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El constitucionalismo mágico chileno

El plebiscito constitucional chileno del 4 de septiembre culminó con el rechazo al borrador de Constitución escrito por la Convención Constitucional. Los chilenos rechazaron el proyecto político institucional de la izquierda radical, y por el que el Gobierno de Gabriel Boric se jugó por entero desde el primer día en el cargo de presidente de la República. 

Con todo, y pese a la aplastante derrota, los partidos articuladores del Gobierno y parte de la derecha –insuflados de heroísmo, posando de estadistas— intentan remendar o retomar el proceso y, en definitiva, hacer el juego a la izquierda radical que aún perdiendo en las urnas, ha logrado ganar creando –nuevamente— la necesidad de una nueva Constitución escrita en un proceso a su antojo y con el asentimiento manso de una derecha que tiene pavor a la contrariedad pública. Lo paradójico de la actitud de los partidos tradicionales es que, estando sentados en el Congreso –institución que encarna el poder constituyente derivado por antonomasia—, se auto perciben como impotentes para la redacción de una Constitución o las reformas de esta. El Congreso Nacional chileno fue elegido en noviembre de 2021 y comenzó sus funciones el 11 de marzo. Es decir, tiene apenas siete meses de funcionamiento, y ya se ha declarado interdicto para reformar la Constitución. 

La nueva Constitución no es la respuesta a los problemas que dieron origen a la revuelta social

La discusión vuelve a estar en el llamado «mecanismo» para convocar un nuevo proceso constituyente, y no en la necesidad o no de escribir una nueva Constitución. Resulta paradójico que este proceso pueda llevar a cabo dicha reforma, pero no otras reformas posibles –que no impliquen mayor costo, ni nuevas elecciones— para mejorar la Constitución y no refundar el país. 

De este modo, parte de la derecha ha intentado dar el gusto a la izquierda, cuyo único interés es imponer su voluntad con engaños. La nueva Constitución fue una bandera de la vanguardia de las revueltas de octubre de 2019 (proceso de violencia política y estado de catarsis colectiva antisistema que se ha resulto llamar octubrismo). La nueva Constitución no es la respuesta a los problemas que dieron origen a la revuelta social. Las necesidades planteadas en el estallido no tienen por respuesta una nueva Constitución. Por eso las oligarquías de derecha e izquierda se han sentado a pactar de espaldas a las urgencias de la gente. 

Que haya un interés oculto por imponer un proceso constituyente no implica que tengamos que obviar los problemas existentes

Es cierto que las encuestas tienen un valor relativo, pero permiten obtener datos útiles acerca de las prioridades de las personas. En las últimas publicadas, el 42% de la población está de acuerdo con escribir una nueva Constitución y el 46% con reformar la Constitución vigente. Y la diferencia aumenta semana a semana. Mientras tanto, entre las cinco prioridades de la ciudadanía están, en orden de la más preocupante a la menos: delincuencia, economía, salud, inmigración, educación, pensiones. La redacción de la Constitución está en el décimo lugar, con un 5% de relevancia.

Que haya un interés oculto por imponer un proceso constituyente no implica que tengamos que obviar los problemas existentes. Es más, nadie se ha negado a la discusión de importantes reformas a la Constitución vigente. Para eso está el Congreso, y no se requiere de ninguna habilitación ni acuerdo previo para hacerlo: bastaría con ejercer sus potestades y no repetir, así, los errores de la vieja Convención Constitucional que se convirtió en motivo de vergüenza para un amplio espectro de los chilenos. Ha sido un error desatender las urgencias de los chilenos que deben contemplar impertérritos cómo la delincuencia y el terrorismo vulneran su derecho a vivir sin miedo, y cómo las carencias se vuelven pan cotidiano frente a una administración económica floja y negligente. 

Suponer que los verdaderos problemas de las personas se resolverán por el cambio constitucional es no comprender que el género literario conocido como realismo mágico tiene sentido y gracia cuando se predica de la literatura; mas cuando se predica del constitucionalismo, sus resultados son frustrantes. 

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