'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
La ideología cientificista, la reducción del sujeto humano a un objeto de investigación
Coronavirus, cientifismo y tiranía sanitaria
Coronavirus, cientifismo y tiranía sanitaria
Dos mujeres pasean al lado de un escaparate de una tienda durante el día 13 del estado de alarma decretado en el país a consecuencia del coronavirus, en Lugo (Galicia), a 27 de marzo de 2020. Carlos Castro / Europa Press
Por José Miguel Serrano
24 de diciembre de 2022

Se podría decir que estamos en el siglo de la bioética o, al menos, en el de su madurez, tras dar la vara por todas partes más o menos 50 años y aparecer como el cambio definitivo del trato al sujeto por la medicina. Y en esas condiciones acontece una pandemia global con un virus de origen incierto y, toda la crítica, todo el cambio radical que se nos anunciaba, toda la ética en las investigaciones, y toda la autonomía que se predicaba, se han venido abajo. Hemos tenido ―tenemos― comportamientos propios de la tiranía sanitaria, de cuando los sanitarios se sintieron dotados de un poder similar al religioso, cuando la persona en riesgo pasaba a ser súbdita o, si se quiere, todos pasábamos a ser súbditos. El riesgo de un poder sanitario irrestricto fue un tópico del siglo XX que parece olvidado.

Habría que recordar que algunas de las medidas que se fueron tomando y que dieron lugar al nuevo derecho sanitario y a la nueva ética médica venían de la necesidad de limitar un poder certero y dominador que ejercían quienes empezaban a tener en sus manos una ciencia que afectaba a lo más íntimo del ciudadano, precisamente en los momentos de su mayor debilidad.

Se produjo un choque de fuerzas entre el nuevo poder médico y sanitario que se vinculaba a la ciencia y, por tanto, a la investigación, y el alborear en algunos lugares de los derechos individuales. La eugenesia, no lo olvidemos, se vinculó a la ciencia y al recién aparecido racismo científico, cuya eficacia destructiva se mostró con fuerza frente a las denominadas formas precientíficas. La ideología cientificista, la reducción del sujeto humano a un objeto de investigación, y los poderes de transformación del mundo como nunca se habían visto antes crearon sus temores, pero también una enérgica reacción más humana que humanista.

Si repasamos algunos de los principios que se afirmaban para hacer frente al dominio científico sanitario deberíamos recordar, en primer lugar, la autonomía del paciente, supuesto paradigma de nuestra legislación. Es cierto que durante las pandemias este principio parece ceder en algunos puntos ante la necesidad de tomar medidas de sanidad pública. Pero hemos debido ser conscientes de que se han visto afectados, no sólo principios bioéticos recientes, como la autonomía, sino también el conjunto de las libertades. Un ejemplo de una situación que se mantiene puede ser ilustrativo de lo que decimos. Hay que ir a distopias del tipo Nosotros de Zamiatin para encontrar algo parecido al terrible sistema del COVID cero con el que los poderes chinos y los que no son chinos aterrorizan a la población, que ciertamente está empezando a hartarse.

Parece fácil hablar sobre acontecimientos ya pasados. Personalmente, creo que es la única forma de analizar con seriedad y así aprender algo del pasado; las profecías deben quedar para adivinos. Los confinamientos, los gestos rituales lavatorios, el uso de medios como la mascarilla quirúrgica, que no protegen en estos casos, pero que cumplen su función simbólica, han sido claramente medidas excesivas. Incluso en muchos sitios como España hemos estado, de facto, sin Constitución, sin garantías. La acción represora tuvo muy diversos actores; la ejercieron organizaciones internacionales, pero también Estados, fueron los medios de comunicación movilizados y solidarios hasta tal punto que abandonaron la función de opinar o informar libremente, pero también los Colegios Profesionales, las ONG y las Iglesias.

Especial referencia merecen quienes sin haber experimentado antes la sensación del poder absoluto lo disfrutaron en los momentos álgidos de la pandemia. Si muchos sanitarios merecen el máximo respeto por su comportamiento abnegado y por los riesgos que en función de su profesión corrieron, otros no. Y no me refiero al índice de deserciones, aún no aclarado, pero que no parece significativo, sino al afán de imponer conductas sobre el prójimo más allá de lo razonable. Muchos de los gurús investidos de nuevos poderes olvidaron la más elemental proporcionalidad: es decir, la necesidad de justificar fehacientemente, y no mediante hipótesis maximalistas, las causas que llevaban a limitar derechos hasta extremos que no se han visto justificados. Mucha gente murió sola y fue enterrada sin ritos ni respeto, el impacto de las medidas en niños y adolescentes apenas fue medido y el número de suicidios y enfermedades mentales se minusvaloró.

Finalmente, toda una cultura bioética y no sólo bioético sino de gestión con garantías se ha visto sepultada por la alarma de esos días. Sorprendentemente los contratos opacos, las investigaciones insuficientes, los beneficios desorbitados, las acciones de las grandes compañías sobre lo que hoy se llaman colectivos vulnerables, no han sido vigilados por los medios que las sociedades civilizadas han desarrollado. Ante la Pandemia, como ante determinadas guerras, los instrumentos jurídicos de los sistemas representativos se han suspendido. Cabe, sin embargo, la esperanza de que, al ser ahora menos acuciante el pánico, y al sentirnos inundados por un cierto sentimiento de vergüenza, podamos evaluar lo acontecido desde los medios que supuestamente nos había proporcionado la bioética.

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