«¡Santiago y cierra, España» no significa los que el viejo mester de progresía ha hecho creer a generaciones enteras de españoles, empezando por el pobre Sancho Panza  que, en el Quijote, muestra su pasmo sobre el significado de la frase perguntándose si » por ventura es que España está abierta y es menester cerrarla». Sancho Panza, como millones de españoles, antes y después de él, ignoraba el valor y la función de ese signo de puntuación que es la coma, en la misma medida que Felipe González y sus genios propagandísticos cuando redactaron el famoso lema del Referéndum OTAN. ¡Ay, las comas! que mal colocadas, ninguneadas o soslayadas te cambian el sentido de una frase y de la voluntad del que la expresa. De ahí que los notarios abominen de los testamentos ológrafos.
«¡Santiago y cierra, España!» no es, pues, de ninguna manera, ese grito endogámico de la España tenebrista, cerrada sobre sí misma, enemiga de la libertad y del progreso que todos los que se han permitido el lujo cultural de escupir sobre nuestra propia Historia han proyectado y fomentado con mucho éxito, por cierto. Desde el más tonto al más listo; como por ejemplo, Ramón María del Valle-Inclán, quien en su obra «Luces de Bohemia«, pone en labios del modernista Dorio de Gádex «Santiago y abre España, a la libertad y al progreso». Aún sin quererlo, acierta Valle-Inclán. Claro que el acierto azaroso, surgido de la voluntad expresa de querer decir todo lo contrario, es la peor forma de acertar porque, efectivamente, «¡Santiago y cierra, España» nace de la firme voluntad de los españoles de conquistar su libertad y, a partir de ella, el progreso que convirtió a España en la primera potencia mundial durante siglos y en todos los órdenes, no solo el militar, también el cultural, científico y artístico.