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El mejor modo de honrar a todos los Santos

Se ha dicho que Dante es nuestro y, efectivamente, las glorias del célebre poeta florentino pertenecen a toda la Cristiandad. La Divina Comedia abraza cielo y tierra, eternidad y tiempo, y esboza poéticamente los misterios de las postrimerías o novísimos, es decir, de cada una de las cuatro situaciones que esperan al hombre al final de su vida: muerte, juicio, infierno y gloria. Pero ¿no es acaso la poesía el instrumento más apto del que dispone el hombre, en cuanto portador de misterios eternos, para representar y detallar aquello que es propiamente humano lo místico, el amor, el sufrimiento?

Señalaba el Magisterio romano al respecto de la obra cumbre del poeta toscano, magistral ella misma, que «para restaurar el orden y la salvación, están llamadas a obrar en armonía la Fe y la razón, Beatriz y Virgilio, la Cruz y el Águila, la Iglesia y el Imperio» —ut ordo et salus restaurentur, ad consorti foedere annitendum vocantur Fides et ratio, Beatrix et Vergilius, Crux et Aquila, Ecclesia et Imperium— (Carta apostólica en forma de Motu Proprio «Altissimi cantus», de 7 de diciembre de 1965).

Ojalá pudieran, con el debido respeto y subordinación, servir estas letras como pequeña muestra del honor, afecto y reconocimiento debidos a ellos

Hoy, 1 de noviembre, fiesta de Todos los Santos, podríamos hacer uso de unos versos situados en el corazón de la estremecedora obra dantesca para adentrarnos en el misterio de Todos los Santos, una fiesta que se celebra en España, en nuestros países hermanos de la Hispanidad e Iberosfera y en el resto de países cristianos: E poi che fummo un poco più avanti, / udia gridar: «Maria, òra per noi»: / gridar «Michele» e «Pietro», e «Tutti Santi». En español: Y luego que estábamos un poco más lejos, / oí gritar: «María, ora por nosotros»: / gritar «Miguel» y «Pedro», y «Todos los Santos». (Purgatorio XIII, 51).

Alighieri distingue cómo las almas detenidas en el purgatorio (las benditas ánimas del Purgatorio en la bella expresión española) solicitan auxilio a poderosos intercesores a fin de soportar la pena de daño que aflige a quienes están en ese estado de purificación. Invocan (¡gritan!), en primer lugar, a la celestial Princesa, Virgen sagrada María, a S. Miguel, príncipe de la milicia celestial, a S. Pedro, príncipe de los apóstoles. Pero también a «Todos los Santos».

¿Y quiénes son estos tan principales y potentes protectores? Ojalá pudieran, con el debido respeto y subordinación, servir estas letras como pequeña muestra del honor, afecto y reconocimiento debidos a ellos. «Todos los Santos» son aquellos que ve el gran Poeta de Dios, S. Juan Evangelista aquel que «tiene el vuelo del Águila, y contempla con la penetrante mirada de su espíritu la luz del Ser inmutable», en palabras de S. Agustín, en ese otro gran poema místico de amor, este divinamente inspirado, que es el Apocalipsis: «Una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos» (Apc 7, 9).

En esta solemnidad de Todos los Santos, invoquemos a los Santos por nuestras necesidades y las de nuestra familia, acudamos a todos los santos y santas de Dios

Esta lectura apocalíptica fue recogida como epístola para la Misa de Todos los Santos, fiesta de precepto el 1 de noviembre y que se celebraba ya en Roma bajo el pontificado del Santo Padre Gregorio III, Papa 90 de la Iglesia Católica (731-740). Desde entonces, la Iglesia ha elevado la fiesta a la categoría de solemnidad de I clase y ha enriquecido con indulgencias la visita a los cementerios que se realicen desde su fecha hasta el día 8 de noviembre, ambos inclusive.

En esta solemnidad de Todos los Santos, invoquemos a los Santos por nuestras necesidades y las de nuestra familia, acudamos a todos los santos y santas de Dios: a los patriarcas y profetas, a los apóstoles y discípulos del Señor, a los mártires, a los obispos y doctores, a los sacerdotes y religiosos, a los laicos. Pidamos por nuestra Patria, quehacer común de los españoles de ayer, hoy y mañana, a los grandes Santos españoles, a S. Vicente, S. Isidoro, Sto. Domingo, S. Raimundo de Peñafort, S. Vicente Ferrer, S. Francisco Javier, S. Ignacio de Loyola, Sta. Teresa de Ávila, S. Juan de la Cruz, Sto. Toribio de Mogrovejo, Sta. Rosa de Lima, S. Martín de Porres, S. José de Calasanz, S. Antonio María Claret

Conservemos piadosamente nuestras tradiciones, contribución preciosa a la vida espiritual de nuestra sociedad. Restauremos orden y salvación. Entrelacemos la vida y la muerte con lazos de amor. Escuchemos Misa en familia, procuremos el descanso de nuestros empleados no mandándoles trabajo en día festivo, visitemos y embellezcamos nuestros cementerios, honremos a nuestros antepasados, recordemos a nuestros familiares, recemos por nuestros difuntos, impongamos a nuestros hijos nombres de Santos. Comamos castañas y boniatos, degustemos los deliciosos postres típicos de este día, los huesos de santo, los buñuelos de viento, los panellets.

Bien pudiera ser el mejor modo de honrar a Todos los Santos que anheláramos rendir al máximo, aspirando a nada menos que a nuestra propia y personal santidad

Y tengamos presente la reflexión de D. Ramiro de Maeztu y Whitney, conde de Maeztu, escritor, filósofo e hispanista, asesinado en Madrid un 29 de octubre de 1936, que se preguntaba en Defensa de la Hispanidad, «¿cómo una España menos poblada, menos rica, en algún sentido menos culta que la de ahora, pudo producir tantos sabios de universal renombre, tantos poetas, tantos santos, tantos generales, tantos héroes y tantos misioneros?». Responde Maeztu: «Los hombres eran como los de ahora, pero la sociedad española estaba organizada en un sistema de persuasiones y disuasiones, que estimulaban a los hombres a ponerse en contacto con Dios, a dominar sus egoísmos y a dar de sí su rendimiento máximo».

Persuadidos del acierto de lo expuesto por el Conde de Maeztu, bien pudiera ser el mejor modo de honrar a Todos los Santos que anheláramos rendir al máximo, aspirando a nada menos que a nuestra propia y personal santidad, pero dominando nuestro egoísmo y reteniendo siempre que la fe es personal, no privada, y que no podemos abdicar de nuestro deber de que España recupere su vigor y vitalidad, su identidad y tradiciones; en definitiva, que recobre su verdadero ser. Que la Virgen María, Regina Sanctórum ómnium, nos ayude.

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