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Lo Cortés no quita lo valiente

El nuevo libro de Rodrigo Cortés (1973) se titula Verbolario (Random House, 2022), y es un diccionario que ensaya definiciones creativas, greguerescas, aforizadas, ingeniosas e inteligentes, valga el oxímoron. Como es un autor mediático, cineasta de primera división, podcastista con encanto, y como ha ido publicando gota a gota estas breverías en ABC y en Twitter es muy probable que ustedes las conozcan. Recopiladas —en un hermoso volumen— están todavía mejor, porque no sólo se suman, sino que se multiplican.

Hay en ellas múltiples tonos, tipos y acercamientos, lo que evita, en primer lugar, la monotonía que acecha al género. El lector se ve forzado a cambiar de perspectiva todo el tiempo: hay simples chistes (bastantes, buenos, incluso para alguien como yo que no disfruta del nonsense ni del surrealismo), pero también lemas de autoayuda (que increíblemente ayudan), crítica política, crítica al propio lector (que tiene que reírse -de sí mismo-), atisbos líricos y puros juegos verbales que funcionan.

La estupenda antología de pensadores estoicos titulada De la stoa a Marco Aurelio (Hermida Editores) podía rematarse con Rodrigo Cortés

Gómez de la Serna podría haber escrito que el radiador es un «artilugio metálico que sirve para tostar el ambiente» y que el escorpión es «animal con firma» y que la gaseosa es «agua agujereada». Y Ambrose Bierce, que el egocéntrico es «quien pudiendo pensar en mí, piensa en sí mismo». Chesterton que el sabio es un «desinformado selectivo». Oscar Tusquets, que la sombra es «luz interceptada a tiempo». Borges, que el sufragio es «revancha social. Subterfugio». José María Jurado, que la Tauromaquia es la «disciplina antiolímpica: “más bajo, más cerca, más despacio”». «Elegir», también Luis Rosales lo podría haber definido también como: «Descartar». En el Diccionario de Coll no habría desentonado esta definición que hace Rodrigo Cortés de fantasía: «Cuento a punto de entrar en barrena». Ni tantísimos ecos —incluso auto-ecos, porque recoge algunas definiciones de sus anteriores libros— le quita un ápice de personalidad a su voz ni la fragmentación nos impide reconocer un hilo argumental, una valiente postura ética. La estupenda antología de pensadores estoicos titulada De la stoa a Marco Aurelio (Hermida Editores) podía rematarse con Rodrigo Cortés. 

Cuesta mucho no leerlo con un lápiz en la mano, subrayando los favoritos, que al final son dos o tres por página por una u otra razón. El barbero ha escogido aquellos que, más que una carcajada o un respingo, le han producido un estremecimiento. Muchos de los que no destaco aquí hubiesen hecho un papel espléndido en Twitter o han amenizado la tertulia familiar, pero aquí venimos a lo esencial:

***

Abulia. Ausencia de amor propio.

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Alma. Ciudad en perpetuo estado de sitio.

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Amar. Dotar de belleza.

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Ánimo. Optimismo trabajado.

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Concentrarse. Abstraerse.

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Cultura. Contracultura de la cultura.

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Democratizar. Convertir algo en mediocre.

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Dialogante. Que presume de dialogante.

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Educar. Encender una vela con otra vela.

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Enfermedad. Alteración de la salud por la que cuerpo y alma pierden adherencia entre sí.

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Escribir. Pensar arriesgando.

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Exorcista. Votante.

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Fortaleza. Tolerancia a la franqueza.

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Fracasar. No intentar.

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Gilipollas. Que se queda un día sin postre y se cree Rosa Parks.

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Humor. Franqueza envuelta en papel brillante.

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Imaginar. Empezar a hacer.

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Incompetente. Astuto como un zorro.

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Intelectual. Primo político del sabio.

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Odiar. Amar mal.

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Pedante. Que conoce lo que tú ignoras.

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Pesadez. Cualidad del hombre sin peso.

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Predecir. Manejar un prejuicio con acierto.

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Queja. Exigencia bañada en lágrimas.

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Quijotesco. Propio de quien se inventa —pero también persigue— sus propias metas.

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Quisquilloso. Infeliz vocacional.

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Realidad. Verdadero enemigo del loco.

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Relativista. Más o menos relativista.

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Sagrado. Voluntario, pero obligatorio.

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Ultrajar. Insistir en la evidencia.

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Valentía. Miedo a tener miedo.

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Vano. Que dice y no hace.

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Verdad. Aquello que sigue siendo exacto cuando no conviene.

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