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Máximo de actividad; mínimo de progreso

Hasta ahora no había leído ningún libro de Guillermo el Travieso. Me los leyeron y bastantes. Pero he aprovechado la reciente publicación de una novela inédita suya, titulada Guillermo el Suertudo (Renacimiento, 2022) para estrenarme con mis propios y ya avejentados ojos.

Crompton no sólo saca vis comica de las situaciones, sino de la propia sintaxis, con un manejo realmente hilarante de los adjetivos y los adverbios, de las paradojas y, sobre todo, del tono conversacional.

Es una novela inédita y la primera, porque los otros libros eran sucesiones de relatos, y éste es el único en que se desarrolla un argumento. Se debe a que fue el guion de una película, consistente en enlazar con un hilo argumental previos capítulos adaptados. A Richmal Crompton, la autora original, le gustó tanto el resultado, que se animó a novelar ella misma el guion. Estamos, pues, ante un libro de ida y vuelta, probablemente mejorado con tanto trasiego.

La película no sé, pero la prosa es una fiesta. Crompton no sólo saca vis comica de las situaciones, sino de la propia sintaxis, con un manejo realmente hilarante de los adjetivos y los adverbios, de las paradojas y, sobre todo, del tono conversacional. Hay un inconfundible aire de familia con los grandes humoristas ingleses como Chesterton, Hilaire Belloc (ojo a su Bad Child’s Book of Beasts, totalmente en la onda) o Wodehouse.

Las aventuras de Guillermo traslucen una familia deliciosa y profundamente unida, además de desternillante. Podría estudiarse en los Cursos de Orientación Familiar

Pero el principal aire de familia es el literal. Esto es, que las aventuras de Guillermo traslucen una familia deliciosa y profundamente unida, además de desternillante. Podría estudiarse en los Cursos de Orientación Familiar. A la señora que trabaja en la casa se le cae la baba con Guillermo: «Emilia le miró, y por un momento —sólo un momento— las comisuras de sus labios temblaron un poco». No se ríe por los pelos, pero nosotros reímos y todavía más: sonreímos de ternura. Es una relación entrañable que muchos recordamos bien: «Entre Emilia y Guillermo había, desde hacía muchísimos años, lazos de enemistad y amistad, alternativamente. A pesar de las discusiones, estaban muy unidos el uno al otro». Emilia se entretenía, mientras servía la mesa, para enterarse de todo y participar en las conversaciones. Le gustaba saber que era de la familia. Como lo era.

También está perfectamente retratada la madre: «Un sinnúmero de amargas experiencias no habían conseguido afectar a la confianza de la señora Brown en la innata nobleza de su hijo más pequeño». Lo podría explicar más, pero con esta cita está todo dicho. El padre, que echa sus broncas, también es un padre amoroso, que sabe reírse con Guillermo. ¿Ejemplo? Cuando llega tarde le dice que no se disculpe, que peor hubiese sido el shock que le habría producido verle llegar una vez a la hora. Ése es el tono.

No acaba ahí la familia. La hermana y el hermano son personajes perfectamente descritos. Uno lamenta que Guillermo no tuviese una familia más numerosa, para que siguiese la fiesta y las conversaciones familiares fuesen aún más locas. Con Roberto, el hermano mayor tiene esa relación de reverencia y rivalidad rotatorias que recordamos de la niñez. Lo de Ethel («una chica realmente guapa, con cabello rojo dorado y ojos de un azul intenso») es delicioso. Los demás —incluyendo a los lectores— la vemos guapísima, pero Guillermo se resiste: le conoce el malhumor y la pinta por las mañanas. Los amigotes de los Proscritos no dicen nada, no, pero también la ven hermosísima.

Guillermo, por su parte, no se libra de un conato de romanticismo: «La no deseada presencia de Violeta Isabel era tan habitual en su vida que hubiera sentido que algo le faltaba de no estar ella». Es una situación que evoca claros tonos conyugales.

Y para que no falte nada a mi entusiasmo, los Proscritos no hacen honor a su deshonroso nombre y se proponen, en este libro, ser caballeros de la Mesa Redonda y «enderezar entuertos y rescatar mujeres». O sea, que esa confianza materna en la innata nobleza de Guillermo no iba, ni mucho menos, descaminada. O sí hacen honor a su nombre, porque un presupuesto para la caballería en esta despreciable civilización moderna es ser un proscrito o un Anarca.

El barbero, aprovechando el pelado estricto de los niños de entonces, se ha puesto las botas. He aquí sus fragmentos o trasquilones preferidos:

*** *** ***

Guillermo […] tranquilizando su conciencia, ese dócil órgano.

