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La luz del blanco y negro

Gilbert K. Chesterton afirmó que la Iglesia Católica es «lo único que libera al hombre de la degradante esclavitud de ser hijo de su tiempo». Aunque suelo ser chestertónico sin resquicios, hay algo con lo que no estoy de acuerdo. No es que valore en más la condición de hijo de este tiempo. En absoluto. Ni tampoco que no crea que la Iglesia, a pesar de los vanos intentos de aggiornamentarla de tantos, sea una estupenda liberación. Pero, ¿es la única?

El cine —con lo moderno que fue hasta ayer mismo— es una estupenda liberación también. A tal punto que este curso la mayor novedad para mis alumnos de FP ha sido una película de 1951: La ley del silencio, de Elia Kazan.

El arte, la literatura, la tradición, el vínculo con nuestros abuelos son otros métodos de probada eficacia. El cine —con lo moderno que fue hasta ayer mismo— también. A tal punto que este curso la mayor novedad para mis alumnos de FP ha sido una película de 1951: La ley del silencio, de Elia Kazan.

Nada les ha hecho abrir más los ojos ni sentir una inesperada luz insólita en su mundo. Lo vimos a última hora de la mañana, y en vez de irse a comer en cuanto sonó el timbre, con todo recogido en sus mochilas cinco o diez minutos antes, quisieron quedarse haciendo un enfervorizado cinefórum. Y eso que dos horas antes habían protestado mucho ante la perspectiva aterradora de ver una película en blanco y negro.

El remordimiento es un camino de perfección. Qué interesante, ¿no?, cuando todo nos invita a justificarnos rápidamente por cualquier cosa

Les había interesado sólo lo justo la razón por la que yo les había puesto la película, por supuesto. Yo les explico Derecho Laboral, y estábamos viendo el tema de la negociación colectiva, los sindicatos y la huelga. La película trata de todo eso. Aunque con un giro de tuerca ya interesante. Los sindicatos pueden resultar extorsionadores, cuidado. Al final, la solidaridad de todos los trabajadores es decisiva, pero, para ponerse en movimiento, necesitan el ejemplo de un líder y un fundamento moral. La película explica claramente todo eso; y mis alumnos, muy listos, lo habían cogido al vuelo sin que yo dijese ni mu.

Las sorpresas venían por añadidura. Primero, que la fuerza moral la representase un cura católico con alzacuellos y todo, al que la película no ridiculiza ni un poco. Es un hombre viril, fuerte, claro, arriscado y honesto. Ahí queda eso. Afirma que hay hombres a los que Dios da «el don de la valentía».

Lo de la virilidad les llamó la atención. Fíjense (la degradante esclavitud de ser hijos de nuestro tiempo) que apenas se les presentan a los muchachos de hoy modelos masculinos no enturbiados o por una cosa u otra. Terry Malloy (Marlon Brando), el protagonista, boxeador aparentemente fracasado, héroe cumplido, les interesa por un sinfín de motivos. La feminidad de la protagonista también les llamó la atención y el trato entre ambos. Edie Doyle (Eva Marie Saint) es muy guapa y muy valiente. Ejerce el papel —esto se lo expliqué yo mientras ellos renunciaban a irse a comer a casa— de donna angelicata, esto es, de mujer angelical que es capaz de extraer al caballero que todo hombre lleva dentro. Con las dulces y duras tenazas del amor. Por eso, seguí contándoles, don Quijote necesitaba a Dulcinea, y por eso –dije– «os vendrá bien enamoraros del todo de alguien que os incite a sacar lo mejor de vosotros mismos». «Lo estamos deseando», afirmaron.

Una película multicolor, adaptada a los valores que cotizan en la bolsa del momento, no les habría ofrecido tanta luz como el blanco y negro de los duros muelles neoyorkinos

Otro aspecto que la película ilumina es que la mejora moral es una escala. A Terry Malloy le repugna haber sido un actor involuntario de un crimen, pero gracias a esa repugnancia empieza a ascender por la solitaria escala de la mala conciencia y cosas que antes no le importaban, como cobrar sin pegar un palo al agua, le empiezan a resultar repugnantes. El remordimiento es un camino de perfección. Qué interesante, ¿no?, cuando todo nos invita a justificarnos rápidamente por cualquier cosa. Para colmo de vislumbres, parece que al principio de todo enredo moral hay siempre una mentira, como le paso a Terry, fracasado en falso, perdedor de pega, como recordará quien haya visto la película o descubrirá quien todavía no.

Con todo, la gran lección del cine fórum no la di yo: la recibí. Esa frescura indómita que los alumnos recibieron de una película que tenía muchas cosas que decirles hoy porque no era de hoy. Una película multicolor, adaptada a los valores que cotizan en la bolsa del momento, no les habría ofrecido tanta luz como el blanco y negro de los duros muelles neoyorkinos.

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