«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU

El alma de EspaƱa

Casteller en Barcelona. Europa Press

En mis aƱos universitarios, la Ā«aldea globalĀ» era una constante en el regurgitar de grandilocuencias forĆ”neas. En todo tipo de clases y por toda clase de tipos el concepto de Marshall McLuhan sobrevolaba nuestros pupitres preconizando un mundo mĆ”s pequeƱo y manejable gracias al progreso de las comunicaciones. Una oda a la hiperconectividad con sede en un lugar llamado mundo. Un mundo que, sin ser una categorĆ­a polĆ­tica, gozaba y sigue haciĆ©ndolo de una excelente metabolización polĆ­tica y mediĆ”tica. ĀæLa consecuencia? Una hernia de hiato de barbarismos que pocos Ć©ramos capaces de asimilar. Y mientras tanto, las soberanĆ­as nacionales diluyĆ©ndose a fuego lento. 

Todas nuestras experiencias son locales, luego nuestra experiencia de patria no puede ser una entelequia

En este contexto, una respuesta desbocada corre el riesgo de incurrir en las mismas fallas que decimos combatir; es decir, enaltecer un centralismo patrio como reacción al globalismo apĆ”trida. Como querer apagar un fuego con chispas. Un epĆ­tome de la modernidad tensionado por la sensual succión del terruƱo. 

Todas nuestras experiencias son locales, luego nuestra experiencia de patria no puede ser una entelequia. Las regiones no son un edulcorante, un aƱadido caprichoso o mera lujuria colorista. Son el alma misma de EspaƱa. Son, en palabras de VĆ”zquez de Mella, los afluentes que desembocan en el rĆ­o, que es la nación. Que nacen como fuentes de la roca, se filtran por el musgo y van formando arroyos; arroyos que se convierten en torrentes, torrentes que acaban siendo rĆ­os; rĆ­os cuyo Ć­mpetu acaba marcando el curso del mar. Un chapuzón subsidiario que emerge de la familia, se agrupa en el municipio, se articula en la comarca y culmina en la nación –regiones mediante–. 

Las regiones no son un edulcorante, un aƱadido caprichoso o mera lujuria colorista. Son el alma misma de EspaƱa

Porque EspaƱa es una y diversa al mismo tiempo. De las metrópolis superpobladas a las aldeas condenadas al silencio neonatal; del agreste paisaje y los baserris de anchos muros a la hondura andaluza, el quejĆ­o ancestral y los compases flamencos. Una EspaƱa atravesada por rayas rojas y doradas, como en el histórico escudo de la Corona de Aragón, y mecida por el ritmo de vida que imprimen sus tradiciones y fiestas populares. Fiestas como la romerĆ­a de la Virgen de Sacedón y la de la Vega; San Isidro Labrador, San JosĆ© y Semana Santa. La subida a PeƱa Negra, la bajada al Faro del Caballo y las Hoces del Cabriel. Porque la patria es, aunque no solo, la red de relaciones entretejidas en el seno de los municipios. En las fiestas, sĆ­, pero tambiĆ©n en el estanco y en el quiosco. En las relaciones cotidianas; en los hĆ”bitos sanos y en los malsanos; en la comunidad, en la localidad y en el distrito. 

Municipios como Sagunto, Gavilanes o Pedrajas de San Esteban; Madrid, Valencia o Barcelona; Llanes, Talarn o San Vicente de la Barquera. Lugares tan nuestros como unas pecas o un lunar. Solares de hidalguƭa, ascƩtica y mƭstica castellana; perfecto calibrar de las cosas y barruntos sentimentales, de oriente a poniente; seny y saudade. Fieras astadas, rocines y oficios con arraigo. Del gabarrero segoviano al sacador de corcho onubense; todos alfareros de costumbres heredadas que se vivifican hoy en nosotros.

La patria es, aunque no solo, la red de relaciones entretejidas en el seno de los municipios. En las fiestas, sƭ, pero tambiƩn en el estanco y en el quiosco

Y como todo lo genuino, nuestras fiestas y costumbres son amenazadas con su borrado o mercantilización, dejando a las comunidades locales al borde de la decrepitud. Jaque mate. Las naciones monolĆ­ticas tratan de presentarse lustrosas ocultando su languidez bajo su potencia comercial. Suma positiva excepto para los perdedores de la globalización. Menuda novedad. ĀæAcaso el aliento vital de las comarcas no es una ventaja competitiva? Ni lo sĆ©, ni me importa; pero que ni se pierda ni se venda. Y frente al borrado, revitalización, que no autoexotismo. De nuevo, lo contrario a un error no es necesariamente un acierto, sino un error en sentido contrario –como tiene a bien recordarme mi buen amigo NicolĆ”s–. La parodia autoinfligida quizĆ”s atraiga a algĆŗn que otro cosmopolita -de dentro y fuera de nuestras fronteras-, pero no merece la pena si el precio a pagar es ser un fotogĆ©nico decorado vacacional con brunch y happy hour.

No nos engaƱemos, la exaltación de la diversidad no estĆ” exenta de riesgos. El tamiz indiferenciador opera, en esta ocasión, vĆ­a separatismo y centralismo –desde el globalista al autonomista–. Por exceso y por defecto. De los zarpazos desmembradores a la patológica uniformización.

¿No son evidentes las vetas que unen a todas las regiones de España? Pues reivindiquemos nuestros asideros comunes por sepultados que estén bajo los escombros.

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