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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El diálogo-trampa o por qué el Estado no puede ceder al chantaje separatista

El procés ha sido una sucesión de trampas, trucos y ambigüedades. La declaración de Puigdemont no es sino la trampa definitiva: la negociación como instrumento para facilitar la secesión


Toda España y toda Europa estuvo anoche pendiente de un parlamento regional. La amenaza que se cernía sobre la cuarta economía de la Zona Euro era nada menos que su desaparición. Centenares de medios de comunicación, nacionales y extranjeros, se acreditaron para presenciar lo que podría ser el inicio de una gigantesca crisis para el proyecto europeo y un peligroso precedente para regiones que, como Flandes, Venecia o Córcega, tienen veleidades independentistas.
El president de la Generalitat advirtió el mismo 1-O, y en entrevistas posteriores, que seguiría su propia legalidad paralela, a saber: publicación oficial de los resultados del (ilegal) referéndum y, en caso de victoria del Sí, declarar de manera unilateral la independencia de Cataluña en forma de república. Así iba a producirse hasta que una hora antes del pleno, y según el conseller portavoz Jordi Turull, el Govern recibió “llamadas de última hora”. Informaba Turull de “mucha gente que ha dicho que si hacíamos esto estaban dispuestos a actuar”. No dio ni un solo nombre pero insistió en que los mediadores existen.

Un mensaje para los incautos

Así, la inédita independencia en diferido fue la fórmula para contener la frustración del separatismo social y de las CUP y que, además, pone el balón en el tejado del Gobierno de España: “por nuestra parte, queda ratificada nuestra voluntad de diálogo con un gesto como el de ayer”. Una vez más, la enrevesada retórica del separatismo conseguía proyectar un mensaje a los incautos: Puigdemont frena la catástrofe y extiende la mano al diálogo.
Los incautos son los líderes internacionales, porque en España, salvo Pablo Iglesias y los suyos, ya nadie cree a los sediciosos. Puigdemont volvió a intentar “engañar al Estado” tal y como hizo Artur Mas durante su presidencia.

En un discurso leído y perfectamente medido, el president asumió “el mandato” de un referéndum ilegalizado por el Tribunal Constitucional. Un referéndum que, además de ajeno a la ley, se produjo de manera irregular, sin ninguna garantía, ni control, ni responsable fiables e independientes en el recuento.
Incluso en su fórmula enmascarada, explica EL País en su Editorial, la DUI viola todas las normas. “Porque adorna su abrogación en Cataluña. Porque desprecia el Estado de derecho y ningunea los mecanismos imprescindibles para emprender cualesquiera reforma legal. Porque desobedece la suspensión del Tribunal Constitucional contra todos los actos que pretendan aplicar y/o desarrollar el ilegítimo e ilegal referéndum del 1-O. Porque se realiza desafiando la mayoría cualificada parlamentaria necesaria incluso para cualquier cambio de la ley desde la ley”.

Imposible diálogo

La esperpéntica declaración de independencia, como todo el procés que le ha precedido, fue una sucesión de trampas, trucos y ambigüedades. Porque los efectos retardados de la secesión no ocultan el golpe al estado de Derecho y a la unidad nacional. Porque posponer los efectos “unas semanas” no implica en absoluto la renuncia a la secesión sino la cronificación de una situación de inseguridad jurídica inaceptable. Porque Puigdemont “asume el mandato” inapelable de crear “un Estado independiente en forma de república”, y sobre todo porque se trata de una decisión que, aunque aplazada, se presenta irreversible.
Tan tramposo es el presunto “aplazamiento” de la secesión como las llamadas al diálogo. El dialogo, como antes “la democracia” y antes “el derecho a decidir”, es, en manos del separatismo, un significante al que se le ha cambiado el significado. Puigdemont y los suyos sólo entienden la pretendida “negociación” como instrumento para facilitar la secesión. Los resultados del invocado “diálogo” están ya pretedeterminados: sólo pueden conducir a la secesión.
Las mediaciones internacionales se han producido siempre en coflictos entre Estados. Lo contrario, la mediación entre un Estado y una región del propio Estado supondría la quiebra de facto de la soberanía nacional. Y supondría, también, el reconocimiento de Cataluña como un actor soberano y homologable al Estado español.
Para colmo, y tras la sesión plenaria, la mayoría separatista del Parlament firmó dentro del propio edificio, esta vez sí, una declaración de independencia inequívoca: “En virtud de todo lo que se acaba de exponer, nosotros, representantes democráticos del pueblo de Cataluña, en el libre ejercicio del derecho de autodeterminación, y de acuerdo con el mandato recibido de la ciudadanía de Cataluña, CONSTITUIMOS la República catalana, como Estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social”.
 
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