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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

García Serrano y el chivato Errejón

Errejón apuntó y los elegetebé dispararon. O sea, Errejón publicó el tuit y Arcópolis denunció. El modus operandi habitual, ahora que son alguien.

Antes, la extrema izquierda, después de pegarte, te denunciaba. Cubiertos por una nutrido fuego de metralla legal y mediática, la probabilidad de salirse con la suya era bastante alta. Claro, que ahora que especulan con VPO, solo apuntan: los que disparan son otros.
Pero la delación les sigue resultando una pulsión incontrolable, irradiada desde su alma comunista a aquellas sociedades en las que la patología alcanza la categoría de norma, como es el caso. La delación constituye el tuétano de la perversión bolchevique, que la convierte en objeto de culto.
Sólo en la Unión Soviética se le erigieron estatuas al pobre canalla de Pavel Morozov que, enviando a su padre al gulag, se convirtió en el modelo de joven comunista por antonomasia: el chivato. Tras él, millones de niños en la URSS aspiraron a encarnarse en Morozov, y denunciaron al partido que sus padres escondían a Trotsky en el sótano de casa, que los nazis les visitaban con regularidad semanal o que mamá robaba grano del koljós.
Con la excepción de la monstruosa mutación comunista, en todo tiempo y lugar, el delator –junto al cobarde y al traidor, y algo de ambos reúne el chivato- ha sido universalmente reprobado: en el ámbito familiar, en el escolar, en el laboral y hasta en el mundo del hampa, en donde los códigos de honor parecen tener mejor acogida que en Podemos.
El que Errejón apunte a Eduardo García Serrano no es, seguramente, capricho. Si existe una compulsión del nombre, como quería Jung –esto es, que el patronímico determine nuestra personalidad y, si no, que se lo digan a Rufián-, algo semejante cabe asegurar del rostro de pitagorín repelente niño-vicente de Errejón como espejo de su alma delatora.
Errejón arroja la carnaza a la jauría elegetebé de guardia, que esgrime contra García Serrano el delito de odio, esa fantasmagoría orwelliana en forma de atribución discrecional para unos tribunales que sirven a su señor.
Si el delito de odio se va a aplicar a aquellos que, acaso en un exceso verbal incidental, pudieran incurrir en el menosprecio de no sé qué colectivo –colectivo que es siempre el mismo, violentando toda probabilística-, ¿qué habría de hacerse con aquellos cuyo basamento ideológico es algo llamado “lucha de clases” y “guerra civil mundial”, que justifican y celebran procesos históricos que han causado decenas de millones de muertos?
¿Qué habría que hacer con quienes gritan a cara descubierta “a por ellos, como en Paracuellos”, “arderéis como en el 36” o “la única iglesia que ilumina es la que arde”? Señores de Arcópolis, ¿de verdad quieren delitos de odio? Pues aquí tienen una muestra, espigada entre los literalmente cientos de las que pueden encontrarse en Twitter:
“Chicas, ante la duda, un chuchillo de cocina mientras duerme. Acordaos que es entre la 4° y la 5° costilla justo a la izquierda del esternón”.
¿Le parecerá suficiente a Errejón el odio que destila como para perseverar en su carrera de delator? ¿Será para Arcópolis razón para una denuncia?
Por supuesto que no. Los predicadores de la tolerancia no están dispuestos a conceder al prójimo lo que no hace mucho reclamaban para sí. Si les dejamos, si no se lo impedimos, llevarán la represión tanto más lejos cuanto más nos internemos en el reino de la locura, husmeando la herejía tras cada palabra, tras cada pensamiento.
García Serrano aseguró estar dispuesto a enfrentar la justicia (con minúscula) para evitar que sus nietos fueran intoxicados por quienes aspiran a imponerles –a imponernos- la ideología de género.
En su delación y en su denuncia, los sabuesos han terminado por dar la razón a García Serrano. Ni siquiera ha hecho falta que ningún agente elegetebé irrumpa en las aulas del colegio de sus nietos con el manual de ingeniería sexual para ser citado ante los tribunales.
Ha bastado con decirlo; ha bastado con pensarlo.
 
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