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No son los toros

Serían las once de la mañana del pasado martes 13, minuto arriba minuto abajo, cuando Manjar, toro zaino de unos 560 kilos, salió de Tordesillas camino al matadero, pese a PACMA. El partido animalista –imagino que estos últimos días habrán visto a Lilith Verstrynge derramando lágrimas en todas las televisiones– se propuso hace ya tiempo acabar con el Toro de la Vega, esto es, acabar con una tradición centenaria. Sin embargo, aunque algunos hoy celebren la reciente recuperación del Toro de la Vega como un triunfo de la cultura, los últimos acontecimientos deberían encender en nosotros todas las alarmas.

PACMA ha querido cancelar el festejo con argumentos falsos y torticeros, tratando además de justificar sus delirios bajo el pretexto de celebración minoritaria

PACMA, decía, ha querido cancelar el festejo con argumentos falsos y torticeros, tratando además de justificar sus delirios bajo el pretexto de celebración minoritaria. Argumentaba además la secretaria de Estado que es inhumano matar al toro en público con lanzas, ignorando que desde 2016 aquello ya no se hace. Tordesillas, con muy buena voluntad, modificó ese año su reglamento centenario, que terminó por sustituir lanzas por divisas. En esta edición, la primera tras dos años de parón, el asunto ha terminado en los tribunales, y ni siquiera se ha visto una sola divisa. Claro que lo próximo, podríamos pensar, será un Toro de la Vega sin Toro. Y eso será, irremediablemente, un Toro de la Vega sin Tordesillas.

Porque no nos engañemos. El toro es lo de menos. Muchas plañideras como Lilith dirán que ay, que pobre bicho, pero les aseguro que el toro no va a ser el peor parado. El Patronato del Toro de la Vega difundió este año una pegatina a todos los aficionados en la que se lee «Tordesillas existirá mientras quede un lancero», y aquí reside el quid de la cuestión. La realidad objetiva es que una minoría ajena al pueblo –a Tordesillas en particular y a todos los pueblos en general– ha logrado paralizar el festejo durante unos días y modificar su celebración. Y esto no puede más que preocuparme. Porque la evidencia es que cuatro animalistas cosmopaletas han estado a punto de dejar a Tordesillas sin vida.

Nosotros, frente a los delirios de Lilith y compañía, hemos de defender que la mayoría no cualifica para nada o, al menos, para casi nada

La reflexión que ha de aflorar en nosotros, más allá del lícito debate de los toros, es la de la legitimidad de las minorías. Decía que los argumentos de Verstrynge son falsos porque son siempre más de 30.000 las personas que acuden cada año a Tordesillas. Pero ¿y si fueran ciertos? ¿Y si tan sólo celebraran el Toro de la Vega 200 personas? Nuestra conclusión no puede ser otra que la de entender que si esta centenaria tradición fuera minoritaria, sería igual de legítima. Si una Secretaría de Estado ha logrado paralizar un festejo taurino por minoritario, ustedes, lectores de La Gaceta de la Iberosfera, más en número y mejores en todo, podrían acabar, qué sé yo, con el arte contemporáneo, por minoritario. Podrían decir, con toda vehemencia, que resulta evidente que va más gente al Museo del Bernabéu que al Museo Reina Sofía, puesto que cada mes hay más personas interesadas por la obra de Ancelotti que por la de Picasso. De la misma forma, si nos lo proponemos, podríamos prohibir la ópera porque a ella va sólo un porcentaje ridículo de snobs, frente a, pongamos, las batallas de gallos, tan multitudinarias, tan democráticas.

No podemos consentir que nuestros gobernantes legislen según sus sentimientos. Aunque a Lilith no le guste el Toro de la Vega, es ella quien debe tragar con la tradición centenaria de los tordesillanos

Nosotros, sin embargo, frente a los delirios de Lilith y compañía, hemos de defender que la mayoría no cualifica para nada o, al menos, para casi nada. Y esto no lo podemos dar por hecho. Así como no se puede gobernar siguiendo un Excel (aunque muchos lo quieran), no podemos consentir que nuestros gobernantes legislen según sus sentimientos. Aunque a Lilith no le guste el Toro de la Vega, es ella quien debe tragar con la tradición centenaria de los tordesillanos, y no ellos quienes aceptar los sentimientos encontrados de la cúpula de PACMA. Por eso, nos ha de diferenciar con ellos que si a ustedes no les gustan las cuerdas vocales de Ainhoa Arteta o las esculturas vaciadas de Oteiza, no vayan a intentar prohibirlas. Es algo tan sencillo como entender que no todo es votable, porque el sufragio jamás puede depender de los gustos. Chapu Apaolaza, que tanto y tan bien ha escrito sobre esto, termina por concluir que a los tordesillanos más les habría valido organizar un ongi etorri, y tiene razón. Esta España nuestra está para recitarle aquellos versos de Bergamín: «Única siempre pero nunca unida / de quijotesca en quijotesca empresa, / por tan entera como tan partida, / se sueña libre y se despierta presa».

Estudiante de Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Colaborador habitual de La Gaceta, Revista Centinela, Libro sobre Libro y La Iberia. Woody Allen, Fernando Alonso y Julio Camba.

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