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La crisis financiera como «crisis piramidal» (II)

«En una sociedad fundada sobre la confianza de la que surge el crédito que hace posible la riqueza, el Estado parece haber claudicado de su obligación de tener bajo control el miedo»

En la primera parte del artículo terminamos exponiendo la nada intuitiva relación entre corrupción y riqueza, que va mucho más allá de la idea, tan cara a los liberales, según la cual «los vicios privados se convierten en beneficios públicos» y que desarrolló Mandeville en La fábula de las abejas.

En este poema comentado, el precursor de Adam Smith explica de qué manera las motivaciones consideradas libertinas ponen en marcha una floreciente industria para satisfacer sus demandas, por extravagantes que sean. 

Corrupción pública, beneficios privados

Ahora bien, si la extraña pareja formada por el egoísmo particular y el bienestar general encierra una verdad acreditada, podemos decir lo mismo en cuanto a la relación corrupción pública-beneficios privados.  

En el caso del sistema financiero, el elemento de inmoralidad pública ya sabemos que lo aporta el esquema piramidal cerrado, pues el Estado conoce que de forma periódica se producirán situaciones de crisis donde habrá inversores que pierdan todo su dinero, pero aun así opta por seguir las enseñanzas del sacerdote judío Caifás, expuestas en el Evangelio según san Juan: «Conviene que uno muera (Jesús) por el pueblo, y que no perezca la nación entera»

En cuanto a los beneficios privados, estos serían el crédito casi infinito, cuyo origen es el mismo esquema que exige un flujo constante de nuevos inversores prestando su dinero, con la única garantía de su confianza en un mecanismo que emite deuda más allá de sus posibilidades de devolverla.

En realidad, la pirámide financiera arbitrada por el Estado es un mundo de fantasía, pues nadie cree que va a perder, a pesar de que el resultado de la inversión depende de constantes fluctuaciones basadas en el puro subjetivismo.

No obstante, ese mundo de ilusión se convierte en fuente objetiva de beneficios privados porque sólo el mantenimiento de la confianza permite que siga aumentando el crédito, sin el cual no habría financiación para las burocracias que se extienden hasta lo más recóndito del cuerpo social, pero tampoco para las actividades del común de los ciudadanos.

Así, el funcionamiento del esquema piramidal es el índice que mejor nos informa de la opinión que se tiene sobre la salud del orden político. 

El estado del crédito vendría a ser lo más parecido al CIS sin Tezanos. ¿Y cuál es ese estado en 2023?

Se perdió la confianza

La actuación coordinada de finales de marzo de los Bancos Centrales de EE.UU., la Unión Europea, Japón, Canadá, Suiza e Inglaterra para ofrecer liquidez al sistema a través de acuerdos de líneas de intercambio de divisas en dólares, constituye prueba suficiente para concluir que los inversores perdieron la fe, dejaron de aportar fondos a la pirámide y los Bancos Centrales tuvieron que entrar para sustituirlos a modo de reserva moral que viene a paliar los factores de corrupción inherentes al esquema (el rechazo a participar de nuevos inversores, la solicitud de los que ya están dentro de que les devuelvan su dinero y las pérdidas generalizadas al no poder cumplir con los reembolsos de todos).

En suma, si el dinero, institución que representa el valor de todas las cosas, dejó de fluir porque tiene miedo, el estado del crédito augura crisis porque nos señala que el esquema piramidal se estancó.

La pregunta que los gobiernos se hacen es si serán suficientes los bancos centrales para restaurar la confianza en el sistema financiero, pues su capacidad para reemplazar a los inversores y  garantizar los retornos a los depositantes tiene un límite.  

Hasta ahora, los Bancos Centrales de Occidente se han bastado para superar los crash piramidales, pero ¿cómo hacer que los chinos o los saudíes no se desprendan de la deuda pública norteamericana o no vendan en el mercado secundario sus acciones de empresas europeas, si han decidido crear su propio esquema piramidal cerrado donde ellos, y no la FED, sean los dueños?

Al respecto, véase el reciente acuerdo comercial entre los presidentes de Rusia y de China que se desmarca del dólar y se centra en el yuan como la moneda de intercambio.

Si los chinos no necesitasen dólares para adquirir, por ejemplo, carbón ruso… ¿para qué van a querer participar en el sistema financiero piramidal americano cuando están concentrados en crear el suyo propio para reforzar a su moneda?

Las dudas asaltan a los gobiernos occidentales porque el abandono, aunque sea parcial, del «patrón dólar» por parte de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) podría sentar un precedente de imprevisibles consecuencias. 

En definitiva, si se pierde la confianza en la arquitectura piramidal globalizada donde EEUU aún ejerce el papel de regulador, garante y dueño, el orden financiero surgido a finales del s. XVII en Inglaterra habrá periclitado. 

