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Montesquieu contra la tiranía

De lo más básico que aprendí de pequeña sobre la organización política de mi país (Guatemala) y de muchos otros es que existen tres poderes del Estado: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Cada uno con sus funciones y responsabilidades en particular y que forman un equilibrio entre los tres. Alrededor del mundo esto se da por hecho; los tres poderes del Estado están separados por una razón primordial, para evitar la tiranía. Por eso aterra ver los intentos de quienes en España quieren borrar esas líneas entre los poderes, de quienes en Venezuela o Cuba alardean de la concentración del poder en uno solo o de aquellos que están en vías de conseguirlo, como en El Salvador. La defensa de los límites al poder a través de la separación y división de este remontan a un clásico ampliamente conocido en la tradición republicana; es gracias a Carlos Luis de Secondat, Barón de la Bréde y de Montesquieu (1689-1755), que la idea del gobierno mixto como una forma de pesos y contrapesos sigue viva y es la más sensata para limitar el poder público. 

En esta serie de conversaciones con los clásicos, platicar con el Barón de Montesquieu es comprender por qué el equilibrio y los controles constitucionales forman parte esencial de los Estados donde se respetan los derechos y libertades individuales. 

Dando un paseo histórico recordaremos que por siglos Europa vivió una época en la cual gobernaban las monarquías absolutas. Bajo estas, el poder residía en una sola persona que tenía la última palabra en todo: el monarca. Un tiempo después estos monarcas se vieron entre la espada y la pared cuando tuvieron que aceptar ciertos controles a su poder y sobrevivir o simplemente desaparecer, como sucedió en algunos países de Europa. La lucha contra el despotismo fue clave para cimentar muchos de los principios republicanos y democráticos que conocemos hoy, entre ellos la separación de poderes de Montesquieu. Con las monarquías parlamentarias instaladas, otro tipo de poder absoluto amenazaba al mundo occidental: los modelos autoritarios, y luego totalitarios, que a través de facciones políticas pretendían diseñar la sociedad de arriba para abajo y eliminar cualquier tipo de oposición o freno a sus aspiraciones de poder absoluto. A pesar de los traumas que se vivieron para evitarlo, hoy en día alrededor de un tercio de los países del mundo viven bajo dictaduras donde no hay una división de poderes o, si la hay, es solamente en papel, pues en la práctica un partido político, una familia o una sola persona es la que toma decisiones arbitrarias que afectan a la población entera. 

La mayoría de las sociedades rechazamos los ejemplos previamente mencionados porque comprendemos que el poder público tiene un impacto en la vida privada de cada uno de nosotros. Parece lejano, pero en realidad los límites al poder, entre ellos los frenos y contrapesos, la división y la separación de poderes, garantizan nuestra libertad. Esto era lo que pensaba el Barón de Montesquieu. Como muchos pensadores en el siglo de las luces (Siglo XVIII), admiraba el sistema inglés. En su texto más conocido, El Espíritu de las Leyes (1748), hace múltiples referencias a la política inglesa y cómo aquella nación amaba la libertad, tanto que los empujaba a cuidarla a través de instituciones que limitaban el abuso del poder público. 

¿Cuál era el secreto de la libertad inglesa? Para Montesquieu estaba en el sistema de gobierno, pues este combinaba la monarquía, la aristocracia y la democracia. Los rasgos principales de la monarquía estaban presentes en el ejecutivo, los de la aristocracia en la Cámara de los Lores y la democracia como parte del legislativo. Esta concepción del gobierno del uno, de algunos y los muchos ya había sido explorada con anterioridad en la Antigüedad y la Edad Media, pero unidos se conocen como el gobierno mixto, pues se incorpora a cada uno en un mismo sistema para buscar equilibrio, un balance entre los tres. 

Hay que aclarar que el concepto de ‘división de poderes’ y ‘separación de poderes’, desde entonces, se utiliza muchas veces de forma intercambiable. No obstante, la división de poderes hace referencia a que cada poder tiene sus propias funciones y las tareas o responsabilidades están divididas. Por otro lado, la separación de estos garantiza que no se reúnan en un poder absoluto y que existan controles, los famosos pesos y contrapesos, para que cada poder tenga herramientas que prevengan que otro se vuelva muy poderoso o se sobrepase. Estos frenos y contrapesos jurídicos hacen posible el equilibrio entre los tres. Montesquieu recalcaba, por ejemplo, que «cuando el poder legislativo y el poder ejecutivo se reúnen en la misma persona o el mismo cuerpo, no hay libertad; falta la confianza, porque puede temerse que el monarca o el Senado hagan leyes tiránicas y las ejecuten ellos mismos tiránicamente». 

A pesar de ser un aristócrata francés, Montesquieu siguió la corriente del constitucionalismo inglés e hizo evidente la relación que existe entre la libertad, la división del poder y el despotismo. Veía la unión o concentración del poder en una persona como la evidencia más clara de despotismo, y por eso hay que desconfiar cuando un gobernante quiere reunir en su persona todos los poderes del Estado. 

En la actualidad hay claros ejemplos de gobernantes que activamente escudriñan maneras de desvanecer las líneas que dividen a los tres poderes para acapararlos todos. Cuando no pueden cambiar constituciones enteras —por ser internacionalmente condenable— se las arreglan para que quienes ostentan altas magistraturas estén al servicio del ejecutivo. 

Tenemos un ejemplo claro en El Salvador, donde el actual gobierno asfixia a Montesquieu y de forma continua se pone en tela de juicio la independencia de los demás poderes con respecto al ejecutivo. Desde que el presidente Bukele ingresó con militares a la Asamblea Legislativa para presionar a los diputados hasta la destitución de los magistrados de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia y del fiscal general, el gobernante salvadoreño ha venido mostrando sus intenciones de acumular poder y su desdén hacia los controles efectivos de lo que puede o no hacer el ejecutivo. Montesquieu dejaba claro que «no existe tampoco libertad si la potencia de juzgar no queda separada de la potencia legislativa y de la ejecutora. Si esta va unida a la potencia legislativa, el poder sobre la vía de la libertad de los ciudadanos sería arbitraria, puesto que el juez sería el legislador. Si esta estuviere unida a la potencia ejecutora, el juez podría tener la fuerza de un opresor».

Ahora bien, lo que ha sucedido en España en los últimos meses del 2022 también es una alerta de por qué los frenos y contrapesos entre poderes deben ser un principio no negociable. Para Montesquieu, «la corrupción de los gobiernos comienza casi siempre por la de sus normas y principios». Lo que inició como modificaciones al Código Penal español terminó con la introducción de diversas reformas por parte del gobierno de Sánchez, que arremete contra la independencia del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional. Buscar incidir desde el ejecutivo en cómo y cuándo debe tomar decisiones otro poder, el judicial, para, además, maniobrar quién integra la institución que protege a la Constitución de España, atenta contra la separación de poderes. Como resultado, contra el Estado de Derecho. 

Una exquisita conversación con el Barón de Montesquieu nos abre los ojos a que la división y separación del poder Estatal va más allá de dividir tareas entre instituciones. Es una manera de garantizar nuestra libertad. Evitar la concentración del poder y garantizar controles efectivos a este disminuyen las oportunidades que tiene de actuar en contra de los ciudadanos, porque «una injusticia hecha al individuo es una amenaza hecha a toda la sociedad». El pensamiento de Montesquieu, hecho realidad, está dirigido en contra de la concentración del poder, del absolutismo. Por esto, es uno de los clásicos del pensamiento político que no debemos olvidar si queremos evitar la tiranía en la Iberosfera. 

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