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Mesas separadas

Para empezar, la paradoja: una película que trata sobre el amor, la unión y el matrimonio se titula Mesas separadas. La película no se incluye entre los clásicos indispensables, aunque es de 1958, dirigida por Delbert Mann, sobre una obra de teatro homónima de Terence Rattigan y con un reparto de lujo con, entre otros, David Niven, Burt Lancaster, Rita Hayworth y Deborah Kerr. Además, fue nominada a siete Oscar y ganó dos de los gordos: mejor actor principal para Niven y mejor actriz secundaria para una imponente Wendy Hiller. Por supuesto, que sea poco conocida no me parece un demérito, sino una circunstancia trivial. Y una buena oportunidad: así puedo descubrírsela a alguno de ustedes, que me lo agradecerán. Está en Prime Video.

El único inconveniente es que no cabe aprovecharse de la gran ventaja de hablar de clásicos indispensables y conocidos por todos: tirar de spoilers. Aquí tengo que ir con cuidado porque, para bastantes, será una excitante novedad… de 1958, como, por otra parte, lo ha sido para mí.

Es una obra profundamente conservadora en cuanto que sabe detectar esa semilla particular y propia de bondad que hay en todas las relaciones auténticas

Sí podré decir (o repetir, porque ya lo he adelantado) que trata del amor, y con una amplitud de miras sorprendente. Cada una de las posibles parejas es un modelo distinto, a las que hay que sumar los modelos —también plenos de humanidad y de amor— de los personajes solteros.

En este sentido, es una obra profundamente conservadora en cuanto que sabe detectar esa semilla particular y propia de bondad que hay en todas las relaciones auténticas y defiende que merece la pena luchar por ellas, sin un corsé ideológico previo, respetando el modo de ser de cada una. También es una obra decididamente matrimonial, hasta con resonancias bíblicas: «Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer».

El cine clásico nos permite escapar de la tiranía humillante de pertenecer a nuestro tiempo. Asombra en esta película lo poco que importa la edulcorada felicidad, único norte de la postmodernidad individualista. Aquí, como mucho, es un subproducto. El mensaje que se ofrece a los personajes y, por tanto, a los espectadores, es que el fin del ser humano es amar. Amar uno, porque ser amado es sólo un medio al que los más débiles nos tenemos que resignar para animarnos a amar mejor.

El amor no se confunde con la felicidad, por tanto. En cambio, sí se parece bastante al perdón. Y curiosamente eso lo dota de una emoción mayor y de más alegría.

A veces no se puede escapar ni de la pasión ni de la infelicidad, pero sigue compensando el matrimonio, porque nos sostiene

También hay un perdón prospectivo que habría hecho las delicias de don Miguel de Unamuno, que escribió: «Deseable el matrimonio a una edad bastante joven, de manera que, estabilizada así la vida de la carne, el hombre recobre así su libertad para el amor de la esposas-madre y al mismo tiempo para los trabajos del espíritu». Cuando la vean, verán que hay una pareja joven que cumple al pie de la letra con este consejo conyugal unamuniano. Esto, visto desde nuestro tiempo, puede parecer un tanto escandaloso: ¿el matrimonio como escapatoria de la pasión? Pues sí, y camino para la serena y fructífera integración en la vida social.

Aunque a veces no se puede escapar ni de la pasión ni de la infelicidad, pero sigue compensando el matrimonio, porque nos sostiene. ¿No es otro de los fines canónicos del matrimonio «la ayuda mutua»? Incluso el más provocativo de los viejos fines ortodoxos del matrimonio se defiende: el remedio de la concupiscencia asoma en esta película, tan realista que no hay miseria ni grandeza humana que no encuentre su sitio.

Las mesas separadas del título hacen referencia directa al comedor del pequeño hotel donde transcurre la acción, pero son también una poderosa metáfora. Nos quiere decir que cada historia de amor, con sus protagonistas y sus circunstancias, es un mundo aparte (las mesas son redondas, para forzar la imagen subconsciente), con sus propias leyes, su órbita y su exclusiva ley de la gravedad. Aunque las otras historias de amor son soles o estrellas o planetas que influyen unas en otras. Las mesas están separadas, pero ningún hombre es una isla.

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