El esquema piramidal continuaría en el mundo occidental, pero con un tamaño menor si existiesen menos partícipes y/o menos aportaciones, y más inestable si concurre con la competencia de otro sistema. La consecuencia sería la depauperación porque el método más fabuloso de crear dinero que jamás tuvo el hombre habría sido raptado. O lo que es igual, el Estado clientelar vería reducidos los fondos con los que poder ejercer su función redistribuidora.

Una crisis financiera es una crisis del Estado clientelar

Escribía Bertrand de Jouvenel a mediados del siglo pasado en la Ética de la redistribución que «la aversión de la persona hacia los impuestos ha sido la manera de convertirla en ciudadana, ha aportado la fundación de nuestras instituciones políticas. ¿Qué fue originalmente el Parlamento sino un instrumento para superar la resistencia del contribuyente?

No obstante, el periodista y pensador francés era consciente de que si los pagadores de impuestos representaban el bastión de la libertad individual en la sociedad, ese frente se debilitaba de forma inexorable debido a la redistribución estatal. 

«Las políticas redistribucionistas han provocado un cambio de mentalidad hacia el gasto público, cuyo principal beneficiario no es la clase con una renta más baja frente a la clase de renta superior, sino el Estado frente al ciudadano», explicaba de Jouvenel.

Por tanto, una reducción significativa en las posibilidades de redistribución del Estado causadas por su dificultad para financiarse, reducen su legitimidad, su poder clientelar y reactivarán la resistencia a los impuestos.

Si la razón de ser de las empresas reside en ganar dinero para crecer; la del Estado contemporáneo, transformado en una asociación mercantil, no es otra que la de disponer de más dinero; esto es, recaudar más y endeudarse aún más, con la finalidad de expandir su crecimiento en la sociedad. 

Por eso, la puesta en duda del esquema piramidal dominado por USA y su moneda, supone un desastre para los Estados redistribucionistas, pues se debilitará la confianza en ellos al ver reducida su capacidad para atender a su red clientelar. 

La Agenda 2030 como reconocimiento de la derrota

El debate sobre la decadencia del esquema piramidal global no surge a raíz de la reciente invasión rusa de Ucrania, ni tampoco de la crisis económica de 2008.

Como muestra de lo que decimos vamos a recordar unas palabras de Ken Henry, secretario del Tesoro de Australia durante el periodo 2001-2011, respecto al temor de que EEUU se encaminase a un desplome financiero. 

El alto funcionario temía por las consecuencias que sufriría el planeta entero «debido a la abrupta caída del dólar y a la venta precipitada de bonos estadounidenses, que provocarían la elevación de las tasas de interés en todo el mundo». El profético Henry hizo esta declaración el 26 de febrero de 2005, tal y como recogió la agencia de noticias por cable Newsmax

Traigo este pequeño detalle porque los genios invisibles son conscientes desde hace décadas de la mala salud del esquema piramidal occidental. 

Los propios gobiernos hace tiempo que perdieron la confianza en la capacidad de recuperar el crédito.  

Esto fue lo que llevó a la Asamblea General de la ONU en septiembre de 2015 a adoptar un programa de decrecimiento llamado Agenda 2030, cuyo contenido fue sintetizado por el FMI en el Foro Económico Mundial celebrado en Davos en 2016, donde predijo que en 2030 «no tendrás nada y serás feliz».

La citada Agenda 2030, las ciudades de quince minutos o la utilización del cambio climático como táctica de destrucción económica, se constituyen en la forma de anticipar al pueblo el fin de la era de la abundancia cuyo fundamento residió en el esquema piramidal que administra el Estado.

En una sociedad fundada sobre la confianza de la que surge el crédito que hace posible la riqueza, el Estado parece haber claudicado de su obligación de tener bajo control el miedo, causa primera de la desconfianza; y lo que hace es difundirlo para que los ciudadanos acepten la pobreza.

Hoy, cuando la guerra en Ucrania ha consumado la destrucción del globalismo que era condición esencial para la exuberancia crediticia, resulta inimaginable un discurso como el que pronunció Roosevelt el 4 de marzo de 1932 cuando asumió la presidencia y tenía que enfrentar la depresión de los años 20: «Dejadme que proclame mi firme creencia en que no deben temer nada salvo al miedo mismo, al innombrable, al irrazonable, al injustificado miedo que paraliza los esfuerzos necesarios para convertir la retirada en avance». 

Todo un elogio de los valores (confianza, opinión, crédito) que hacen posible un esquema piramidal (corrupción pública-beneficios privados) y que las oligarquías que nos administran empezaron a  abandonar hace tiempo porque imaginaron el desastre, sin que se les haya ocurrido hasta ahora nada mejor para paliar la crisis de Estado que trae consigo la crisis financiera piramidal, que vendernos esta burra: la pobreza sólo es un mejor crecimiento, pues tener menos no es una desgracia, sino la oportunidad de crear un mundo aún más feliz. Mientras, cada pueblo sigue esperando a su Godot.  A su Godot Roosevelt.

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