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Conversaciones con los clásicos: Tocqueville

¿Qué nos hace modernos? Muchos piensan que estar pendientes del presente y oponerse al pasado antiguo para ser parte de las tendencias de la actualidad. Para otros, más intelectuales, el sentido de individualismo, la confianza en las infinitas posibilidades del progreso político, económico y tecnológico en un mundo cada vez más secular es una definición de cajón del modernismo. Otro grupo más crítico diría que lo moderno es cosa del siglo pasado y que aún no innovamos adecuadamente muchas formas tradicionales de pensamiento, y por eso ni siquiera sabemos si somos o no modernos. Ante la variedad de posturas respecto a lo que nos hace modernos es evidente que sí podemos estar de acuerdo en que hoy pensamos y vivimos distinto a siglos pasados. Sin embargo, no por eso debemos olvidarnos de lo que sucedió antes de nosotros. Mucho menos desecharlo, como si no tuviera valor alguno.

Grandes pensadores políticos de diferentes tiempos, desde Maquiavelo (donde considero que empieza el pensamiento político moderno) hasta Ortega y Gasset o Roger Scruton, mantuvieron una conversación con otros pensadores antiguos o considerados clásicos. ¿Cómo? Leyéndolos comprendiéndoles, criticándolos o conservando, a través de su pensamiento y propuestas, ciertos principios o aprendizajes de quienes vivieron antes que ellos. Por eso, ante tantos problemas sociopolíticos a los que nos enfrentamos hoy, continuar la conversación con los clásicos nos puede ayudar a navegar la modernidad.

Hoy en día, diversos grupos pelean por obtener un espacio en la plaza pública y, finalmente, en el poder público. Para algunos, la tarea es convencer a los demás, pero para otros es imponer su pensamiento bajo la consigna de que, si la mayoría lo quiere, es democráticamente válido. En numerosas ocasiones estos últimos son exitosos, logrando lo que el francés Alexis de Tocqueville temía tanto: la tiranía de la mayoría.

Según Tocqueville, la pasión por la igualdad tiene dos desenlaces: impulsar a los individuos a que todos sean mejores y fuertes o rebajar a todos a un mismo nivel de envilecimiento y mediocridad

El punto de partida ideal para conversar con Tocqueville es revisitando lo que este pensador creía sobre la igualdad y la libertad en democracia. Su libro más famoso es Democracia en América (1835), una de las obras más relevantes sobre la democracia estadounidense y diversos aspectos de la vida política y social de aquel país a inicios del siglo XIX. En ella, Tocqueville describe cómo vio con sus propios ojos los resultados del espíritu democrático que se expandía por todo el mundo. No era solamente un espíritu democrático aplicado a la organización o forma de gobierno, sino que se esparcía también en las relaciones y condiciones sociales de la población americana.

Aquella sociedad aristocrática basada en el privilegio y con marcadas jerarquías sociales de la que venía Tocqueville estaba muriendo. En su lugar, se imponía la sociedad democrática, donde la libertad del individuo y el anhelo por la igualdad eran (y continúan siendo) fundamentales para quienes le apoyan. Ahí es donde comienzan las reservas del pensador en cuanto a la tendencia de apasionarse por la igualdad, poniendo en riesgo la libertad. Según Tocqueville, la pasión por la igualdad tiene dos desenlaces: impulsar a los individuos a que todos sean mejores y fuertes o rebajar a todos a un mismo nivel de envilecimiento y mediocridad.

«Creo que los pueblos democráticos tienen un gusto natural por la libertad; abandonados a sí mismos, la buscan, la desean y ven con dolor que se les aleje de ella. Pero tienen por la igualdad una pasión ardiente, insaciable, eterna e invencible; quieren la igualdad en la libertad y, si así no pueden obtenerla, la quieren hasta en la esclavitud; de modo que aguantarían la pobreza, la servidumbre y la barbarie, pero no la aristocracia» (1835).    

Hoy en día lo vemos en diversas políticas públicas nacionales y otras que cruzan fronteras. Por ejemplo, con la agenda ambientalista que busca nivelar hacia abajo a los países, impidiendo su desarrollo y la creación de oportunidades económicas para la población. Esta pasión por la igualdad también está presente en aquellas políticas redistributivas que son económicamente inviables y crean, por un tiempo, la ilusión de igualdad material entre las personas; pero tarde o temprano son insostenibles, creando aún más desigualdad que antes. Ese ferviente amor por la igualdad desemboca al final en socialismo.  

Ahora bien, la igualdad en lo social se abre camino hacia lo político. Esto crea un despotismo que Tocqueville nunca había visto, pero que nosotros sí que conocemos.

