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Genealogía de una presidenta

Meloni no es fascista y les voy a contar por qué. Aunque podríamos remontarnos al origen del fascismo y divagar sobre qué causas de entonces enarbola hoy Meloni y qué estandartes pretéritos le han llevado a la presidencia, lo cierto es que basta con indagar un poco en la realidad política italiana –que tiene muy poco de real y mucho menos de política– para entender que, no siendo una conservadora al uso, nada tiene que ver con aquello que le adjudican. Así que, si ha llegado hasta aquí sabiéndose fascista, sepa que Meloni no era su candidata. Y si suyo es el orgullo antifascista, sepa que Meloni no es su enemiga. Porque seamos serios: «Por sus obras los conoceréis», nos dijo Cristo. Y las obras de Meloni no dejan lugar a dudas.

Confieso que escribiendo esto he balanceado en el limbo de lo inenarrable y ha sido un amigo el que me ha alumbrado el quid de la cuestión: ¿es Meloni de derechas o es de izquierdas? A esto respondan ustedes, porque de la lectura de estos días yo tan sólo he terminado por pensar que no es ni lo uno ni lo otro. Ni tibia ni templada, que diría Higinio Marín. Me decía también este amigo, entre risas, que si a Mussolini le echaron del Partido Socialista por excesivamente revolucionario, los que acusan a Meloni de fascista no terminan de dejarla en buena posición, porque tan sólo están diciendo que es una de ellos. Claro que José Peláez me recordaba, en la línea de Emilio Gentile, que Meloni no puede serlo en tanto que está viva, pues el fascismo se fue a la tumba con su inventor. Y hoy yace como el comunismo de Yolanda Díaz; como, qué sé yo, el noviazgo de Tamara Falcó.

Su «fiamma tricolore», sus grandilocuencias electorales, no marcarán la legislatura, como tampoco están marcando su inicio

Con estos mimbres, no resulta tan interesante cómo podríamos pensar la procedencia política de Meloni. El maestro Juan Pablo Serra me decía que la hemeroteca sirve para poco y que el pasado de la nueva presidenta tan sólo explica el pasado. Porque su «fiamma tricolore», sus grandilocuencias electorales, no marcarán la legislatura, como tampoco están marcando su inicio. Giorgia terminará así por decepcionar tanto a aquellos que buscaban un fascista al que señalar como a los que rezaban para encontrar la panacea a los problemas del mundo. Pero hagamos memoria. Fue en 2012 cuando Meloni, Crosseto, La Russa y otros tantos iniciaron una estrategia que hace unos días llegó a su fin: la de dividir para sumar. La fórmula, aunque dudosa, no pudo ser más coherente, y las circunstancias de la vida le llevaron a liderar la oposición al gobierno de todos los italianos, y que hoy se nos revela como el gobierno de ninguno de ellos. No hablaré ya de que las memorias de Meloni alcanzaran la cima como libro más vendido de la temporada en Italia.

Sólo puedo concluir que quizás lo mejor de Meloni sean precisamente estas incongruencias suyas, tan mediterráneas, tan humanas, tan esperanzadoras

Pregunté a amigos, les decía, porque uno no necesita excesiva inteligencia tanto como amigos con biblioteca. Julio me dijo que ni fascista ni nada. Que Meloni, aunque no deja de suponer un cambio, va a tener que pasar por el aro del atlantismo, del europeísmo y demás ismos no muy relacionados con el conservadurismo. Fue él quien me enseñó la portada de La Repubblica y ese pacto entre Meloni y Draghi por el que él le susurra a ella y ella lo escucha. Así, resonando de nuevo nuestro constante interrogante –¿es Meloni de izquierdas o de derechas?–, su alineación con las posiciones más pro-ucranianas, su continuismo político y su evidente moderación sólo nos pueden llevar a la esperanza. Porque su incoherencia familiar no está reñida con una defensa férrea de la familia como célula básica de la sociedad. Su vida de fe, algo trapecística, no tiene nada que ver con la promoción desacomplejada de los valores cristianos. Por eso sabemos que, aunque ligero, Italia va a vivir un cambio, y Dios quiera que Europa también. Por sus obras los conoceremos, claro está.

Confiemos en que sepa estar a la altura de las circunstancias. No pidamos más, pero tampoco menos

Por todo esto, sólo puedo concluir que quizás lo mejor de Meloni sean precisamente estas incongruencias suyas, tan mediterráneas, tan humanas, tan esperanzadoras. San Pablo fue un gran santo porque antes había sido un gran persecutor, así como mi admirado San Andrés Wouters fue un mártir ejemplar precisamente porque antes había sido un mujeriego alcoholizado. No veamos en nuestra jinete Meloni el galope de sus carencias, o las carencias de su galope. Confiemos en que sepa estar a la altura de las circunstancias. No pidamos más, pero tampoco menos. Y entiendan, con cierta esperanza, que su falta de puritanía es, con total seguridad, su aspecto más puro. Y su falta de ejemplaridad su característica más ejemplar. Avanti.

Estudiante de Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Colaborador habitual de La Gaceta, Revista Centinela, Libro sobre Libro y La Iberia. Woody Allen, Fernando Alonso y Julio Camba.

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