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La intención, señora, la intención

Me piden mi opinión sobre el beso de una pareja de lesbianas en la última película de Disney. La opinión la daré, pero la película no la veré. Sufro de pereza invencible. ¡Hombre, no será para tanto, me dirá algún amigo, tú que tienes a Luis Cernuda como uno de tus poetas de referencia, que tanto admiras a Umberto Saba, etc.! Ah, claro, le diría. No dejo de ir al cine por ninguna pretensión de invisibilizar a nadie, haga las opciones vitales que haya hecho. Es una cuestión estética.

En el arte (…) cabe toda la realidad del alma humana, siempre. El conflicto surge en la difusa y peligrosa línea roja del adoctrinamiento

Me dicen críticos de los que me fío que la película, beso aparte, tampoco funciona, que se pierde por los vértigos de una acción sin mucho sentido. Les creo. Una segunda función de la crítica, tras señalarte mejor lo que vale la pena, es ahorrarte tiempo y dinero. Bien. Pero es que, además, está la cuestión de este beso, que es la culminación de una política expresa de la compañía Disney, que ahora también controla Pixar.

En el arte (el cine, la poesía, la pintura…, y en la música no digamos) cabe toda la realidad del alma humana, siempre. El conflicto surge en la difusa y peligrosa línea roja del adoctrinamiento. La línea es confusa y no es delgada, ni mucho menos. Hay mucho arte comprometido o con unas ideas o con otras que tiene la suficiente verdad humana como para saltar a la comba sobre la línea roja del posicionamiento ideológico de cada cual.

En el extraordinario ensayo de Carlos Bousoño, Teoría de la expresión poética, este explica que el contenido político no entorpece la emoción estética cuando el lector inteligente y sensible es capaz de aceptar que, aunque esos postulados no sean los suyos, son posturas asumibles por alguien bueno y culto. Hay condicionantes personales, sociales, históricos, geográficos, etc., que todavía pueden ampliar más el campo de la comprensión y la empatía. No soy un judío ortodoxo, por ejemplo, pero con qué emoción he visto y he recomendado la serie Shtisel. 

Hay mucho arte comprometido o con unas ideas o con otras que tiene la suficiente verdad humana como para saltar a la comba sobre la línea roja del posicionamiento ideológico de cada cual

Todavía hay más matices. El autor puede asumir que parte de su obra interpelará más directamente a sus correligionarios, o incluso exclusivamente a ellos, o que dará testimonio de su posición. Y es legítimo, porque el arte también está para dar la cara y para que la boca hable de la abundancia del corazón. Creo que en el único cuento que escribí, titulado Aristócratas Anónimos, los protagonistas rezaban el rosario. Y si no, deberían haberlo hecho. En mis poemas, se reza lo suyo. A cambio, cuando un lector me dice que esos poemas en concreto no le interesan, lo entiendo perfectamente.

Que la línea roja se amplíe y permita un buen puñado de ambigüedades no impide que también pueda traspasarse y arruinar una obra. Hay criterios objetivos, como el que señalaba Bousoño: que se sostengan tesis que no sean compartibles por la inteligencia o el sentido común. Pero hay un criterio subjetivo que tiene una importancia capital: la intención. 

Contaba Eugenio d’Ors que, cuando él era un pillastre, un tendero del barrio fue a protestar a su madre de que la criaturita le insultaba. «Qué horror», exclamó la madre, avergonzada, «¿y qué le dice?». «Me llama comerciante, señora». «Ah, vaya», repuso la madre, sorprendida, «pero ¿eso no es lo que usted es?». «Sí, señora; lo malo es la intención, mire, la intención». Ya reconvertido en sabio, Eugenio d’Ors admiraba la sutileza que demostró el comerciante. Pues eso pasa con Disney: ¡la intención!

Tiene la intención explícita y programática de adoctrinar a los niños. De hecho, se ha comprometido a llegar a una cuota del 50% de personajes lgtb y similares, que se aleja, además, de forma palmaria del porcentaje de la vida real. Los que sólo sospechan móviles económicos sugieren, poniendo cara de listos, muy listos, que Disney aprovecha los escándalos para conseguir publicidad gratis que le hacemos los carcas. Creo que no es eso, o no lo es principalmente. Yo no la he visto justo por el follón.

Lo mollar está, como sabía Eugenio d’Ors, en la intención. La de una poderosa compañía estrechamente comprometida con el progresismo ideológico es la de configurar la mentalidad y, por tanto, las vidas de nuestros niños. A cuyo objetivo no les importa subordinar el género de los dibujos animados, que tendría que ser más neutral que ninguno, ni sus personajes favoritos ni la transversalidad de su público ni una parte sustancial de su nicho de mercado. ¿Son libres de hacerlo? Oh, claro, por supuesto; pero tanto como lo somos nosotros de no ir a ver sus películas. Ni más ni menos.

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