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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La persecución religiosa durante la revolución de octubre de 1934

La izquierda española sigue reivindicando a los revolucionarios de octubre de 1934, a los que considera como héroes.

Los presenta como luchadores de la libertad frente a un Gobierno -por cierto republicano- que cometía lo que para ellos era una traición a la democracia: permitir que entrasen en el Ejecutivo tres ministros que pertenecían al partido que había ganado las elecciones generales, la CEDA.
Lo que es el mayor ataque a la democracia: no respetar el resultado de unas votaciones, se convierte para la izquierda en un logro de lo que ellos denominan “la clase obrera”. Una clase obrera que logró mantener la revolución en las zonas mineras asturianas del norte de España durante dos semanas.
Entre esos logros que tanto reivindica la izquierda española se encuentra el asesinato de 34 religiosos y la quema y destrucción de 58 templos, con sus correspondientes obras de arte en el interior. Eso sí, previamente fueron saqueadas y robado todo objeto de valor que pudiera ser vendido por los milicianos.
A estos datos habría que sumar el asesinato de tres religiosos en Cataluña, durante las escasas horas que duró la república independiente declarada por el anticlerical Luis Companys.
Los asesinatos comenzaron el mismo día que la revolución en la que participaron comunistas, anarquistas y socialistas. La primera víctima fue Luciano Fernández, párroco de Rebollada que el mismo 5 de octubre era golpeado a culatazos de fusil hasta su muerte, tras la cual, su iglesia era quemada. Poco después, en Mieres, los novicios Baudilio Alonso y Amado Andrés son golpeados y, cuando estaban inconscientes, se les arroja al río, donde mueren ahogados. Todavía ese mismo día los milicianos comunistas asesinaron al párroco de Sama de Langreo, Venancio Prada, al que se le disparó un tiro en la cabeza.
El 6 de octubre, los revolucionarios incendiaron la residencia de los Pasionistas, muriendo dos empleados, ninguno de ellos religioso, quemados dentro del edificio.
Un día después, en Oviedo, los revolucionarios fusilaron a los seminaristas César Gonzalo Zurro, de 21 años; Ángel Cuartas Cristobal, 24 años; Mariano Suárez Fernández, 24 años,; José María Fernández Martínez, 19 años; Juan José Castaño Fernández, 18 años; y Jesús Prieto López, 22 años. También el día 7 fue asesinado el ecónomo de San Esteban de Cruces, Graciliano González Blanco; en Santullano, matan a los jesuitas Emilio Álvarez y Juan Bautista Arconada.
El 8 de octubre, el padre Vicente Pastor es martirizado y después asesinado en el matadero del municipio de San Lázaro y en Oviedo las víctimas aquel día fueron el vicario general, Juan Puertes Ramón y el secretario del obispado, Aurelio Gago.
El día 9 de octubre, fueron asesinados los denominados Mártires e Turón: José Sanz Tejedor, Filomeno López López, Claudio Bernabé Cano, Vilfrido Fernández Zapico, Vicente Alonso Andrés, Román Martínez Fernández, Manuel Seco Gutiérrez y Manuel Barbal Cosín. Junto a ellos, los revolucionarios mataron también al sacerdote argentino Héctor Valdivieso Sáez y al pasionista de Mieres Manuel Canoura Arnau.
El 10 de octubre la víctima de los milicianos fue el párroco de Olloniego, Joaquín del Valle Villa.
Un día después los revolucionarios intentaron volar la Catedral de Oviedo, consiguiendo destruir en su totalidad la Cámara Santa.
El 12 de octubre el carmelita Eufrasio Barredo, superior del convento de los Carmelitas de Oviedo, también fue asesinado.
El 13 de octubre los milicianos asesinaron y martirizaron a los padres paules Tomás Pallarés Ibáñez y el hermano coadjutor Salustiano González Crespo y en Santa María la Real de la Corte fue asesinado el párroco Román Cossío Gómez.
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