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Clásicos para las estaciones (I): el verano

Propone Italo Calvino en el prólogo de su Por qué leer los clásicos, editado por Siruela, que «los clásicos son esos libros de los cuales suele oírse decir: “Estoy releyendo…” y nunca “Estoy leyendo…”». Me gusta mucho esa definición y pienso que con las películas ocurre otro tanto de lo mismo. Últimamente se ha puesto moda decir eso de «estoy revisitando». A mí me parece un poco rebuscada y huyo con terquedad de ella, encuentro mucho más placer en el uso de la perífrasis reiterativa «volver a». Y es que un sencillo «pues me he vuelto a ver…» creo que es la expresión perfecta para instituir a tal o cual película como un clásico.

A los clásicos siempre hay que volver, o, como acostumbro a decir, de los clásicos no deberíamos marcharnos

Y como a los clásicos siempre hay que volver —valgan las redundancias— o, como acostumbro a decir, de los clásicos no deberíamos marcharnos, regresen conmigo a ellos, pero ahora, hagámoslo por estaciones.

Los veranos siempre saben un poco como a ese champán que se toma la princesa Anna en el Café Rocca en Vacaciones en Roma, a los amores pasajeros, a los encaprichamientos y a esas cosas que pasan demasiado rápido, pero que hay que saborear bien.

Regresemos a Vacaciones en Roma, (1953), de William Wyler. Y hagámoslo por el placer de ver a Audrey Hepburn comerse ese helado en la Piazza de Spagna, o por verla cogida de la cintura de Gregory Peck. Hagámoslo ahora porque los veranos siempre saben un poco como a ese champán que se toma la princesa Anna en el Café Rocca, a los amores pasajeros, a los encaprichamientos y a esas cosas que pasan demasiado rápido, pero que hay que saborear bien.

Regresemos a Atrapa a un ladrón, (1955), de Alfred Hitchcock. Y hagámoslo porque si hay una película que haya respirado más verano, playa, mar y azul del maestro del suspense es esta intriga romántica de Cary Grant con Grace Kelly. Viajar a la Costa Azul para alojarnos en el Carlton bien vestidos y darnos un baño en el cálido Mediterráneo o ser perseguidos y acusados de robo a ancianas ricas por los acantilados de esa región, mientras ella conduce un MG es un plan estupendo para una de esas tardes estivales en las que, estando de vacaciones, nos pilla la tormenta.

Charada es una de las películas más enrevesadas de la historia del cine. Y en verano uno tiene que reírse mucho.

Regresemos a Charada (1963), de Stanley Donen. Y hagámoslo un poco como apuesta personal de quien escribe; porque Cary Grant nunca estuvo tan fuera de sí como en esta locura a caballo entre la comedia romántica, la de enredos y una de espías. Grant se interpreta a sí mismo, se reinterpreta, y bebe de todos sus trabajos anteriores para configurar a este personaje. De Audrey Hepburn poco más se puede decir. Ella sola es la película, es el cine. Hagámoslo, también, porque sale Walter Matthau, que siempre es bien, y porque puede que sea una de las películas más enrevesadas de la historia del cine. Y en verano uno tiene que reírse mucho. Ah, y ocurre en un París bonito, que me parece como muy estival.

Regresemos a Cinema Paradiso. Y hagámoslo porque es el amor al cine filmado, porque aquel pequeño Totó, en su pequeña Sicilia, hemos sido todos cuando éramos críos y nos apasionábamos

Regresemos a las dos —hay más— Muerte en el Nilo (1978 y 2022), de John Guillermin con Peter Ustinov como Poirot y de Kenneth Branagh con Kenneth Branagh respectivamente. En realidad quiero que regresemos a Agatha Christie, pero sigo. Y hagámoslo porque el verano es tiempo de regresar a esos clásicos de la novela policíaca y detectivesca que siempre digo que huelen a arena y salitre, que todos leímos en las ediciones de nuestras padres o abuelos, Molino, Bruguera… y que son siempre un acierto. A mí, personalmente, me gusta mucho más la versión de 1978, pero la de Brannagh tiene unos decorados impresionantes. Cualquiera se imagina en ese viaje por el gran río de Egipto, cualquiera viaja, qué narices, a Egipto con estas obras maestras.

Pero si hay alguna estación del año que se parece más al cine, esa tiene que ser el verano

Regresemos a Cinema Paradiso (1988), de Giuseppe Tornatore. Y hagámoslo porque es el amor al cine filmado, porque aquel pequeño Totó, en su pequeña Sicilia, hemos sido todos cuando éramos críos y nos apasionábamos. Y es que creo que, ustedes verán, no hay mejor momento que el verano para apasionarse, o reapasionarse, con aquellas cosas que nos hacen más felices. «La vida no es como la has visto en el cine», le dice Alfredo, viejo encargado del Cine Paraíso, al Totó adolescente. Pero si hay alguna estación del año que se parece más al cine, esa tiene que ser el verano.

Regresemos este verano, como poco, a estas cinco propuestas que les dejo —y pásense por Locuras de verano (1955), de David Lean, que es en Venecia, y por Tiburón (1975), de Steven Spielberg, que es aterradora, y se me habían olvidado—y así, en septiembre, podremos decir que hemos estado en Roma, en el Egipto de los misterios, nadando en las playas de Cannes, resolviendo asesinatos, devorados por tiburones o en alojados en el Carlton de la Costa Azul. Regresemos a esas cinco para poder decir que nuestro viaje fue en tren, en Vespa, en un crucero por el Nilo, corriendo por las calles de París, en un cine de la vieja Sicilia o en un MG por los acantilados de Villefranche-sur-mer. Regresemos al cine clásico, al buen cine, al feliz, y así, en septiembre, a la vuelta, podremos mirarnos dos meses atrás y decir eso de «caray, qué bien lo hemos pasado».

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