mundo, China, junto con la India y alguna otra, hayan decidido ausentarse del COP27 y, por lo tanto, no participar de los acuerdos ya redactados y que sin esas naciones son menos que papel mojado.

No. Y ya concluimos. España no ha decidido nada. Mucho menos que nada, comprometerse. Nos han comprometido en la única verdad que encierra la frase del presidente Sánchez. La verdad de que hay «un futuro de oportunidades». Pero no para los españoles, sino para unas elites extranjeras y para él y los suyos.

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