Esta tiranía de la mayoría también está presente en el proceso que lleva al poder a populistas que seducen a las masas y terminan quebrando a países enteros

Tocqueville señaló las excepcionalidades de la democracia estadounidense, y también identificó que esta tiene otro manojo de amenazas inherentes. Si bien la democracia se basa en el «poder del pueblo», cuando este alcanza cierta dimensión las decisiones ya no pueden tomarse de forma directa. Por lo tanto, se recurre a la regla de la mayoría. Lo que la mayoría diga se cumple, sin importar quién salga herido, pues la mayoría, se supone, sabe lo que hace. Esto origina la tiranía de la mayoría. Para Tocqueville, esta tiranía representa a un grupo grande, mayoritario, que anula o busca suprimir los intereses u opiniones de la minoría.

Esta tiranía es visible en las decisiones electorales de la población, cuando los ciudadanos eligen a representantes que se asemejan a ellos para promover sus intereses. Por ejemplo, en el Estados Unidos contemporáneo, la ola de políticos demócratas que impulsan leyes para subir impuestos a «los más ricos», aprobar políticas proaborto o incluso leyes que buscan silenciar a quienes piensan distinto, se asemejan a una mayoría cuya ideología procuran canalizar a través de políticas públicas, sin tomar en cuenta que hay minorías en contra. Lamentablemente, esta tiranía de la mayoría también está presente en el proceso que lleva al poder a populistas que seducen a las masas y terminan quebrando a países enteros, como hemos visto desde hace años en Iberoamérica.

La tiranía de la mayoría no solo se encuentra en las citas electorales; también la podemos encontrar en la opinión pública. Tocqueville elogiaba la libertad de expresión y la consciencia que vio en Estados Unidos. Sin embargo, «en Norteamérica, la mayoría traza un círculo formidable en torno al pensamiento. Dentro de ese límite el escritor es libre, pero ¡ay, si se atreve a salir de él! No es que tenga que temer un auto de fe, pero estará amargado por los sinsabores de toda clase de persecuciones todos los días» (1835).  

Hoy lo vemos con la mentalidad de turba dentro y fuera de las redes sociales. En muchas de ellas se puede opinar, por lo general, libremente, pero si alguna opinión es contraria o diferente a la de la mayoría, se da un linchamiento virtual. La pasión por la igualdad se vuelve tan grande que está presente también en las ideas u opiniones, que cada vez se vuelven más uniformes. Disentir con la mayoría se vuelve un pecado o una condena. La corrección política es un claro ejemplo de la tiranía de la mayoría.

Conversar con el fránces es evaluar críticamente los beneficios y las desgracias de la democracia, así como el despotismo que nace dentro de ésta

Si bien Tocqueville advirtió de los peligros de la democracia, las mayorías y la pasión desenfrenada por la igualdad, también habló de los medios para hacer la revolución democrática provechosa para el resto de la humanidad. Tocqueville consideraba que la incesante igualdad en democracia también provoca un fuerte sentimiento de individualismo. Él distinguía entre el individualismo y el egoísmo. Por un lado, el egoísmo lo veía como una postura moral, en la cual las personas se concentraban demasiado en ellas mismas. Por el otro lado, pensaba que el individualismo era más grave. Lo veía como la ausencia de virtud pública: una persona que se enfoca tanto en sí misma que se separa de sus conciudadanos y el quehacer de la vida pública. Con esta preocupación en mente, es fácil comprender por qué Tocqueville veía en las asociaciones libres un antídoto a las tendencias homogeneizadoras de la democracia.

La sociedad civil, conformada por la asociación voluntaria de individuos que forman diversos grupos enfocados en asuntos políticos, religiosos, académicos, recreativos, empresariales o investigativos son claves para sacudir la apatía y el individualismo de las personas. Involucrarse en este tipo de agrupaciones hace que las personas se preocupen por asuntos que les trascienden, y demuestra que es posible que los individuos se unan para resolver problemas o hacer avanzar sus intereses sin necesidad de la ayuda del Estado.

Hoy la tradición del asociacionismo continúa siendo relevante, pues la sociedad civil tiene un papel como contrapeso al poder público. Señala y moviliza a la ciudadanía para impedir que los gobernantes de turno cometan repetidos abusos de poder. Permite también el florecimiento de ideas y opiniones diversas. En Nicaragua, por ejemplo, la ciudadanía tiene pocos espacios para canalizar su descontento y hacerse escuchar, pues la sociedad civil fue prácticamente reducida a cero por el régimen autoritario de Ortega.

La conversación con Tocqueville abarca puntos que son cada vez más relevantes para nosotros los «modernos». Conversar con el fránces es evaluar críticamente los beneficios y las desgracias de la democracia, así como el despotismo que nace dentro de ésta. También es cuestionar y poner en una balanza la libertad y la igualdad, teniendo en cuenta las peligrosas actitudes y tendencias de la pasión por la igualdad. Finalmente, conversar con Tocqueville es resaltar la relevancia de la libertad de asociación en un mundo donde los autócratas encuentran cada vez más formas ingeniosas para hacerse del poder a costa del sufrimiento ciudadano.  

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