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El barbero de veraneo

Siendo el barbero del rey de Suecia un cultureta y un mistificador incansable, se ha ido de vacaciones… a unas jornadas de estudio. El lugar no podía ser más veraniego: Cáceres. Del 6 al 10 de julio, en el Palacio de los Golfines de Abajo, la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno organizaba «Descubridores». Era el fin de fiesta del programa «Young Civic Leaders», una formación en filosofía, implicación social y conocimiento del mundo actual que imparte en Madrid a veinte jóvenes (becados) durante las tardes de los viernes de todo un curso, con ponentes de primer nivel y abundantes actividades complementarias.

Elvira Roca expuso que la historia es clave para entender el presente y para predecir el futuro (…). Presentó un sombrío porvenir de Occidente

El barbero iba con el afán de oír a los conferenciantes convocados en Cáceres, pero se llevó la inesperada alegría de descubrir que también tenía mucho que aprender de los jóvenes asistentes, capaces de hacer preguntas socráticas, esto es, tan interesadas como interesantes, que enseñaban a la vez que aprendían. ¿Quién le iba a decir que en plena ola de calor y en el corazón de Extremadura recibiría el refrescante soplo de aire de pasmarse ante las nuevas generaciones? No había lugar para el pesimismo civilizatorio que, a ratos, nos embarga viendo las noticias. Ante ese puñado de jóvenes dispuestos a echarle un pulso y a torcerle el brazo a los peores augurios del futuro, se ve que no está el mañana escrito.

George Orwell instaba a desconfiar de las frases hechas y Jorge Freire a desconfiar del consenso, pues éste termina siendo una coerción para que no defendamos nuestro pensamiento

Entre las intervenciones ajenas, alguna incluso propia, las mesas, las sobremesas y los animados y constantes corrillos, al barbero no le dio tiempo de leer ni uno sólo de los seis libros que llevaba en la pesada mochila, pero tiró de libretilla y apuntó algunas de las cosas que dijeron los ponentes que sí pudo escuchar, aunque no pudo ser a todos, ay. Vayamos con sus recortes veraniegos.

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Luis Alberto de Cuenca nos recordó que Esquilo decía que «sus obras eran migajas de las obras de Homero». Ese tono de agradecimiento y admiración a los maestros marcaría las jornadas tanto como ha de marcar nuestras vidas intelectuales. Con esa migaja —tan del espíritu del barbero— de Esquilo (o de Homero), ya el viaje había merecido la pena. Y quedaba todo un festín por delante.

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Algernon Charles Swinburne consideraba la Oriestiada «the greatest achievement of the human mind». Nada menos.

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Las dos tragedias que Luis Alberto de Cuenca recomendó vivamente a los jóvenes alumnos (y a los que ya no somos tan jóvenes) fueron Agamenón de Esquilo, su preferida; y Edipo Rey, de Sófocles, que se lee «con el suspense de una novela policíaca».

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Fuimos al teatro romano de Mérida a ver Safo de Christina Rosenvinge. El espectáculo en sí no es imprescindible, pero el teatro, sí. (Apunté el propósito de leer tranquilamente a Safo este verano, como desagravio.)

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Elvira Roca expuso que la historia es clave para entender el presente y para predecir el futuro. Se acerco a la guerra de Ucrania cogiendo una carrerilla de siglos, y presentó un sombrío porvenir de Occidente frente al auge chino si sigue empeñado en no ver la realidad que se ilumina gracias al pasado. Desconfiad —añadió— de los hijos del idealismo y de los hijos de la utopía.

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Jorge Freire se hizo un auto-barbero del rey de Suecia. Resumió los consejos de su ensayo: Hazte quien eres. Un código de costumbres (Deusto, 2022). Esto es, que cincelásemos nuestro carácter, que busquemos la sombra [lo que en Cáceres caía por su propio peso], que no fuésemos cotillas, que tuviésemos coraje, que oyésemos la llamada de la vocación, etc. Difícilmente encontraría un auditorio mejor dispuesto.

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Todo lo cual se resume en un verso de Jorge Guillén: «Deber de plenitud, hombría andante».

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George Orwell instaba a desconfiar de las frases hechas y Jorge Freire a desconfiar del consenso, pues éste termina siendo una coerción para que no defendamos nuestro pensamiento.

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Ortega y Gasset: «Dime cómo te diviertes y te diré quién eres».

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Diego S. Garrocho habló de la verdad con una consecuente sinceridad. Desplegó lo que Chesterton llamaba «un optimismo de mínimos». Con el triunfo de la posverdad nos estamos haciendo tanto daño que nos vamos a terminar curando de espantos relativistas. Puso ejemplos.

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Defendió las jerarquías epistemológicas. Y, de paso, la importancia social de una crítica literaria, que hoy brilla por su ausencia. Lo que nos deja inermes ante las maniobras del marketing y los falsos prestigios.

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«Hemos reconstruido el pudor en direcciones que no son precisamente bellas».

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En las jornadas «Descubridores» estábamos proponiendo y redescubriendo direcciones bellas y valiosas. Hubo muchas más intervenciones centradas en la Ciencia o en el Derecho que, por las exigencias del guion y del calendario, me perdí; y otras, como la de Enrique García-Máiquez, que no me perdí, como es lógico; pero que tampoco quedaría bien que destacase aquí, con lo que unos y otros hemos criticado la vanidad individualista que nos corroe como comunidad y «el narcisismo de las pequeñas diferencias». La poesía contemporánea, con José Mateos, entre otro, también tuvo su espacio en el patio del Palacio de los Golfines, que es un patio estrecho…, pero muy alto, con mucho cielo, azul y limpio, por encima.

Otro de los consejos de Freire fue no hacer caso del consejo común de que «desconectemos» en verano. Mucho mejor aprovechar las vacaciones para conectar con aquellas cosas —la verdad, la belleza, la amistad, el pensamiento…— de las que el día a día laboral nos distrae y despista. Los asistentes ese consejo lo llevábamos cumplido de antemano. Y ustedes también están a tiempo de apuntarse, si no lo han hecho ya. Las vacaciones son una espléndida ocasión para los grandes descubrimientos.

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