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El arraigo de las fiestas patronales

En la víspera de San Pedro, el repique de campanas al caer la tarde anuncia el inicio de la fiesta mayor que gira en torno a la festividad de uno de los patrones de mi ciudad. Los trabucos y la traca inauguran el cortejo de inicio, y los tamborileros comienzan a marcar el ritmo festivo. Los cabezudos ya bailan y abren paso a los gigantes. El baile de gitanas, el baile de cercolets y el baile de bastones potencian el ambiente alegre propio del evento y lo impregnan de un aire que habla de tradición y cultura popular. También contribuyen a ello los diablos y sus danzas; el movimiento de las bengalas al son de la música resulta cautivador. Uno no sabe a ciencia cierta si todas estas costumbres han protagonizado siempre las fiestas de este lugar o, si más bien, se han ido importando de una zona y otra durante las últimas décadas.

Uno no sabe a ciencia cierta si todas estas costumbres han protagonizado siempre las fiestas de este lugar o, si más bien, se han ido importando de una zona y otra durante las últimas décadas

Da un poco igual: frente a la pérdida de identidad a la que condena la globalización, adoptar tradiciones de pueblos cercanos parece un mal menor. La procesión termina en el ayuntamiento, donde el pregón da el pistoletazo de salida a todas las actividades y celebraciones que se llevarán a cabo a lo largo de los próximos días. Visitas culturales, espectáculos para niños, atracciones, conciertos, festivales, teatro… No faltan castellers ni sardanes, ni tampoco el baile local en el que dejan lucir sus ensayos primero niños y después adultos. Por supuesto, hay una misa mayor el día de la festividad. 

Las fiestas patronales son rasgo de nuestro país y fomentan de alguna forma el vínculo con el origen, difuminan la uniformidad a la que tiende Occidente

En el año 1630 el papa Urbano VIII publicó un decreto sobre los santos patronos que sirvió para oficializar los patronazgos de santos protectores alrededor de la Europa cristiana, pero ya eran venerados como titulares del pueblo mucho antes, como se presume al leer en el documento que «serán patronos de parroquias, villas y ciudades, con todos sus derechos y prerrogativas y con carácter inamovible, los que hubiesen venido siendo venerados como tales por costumbre inmemorial, o al menos centenaria». A pesar de que cada pueblo la vive como celebración especial y única, con sus propias características, el calendario español de junio a septiembre está salpicado de fiestas mayores que hacen honor a su santo patrón o a una festividad de la Virgen. La verbena con sus canciones típicas de verbena y su alcohol barato en vasos de plástico, las banderillas en la plaza mayor, la romería con su banda, la misa que llena la iglesia más que el día de Pascua, los toros, los autos de choque, las tómbolas. Las fiestas patronales son rasgo de nuestro país y fomentan de alguna forma el vínculo con el origen, difuminan la uniformidad a la que tiende Occidente. En el priorizar pasarlo bien a la sofisticación, en dejar rienda suelta al fervor y en perpetuar una costumbre está la riqueza de las fiestas mayores tan propias del folclore español.

En España, hay 148 fiestas catalogadas como «interés turístico nacional», de las que 92 son católicas. Esta cifra elevada pone en relieve la herencia cristiana que hemos recibido

En España, hay 148 fiestas catalogadas como «interés turístico nacional» de las que 92 son católicas. Esta cifra elevada pone en relieve la herencia cristiana que hemos recibido. Es cierto, y negarlo sería mentir, que las fiestas patronales hoy en día difícilmente pueden definirse como celebraciones católicas. Sin embargo, el motivo que las sostiene (el patrón) y aquellos eventos (la misa, la romería, las ofrendas…) relacionados con la festividad religiosa son, por un lado, testigos de nuestras raíces como sociedad cristiana y, por otro, pueden ser un instrumento para acercarse a la fe.

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