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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Casas Viejas, la miseria moral de la izquierda para mantener el poder

Hace 85 años que los guardias de asalto enviados por Azaña a esa localidad de Cádiz acababan a sangre fría con la vida de 19 hombres, dos mujeres y un niño

Desde principios de diciembre de 1932, los grupos más radicales anarquistas venían protagonizando movimientos revolucionarios contra el Gobierno de Manuel Azaña al que consideraban que, junto a los socialistas, estaba traicionando a los trabajadores. Los principales altercados se vivieron en Cataluña y el Levante, donde se iban sucediendo huelgas revolucionarias aprobadas por los comités locales de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), pero sin la autorización del Comité Nacional de la central sindical anarquista.
Durante los primeros días de enero, las protestas volvieron a retomar fuerza y, pese a continuar sin el apoyo oficial de la dirección de la CNT, los órganos de propaganda de éste empezaban a exalzar a los que tomaban la determinación de lanzarse a la vía revolucionaria. Así, Solidaridad Obrera, el diario anarcosindicalista, no cesaba de dar información y ánimo a quienes decidían plantar cara al gobierno socialista que actúa “contra los intereses de los trabajadores”.
Durante la madrugada del 10 al 11 de enero de 1933, en la localidad de Casas Viejas (Cádiz), un grupo de anarquistas se había amotinado. A primera hora de la mañana del 11 habían cortado las líneas telefónicas y poco después intentaban asaltar el cuartelillo de la Guardia Civil de la localidad, donde asesinaron al sargento del cuerpo y a uno de los tres agentes allí destinados. Los otros dos guardias consiguieron aguantar dentro del edificio hasta que llegaron doce agentes de refuerzo, al mando de un sargento, durante las primeras horas de la tarde.
Los efectivos dispersaron a los anarquistas que intentaban tomar el cuartel y liberaron a los dos agentes que permanecían encerrados en él. Tras ello, consiguieron tomar las principales instalaciones del pueblo y reestablecer las comunicaciones. Tras informar al ministerio, que dirigía Santiago Casares Quiroga, se decidió el envío de refuerzos y a última hora de la tarde llegaban cuatro guardis civiles más y una sección formada por una docena de guardias de asalto.
Esta presencia de efectivos policiales en la localidad hizo pensar a los anarquistas que se preparaba una redada y muchos de ellos escaparon al campo. Un nutrido grupo de anarquistas se había refugiado en la choza de un viejo carbonero anarquista llamado Francisco Cruz Gutiérrez, conocido como “seisdedos”, dos de cuyos hijos habrían sido responsables del asalto al cuartelillo de la Guardia Civil. Así los habían señalado varios de los anarquistas detenidos tras los sucesos.
Los guardias de asalto desplazados por Casares Quiroga, mano derecha de Azaña en el Gobierno, se hicieron cargo de la detención de los anarquistas refugiados en la choza, pero cuando intentaron forzar la puerta para entrar a detenerlos, desde dentro se abrió fuego contra ellos causando la muerte a uno de los agentes y heridas graves a otro de ellos. Eran las diez de la noche. Dos horas después llegaban más efectivos de la guardia de asalto, cuarenta agentes, enviados por Casares Quiroga y dirigidos por un capitán de la máxima confianza del ministro y del presidente del Gobierno, Manuel Azaña.
Era el capitán Rojas, que portaba órdenes directas de la dirección general de Seguridad que, según dijo en el juicio posterior, eran verbales pero tenían el visto bueno del ministro y del propio Azaña. Esas órdenes establecían que se debía “abrir fuego sin piedad contra todos los que dispararan contra las tropas”.
El capitán rojas ordenó que se disparase contra el interior de la choza con fusiles y ametralladoras y que, acto seguido, se le prendiera fuego para forzar la salida de los supevivientes. Cuando empezó el fuego, un hombre y una mujer intentaron salir, pero fueron acribillados por los guardias de asalto. En el interior, cuatro cuerpos quedaron calcinados y solamente se permitió la salida de una joven, nieta de “seisdedos”, porque salía con un bebé en brazos.
La operación había culminado poco después de las cuatro de la madrugada. Entonces, los cuarenta agentes al mando de Rojas se retiraron a una pensión a descansar y allí, tras consumir importantes cantidades de alcohol, decidieron que había que dar un escarmiento a los anarquistas para vengar la muerte de los dos agentes que habían muerto en la operación de asalto a la choza de “seisdedos”.
Inmediatamente, casi de madrugada y sin haber descansado tras haber ingerido alcohol, Rojas ordenó a tres patrullas que detuvieran a cuantos miembros de la CNT local encontraran y que su había la más mínima resistencia, fueran ejecutados. Así, un anciano de 74 años fue fusilado en su casa solamente por decir que no salía de casa porque no era anarquista. Otros doce anarquistas fueron detenidos y trasladados junto a la choza quemada. Allí les mostraron el cuerpo del guardia que había sido asesinado por los anarquistas y sin esperar nada más, los agentes asesinaron a los doce detenidos.
Rojas no dudó en afirmar en el juicio que se había limitado a cumplir “lo que me habían mandado”. Trasladando la responsabilidad al gobierno de conjunción entre republicanos de izquierda y socialistas presidido por Azaña. El resultado de las órdenes de Azaña fue la muerte de 19 hombres, dos mujeres y un niño en la represalia por el asesinato de dos guardias civiles y dos guardias de asalto. Fue la puntilla que obligó a la dimisión de Azaña.

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