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El metaverso y el ideal transhumanista

Sería de necios negar que la tecnología ha supuesto un gran avance en nuestras vidas, brindando nuevas oportunidades económicas, laborales y sociales. Pero, como casi siempre, no es oro todo lo que reluce. La tecnología se convierte en un arma de doble filo cuando, en vez de estar al servicio de las personas, las esclaviza. 

Y ahora, víctimas del afán enfermizo de progreso que envuelve nuestro tiempo, cuando todavía no hemos sido capaces de asimilar el nuevo mundo globalizado al que nos enfrentamos, entra en juego el transhumanismo. 

El transhumanismo es (…) un conjunto de recursos para la explotación y el control que se acabará convirtiendo en la nueva ideología que rija el mundo

En la teoría, este concepto representa la búsqueda del mejoramiento humano -físico, mental, moral, emocional o de otra índole- mediante procedimientos tecnológicos, en especial a través de las biotecnologías, de la robótica y de la inteligencia artificial. Pero nada más lejos de la realidad. El transhumanismo no es otra cosa que un proyecto de salvación secularizada, un conjunto de recursos para la explotación y el control que se acabará convirtiendo en la nueva ideología que rija el mundo, distorsionando los conceptos de libertad, identidad, dignidad y naturaleza humana, reduciendo al ser humano a simple materia.

El mayor «logro» de la posmodernidad ha sido arrebatarnos nuestro deseo de transcendencia y nuestra espiritualidad. Ha hecho cenizas el sentido de nuestra vida, propiciando que nos vaciemos en los brazos de los placeres mundanos y temporales. Y, una vez vacíos, nos prometen que a través del transhumanismo cada uno podrá moldear su propio Ser. Y nos aseguran que la naturaleza humana nos oprime y que nuestro verdadero destino es convertirnos en creadores.

El metaverso (…) representa la viva imagen de la destrucción del sentimiento de comunidad y la elevación a los altares del individualismo más feroz

Como en una de las últimas materializaciones del ideal transhumanista: el metaverso. El proyecto ideado por Mark Zuckerberg representa la viva imagen de la destrucción del sentimiento de comunidad y la elevación a los altares del individualismo más feroz. Una iniciativa que ayudará a los hombres a alcanzar la condición de dioses; que les ayudará a crear su propio mundo, un mundo en el que no rige ningún tipo de moralidad y donde todo está permitido. Un mundo paralelo en el que cada uno podrá autodeterminarse como siempre ha querido. 

La concreción más ilustrativa de la demencia que acompaña a este proyecto está en los llamados niños tamagotchi: no lloran, no se levantan por las noches, no tienes que darles de comer… en definitiva, te permiten suplir ese miedo a la soledad sin necesidad de compromiso, de sacrificio, ni mucho menos de amor. Un producto, al fin y al cabo, que encarna el fin de la familia. Me atrevería a afirmar, suscribiendo la opinión de otros antes que yo, que el metaverso es el infierno virtual en la tierra. 

El mayor «logro» de la posmodernidad ha sido arrebatarnos nuestro deseo de transcendencia y nuestra espiritualidad. Ha hecho cenizas el sentido de nuestra vida

Por eso tenemos la obligación moral de denunciar que el metaverso no es otra cosa que la realización última de la idea distorsionada de la libertad que se rebela contra las limitaciones de la naturaleza humana. Un mundo en el que se cumpliría la teoría de Sartre de que “la libertad no es otra cosa que una elección que crea por sí misma sus propias posibilidades”.

No puedo estar más de acuerdo con Carlos Marín Blázquez cuando asegura en uno de sus aforismos que «nuestra época improvisa curas para mitigar males cuya existencia niega».

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