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A mí también me gustaría ser Cary Grant

Todo el mundo, frailes incluidos, está de acuerdo en que, en efecto, el hábito no hace al monje. Se sabe que porque tal o cual fulano lleve puestos unos pantalones cortos de esos del Decathlon no significa que sea capaz de trotar más allá de cien o doscientos metros. Tampoco el hecho de llevar un esmoquin quiere decir que uno sea un galán. Puede, perfectamente, ser el que sirve los cócteles en una celebración o el testigo de las nupcias. Ahora bien, seamos claros, la forma de vestir está muy relacionada con lo de respetarnos los unos a los otros y querernos bien a nosotros mismos. E igual que algunos no saben eso de que hay que vestir para la ocasión, otros han nacido como si hubiesen llevado hábito desde el mismísimo día en que fueron concebidos. Últimamente cuesta bastante encontrar ciertos referentes vivos de elegancia, todo sea dicho. Y eso es una pena. 

La forma de vestir está muy relacionada con lo de respetarnos los unos a los otros y querernos bien a nosotros mismos

En fin, que de lo que hay que hablar siempre es de Cary Grant y la elegancia. A lo clásico hay que volver siempre o, mejor dicho, de lo clásico no deberíamos marcharnos nunca. Así de claro. Porque hay que tener claro que lo sano es que el corazón se alegre cuando Cary Grant, naturalmente bien vestido, y besa a la chica. Aunque ahora dirían que si masculinidad tóxica o algo así. La elegancia hay que llevarla siempre por bandera. Uno puede que nunca se halle en medio de la nada en la inmensidad de Dakota del Sur ametrallado por una avioneta, pero esa situación, si te encuentra, es mejor que te pille bien vestido. Al menos con el bajo de los pantalones bien cogido, por el qué dirán. Cary Grant todo eso lo sabía muy bien y creo que fue, y será, el más elegante de la historia del cine. 

A lo clásico hay que volver siempre o, mejor dicho, de lo clásico no deberíamos marcharnos nunca (…). La elegancia hay que llevarla siempre por bandera

Claro que él es, precisamente, historia del cine propiamente dicha. Y en ese cine nos demostró que podía hacer de todo: de protagonista, de antagonista, de bueno, de no tan bueno, de héroe de la aviación, de vagabundo, de borrachín, de exmarido celoso, de ladrón de guante —y pelo— blanco, de solterón, de científico despistado, de niño haciendo el indio, de vago sospechoso, de soldado bravucón, de Cole Porter, de ángel, de novia, tortuga, espía enamorado a su pesar y sobrino de dos encantadoras asesinas. Nos demostró que podía hacer de todo sin dejar de ser nunca Cary Grant. Lo que no pudo —o no quiso— fue dejarse ver pronunciando eso de: «Bond, James Bond». Pero esa es otra historia.

Hablar de Cary Grant es hablar del cine hecho obra maestra (…). Es hablar de todos esos géneros que dominó. Es hablar de que los mejores casi nunca tienen un Oscar, salvo el Honorífico

Hablar de Cary Grant es hablar del cine hecho obra maestra. Hablar de Cary Grant es hablar de una época en la que cada año tenías películas de Howard Hawks, George Cukor —el hombre que le cambió el lado de la raya del pelo, del izquierdo al derecho, tengo entendido—, Alfred Hitchcock, George Stevens, Stanley Donen, Leo McCarey. Hablar de Cary Grant es hablar de todos esos géneros que dominó: la comedia, el drama, la aventura, la acción, la intriga, la parodia, el musical, y todos ellos mezclados. Hablar de Cary Grant es hablar de que los mejores casi nunca tienen un Oscar, salvo el Honorífico. Hablar de Cary Grant es hablar de la imagen del cine, de los besos a las chicas, del saber estar y, ya les decía, de la elegancia. Aunque una cosa es hablar de actores elegantes y otra cosa es hablar de Cary Grant.

Cary Grant es todo lo bueno y distinguido del cine, lo amable y bonito de la vida, lo que queremos ser —a eso voy luego—, el caerse de la silla por ser un torpe, pero tener siempre la frase perfecta para salir airoso de la situación, es todo lo que deberíamos aspirar a ser y transmitir. El cine de Cary Grant es el cine donde vivir, porque en Tú y yo, Gunga Din, Mi esposa favorita, Con la muerte en los talones, Charada, La pícara puritana, Noche y día, Sólo los ángeles tienen alas, Luna Nueva, Encadenados, Serenata nostálgica, Operación Whisky, El solterón y la menos, La novia era él, Página en blanco, Me siento rejuvenecer, y Operación Pacífico podríamos quedarnos un par de eternidades. Y es que, aunque suene cursi, en ese trocito de cielo que pudiera llegar a tocarme, si se me da bien esto de la vida, tiene que haber una estantería con toda su filmografía. Dios no se quedará corto. 

Decía Stanley Donen que hubo una época en la que si le preguntaban a cualquier hombre quién le gustaría ser, la respuesta era «Cary Grant», mucho más a menudo que «el Presidente de Estados Unidos». Y hasta él, quiero decir, él mismo, vamos, Cary Grant, respondió una vez que «claro que a todos les gustaría ser Cary Grant. Incluso a mí». Hace unos años tuve que cambiar de gafas y me compré esa edición C.G. de Oliver Peoples, que son las que Roger O. Thornhill utiliza en Con la muerte en los talones, porque sí, como no puede ser de otra manera, a mí también me gustaría ser Cary Grant. Espero que al cine de hoy en día no se le dé por estrenar uno de esos dichosos biopics.

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