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El espíritu de Visegrado

En 1335, tres reyes se reunieron en el castillo de Visegrado, al norte de lo que hoy es Budapest. El anfitrión era Carlos Roberto de Hungría y los invitados estaban a su altura: Casimiro III de Polonia, que ha pasado a la historia como «el Grande», y Juan I de Bohemia, el riquísimo reino con una creciente influencia en el Sacro Imperio Romano Germánico. Los tres tenían un problema en común: el privilegio de Viena como puerto fluvial en el que debían descargarse las mercancías, con el correspondiente pago de derechos. Los tres monarcas se propusieron encontrar alternativas a un control del tránsito de mercancías que lastraba a sus reinos. En el trasfondo, latía la convicción de que, gracias al comercio, los estados prosperarían y se extendería la paz entre ellos.

La estrategia era acertada. El Danubio es una de las principales arterias comerciales de Europa. El gran río no era tanto una barrera como un camino. Como señala Tim Marshall en Prisioneros de la geografía (Península, 2022), «la cuenca del Danubio afecta a dieciocho países y va creando fronteras naturales durante su trayectoria, incluyendo las de Eslovaquia y Hungría, Croacia y Serbia, Serbia y Rumanía y Rumanía y Bulgaria. Dos mil años atrás fue una de las fronteras del Imperio romano, lo que la ayudó a su vez a erigirse en una de las principales rutas comerciales del Medioevo y a alumbrar las ciudades de Viena, Bratislava, Budapest y Belgrado». Los vínculos con Polonia extendían este espacio comercial hasta las costas del Báltico. 

Los cuatro países que lo integran comparten algo más que interese económicos, políticos o militares

Con ese mismo espíritu de cooperación y exploración de posibilidades de desarrollo económico y comercial se reunieron los jefes de Estado y gobierno de Checoslovaquia, Hungría y Polonia el 15 de febrero de 1991 en la misma localidad de Visegrado. Sus nombres forman ya parte de la historia de la libertad en Europa: Václav Havel, presidente de la República de Checoslovaquia; Lech Wałęsa, presidente de la República de Polonia; y József Antall, primer ministro de la República de Hungría. Los tres venían de caminar la larga marcha desde el comunismo a la libertad. Los polacos se habían echado a las calles en 1956 durante el llamado «verano caliente». El otoño de aquel año los húngaros se alzaron en los que ha pasado a la historia como la Revolución de 1956. La esperanza de apertura que los checoslovacos habían protagonizado en la Primavera de Praga (1968) había terminado en una invasión del Pacto de Varsovia. Los tres habían conocido la violencia del comunismo, las policías políticas, la propaganda… Así nació el nuevo Grupo de Visegrado. Pasó a tener cuatro miembros después de la separación de la República Checa y Eslovaquia.  

Desde entonces, el Grupo –llamado a menudo V4- ha desplegado acciones tendentes a la cooperación en economía, defensa y comercio. La forma más institucionalizada de colaboración ha sido la creación del Fondo Internacional Visegrado, que apoya iniciativas gubernamentales y no gubernamentales en los países del Grupo. En el ámbito comercial e industrial, el V4 ha sido el marco para la creación del Instituto Visegrado de Patentes. Por fin, ha habido varias iniciativas en el plano de la defensa que han incluido ejercicios y planes conjuntos. 

Ha sido precisamente en este aspecto donde han surgido las diferencias más profundas entre los socios. A propósito del conflicto entre Rusia y Ucrania, tanto Polonia como la República Checa han brindado un apoyo decidido al gobierno de Zelenski. Los dos países han enviado ayuda humanitaria y militar. La relación entre Hungría y Ucrania, y en particular en los últimos años, ha sido algo más problemática. A la cuestión de la minoría húngara de Transcarpatia, se suma la dependencia húngara del gas ruso, que condiciona toda su estructura económica, y las tradicionales relaciones entre Moscú y Budapest. Las diferencias en torno al conflicto ruso-ucraniano -que no comenzó en 2022 sino que se remonta, como poco, a 2013- han forzado las costuras del Grupo de Visegrado.

Sin embargo, sería precipitado dar por muerto este espacio de debate y colaboración entre los cuatro países. Hace pocos días, Eslovaquia acogió una reunión de los presidentes de los cuatro países para analizar la seguridad regional y la crisis energética en Europa. Los cuatro países comparten una visión del Estado de Derecho y de las relaciones entre los Estados nacionales y la Unión Europea. Todos ellos son miembros de la OTAN. Hace apenas un mes, el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, declaraba en una entrevista a un medio de su país que «nuestro grupo persiste a pesar de diferentes Gobiernos, a veces muy diferentes, en diferentes países». 

Comparten un mismo espíritu y unos mismos valores, es decir, los fundamentos de las alianzas más duraderas

La presidencia eslovaca del V4, que se extenderá hasta junio de 2023, tiene ante sí el reto de una agenda marcada por la guerra en Ucrania –ayuda a Kiev, coordinación posiciones políticas con la Unión Europea y la OTAN, etc.- pero también por la necesidad de cooperación entre los miembros del grupo (por ejemplo, en el campo de la industria militar), así como el diálogo con países como los Estados Unidos, Francia, Alemania, el Reino Unido y la República de Corea. 

Es improbable que la guerra vaya a truncar una trayectoria de éxito como la del Grupo de Visegrado. Los cuatro países que lo integran comparten algo más que interese económicos, políticos o militares. Comparten un mismo espíritu y unos mismos valores, es decir, los fundamentos de las alianzas más duraderas.

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