*

—Esto es muy bueno [flan de manzana untado con paté de sardinas y polvo para hacer limonada]—dijo Enrique al fin—. No sé por qué los mayores no mezclan más las cosas. Es curioso cómo les gusta todo tan soso.

—Es porque ellos son sosos —planteó Douglas.

*

[Roberto, el hermano mayor le dice a Guillermo] —No te hagas el tonto más de lo que eres. Aunque sería imposible, si uno se pone a pensarlo.

*

Guillermo acompañó a Roberto a través del prado, de vuelta al jabón y al cepillo, a la servilleta y a los buenos modales de una despreciable civilización.

*

[Reflexiona Guillermo] Es bastante difícil saber cómo hay que hacerlo. La gente te dice «contesta cuando te pregunten» y «no hables con la boca llena», así que si tienes la boca llena cuando alguien te pregunta, siempre haces algo mal.

*

[Le dan el espaldarazo que lo nombra caballero con cierto vigor] ¡Demonios!, parece que no conoces la diferencia entre nombrar caballero y ejecutar— dijo Douglas tristemente, levantándose y frotándose la cabeza—. [El mismo rito era, tal vez, un recordatorio de la dimensión martirial que tiene irremediablemente, ay, la caballería.]

*

Las peleas aportaban un emocionante brillo a la vida diaria de Guillermo, Pelirrojo, Douglas y Enrique; sin ellas nada hubiera sido lo mismo.

*

Zi no tenéiz ninguna damisela en apuroz para rescatar, no podéiz zer caballeros —dijo Violeta Isabel Bott, y añadió—: ¿Qué ez una damizela en apuroz?

*

—Creo que me he roto el cuello— se lamentó Pelirrojo levantándose dificultosamente.

—Bueno, la bicicleta no está rota y eso es lo que importa —dijo Guillermo.

*

—Zoy una dama caballero —dijo Violeta Isabel dándose importancia—. Rescato damoz.

*

—¡Os diré una cosa!, esto va a ser nuestra mesa, y es cuadrada, así que seremos Caballeros de la Mesa Cuadrada.

*

—El presidente es el más importante [dijo Guillermo, autonombrándose presidente] y es muy difícil serlo, porque Roberto dice que siempre hay algunos zopencos en las reuniones, que tratan de meter palos en las ruedas.

*

—Si me fusiláis —balbuceó con voz gritona de terror—, se lo diré a mi padre.

*

Douglas militaba en la escuela de pensamiento que considera la prudencia como la parte más importante del valor.

*

—Tú estás pensando en comunistas —dijo Pelirrojo—, son los comunistas los que comparten las cosas, no los caballeros.

—Mi padre va a reuniones de accionistas —dijo Enrique vagamente.

—Pues es un comunista también —insistió Pelirrojo.

[Conversación que hará las delicias de Juan Manuel de Prada.]

*

Emplearon su método usual de caminar, el que combinaba el máximo de actividad con el mínimo de progreso, dando patadas a las piedras, metiéndose en charcos que bordeaban el camino en busca de reales o imaginarias ratas de agua y parando de vez en cuando para disfrutar amigablemente de riñas y combates de lucha libre.

*

Douglas de vez en cuando tenía escrúpulos de conciencia […] aunque nunca permitía que tales escrúpulos interfirieran en sus acciones.

*

—¿Vagabundo?— dijo el hombre, sus alegres y chispeantes ojos desmintiendo la indignación de su voz—. Yo soy un Caballero de la Carretera, eso es lo que soy.

*

—Siempre te estoy diciendo que él tiene buenas intenciones.

—Eso es lo que lo hace tan peligroso.

*

—El hecho de que estés vivo y caminando, Guillermo —dijo Ethel lentamente—, demuestra la cantidad de dominio que tengo sobre mí misma.

*

Ahorraría mucho dinero y tiempo que nosotros cogiéramos los libros y aprendiéramos por nosotros mismos. Y entonces no habría profesores, y eso sería una buena cosa también.

*

—Si se las queda, eso es robar —dijo Enrique [refiriéndose a unas flores muy caras que él había birlado de su casa para regalar a Ethel]—. ¿No podrías apelar a su sentido del honor, igual que el viejo Maikie en el colegio?

—Ella no tiene honor —contestó Guillermo amargamente—. Nadie en mi familia lo tiene —añadiendo después de pensarlo—, excepto yo.

*

Las aventuras con Guillermo merecían la pena, pena que en ocasiones había sido bastante considerable.

*

—Oh —dijo Guillermo pensativo.

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