«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU

Ortodoxos, revisionistas y escabullidos: los Ășltimos libros sobre el 18 de julio de 1936

Guerra Civil. LGI

Sobre nuestra RepĂșblica y Guerra Civil, como se sabe, se ha escrito mucho (muchĂ­simo) y no tiene visos de que el interĂ©s acadĂ©mico, polĂ­tico y, sobre todo, el interĂ©s de los lectores vaya a decaer; menos aĂșn en estos tiempos en que una parte de las Ă©lites polĂ­ticas del paĂ­s pretende legislar el debate historiogrĂĄfico y deslindar los campos de batalla polĂ­ticos utilizando imaginarias alineaciones relacionadas con 1936. Todo ello pese a que, en cierto modo, andamos en un bucle en el que la historiografĂ­a autoproclamada ortodoxa publica una y otra vez el mismo libro, insistiendo machaconamente en la misma tesis, despreciando con frecuencia todas las nuevas lĂ­neas de investigaciĂłn o reinterpretaciones que traen los nuevos tiempos con el epĂ­teto tan oscuro de «revisionismo», que nos suena a negadores del Holocausto o a enemigos internos de la revoluciĂłn.

Por explicarnos mejor: los autoproclamados ortodoxos son todos aquellos historiadores que analizan nuestra crisis de los años treinta y la dictadura desde un prisma que podrĂ­amos llamar «progresista» y que no admite apenas cuestionamientos a la labor polĂ­tica de la izquierda, ya sea en la paz o en la guerra (pero sĂ­ en el exilio, por motivos que son obvios); por su parte, los «revisionistas» son (para los ortodoxos)
 todos los demĂĄs: desde polemistas militantes que hace tiempo publican solamente panfletos (ya sea en su acepciĂłn clĂĄsica o en la peyorativa), como PĂ­o Moa, hasta muy a menudo acadĂ©micos profesionales y prestigiosos que se separan (a veces sĂłlo unos milĂ­metros) de los presupuestos de los «ortodoxos», como Manuel Álvarez TardĂ­o, Fernando del Rey Reguillo, Gabrielle Ranzato, Roberto Villa o Julius Ruiz, entre otros. Algunos historiadores, con suma habilidad o fortuna, han conseguido evadirse de ser clasificados en un grupo o en otro, especializĂĄndose en temas o investigaciones donde hay cierto consenso o en temas que permiten un amplio debate o investigaciĂłn sin que ninguno de los tĂłtems de los «ortodoxos» sean puestos en duda. Dicho sea de paso, la mayorĂ­a de la literatura acadĂ©mica relevante de la Ășltima dĂ©cada y media pertenece a estos dos Ășltimos grupos, al menos en todos los asuntos relevantes exceptuando la represiĂłn franquista. La era dorada de la historiografĂ­a «ortodoxa» fueron los ochenta y noventa, cuando sĂ­ aportaron nuevos paradigmas e investigaciones valiosas; pero extrañamente, pese al impulso de las leyes de Memoria y su hegemonĂ­a en medios, su producciĂłn en los Ășltimos años ha sido modesta.

Una parte de las élites políticas del país pretende legislar el debate historiogråfico y deslindar los campos de batalla políticos utilizando imaginarias alineaciones relacionadas con 1936

No es el caso de Ángel Viñas, pope supremo de la historiografĂ­a ortodoxa, autor extraordinariamente prolĂ­fico (lo que genera no pocas bromas entre los muy cafeteros), hĂĄbil investigador de archivo, poseedor de una prosa excelente, heredera de Tuñón de Lara, y comisario polĂ­tico cruel e infatigable (es autor, entre otros, del bochornoso informe gubernamental que quiere prohibir que se homenajee al inventor Juan de la Cierva con un aeropuerto en su Murcia natal). Aunque Viñas es citado a menudo como experto en la II RepĂșblica —época de la que no ha publicado absolutamente nada o casi nada, exceptuando algĂșn anĂĄlisis de relaciones exteriores, y donde es mĂĄs bien un analista de brocha gorda, muy inferior a muchos de sus compañeros «ortodoxos»— su verdadero campo de expertise es la financiaciĂłn de ambos bandos durante la guerra, las relaciones internacionales de los contendientes y las cuitas internas del ejĂ©rcito. En estos campos ha publicado obras muy valiosas pese a su carĂĄcter virulentamente militante (suele dedicar un porcentaje elevado de sus libros a ironĂ­as baratas o insultos a otros colegas); sin embargo, en los Ășltimos tiempos y con el incremento de la intensidad de su militancia, Viñas tiende a elucubrar en exceso y a proponer hipĂłtesis con muy poca base o difĂ­cilmente demostrables que se ajustan a su particular visiĂłn de la guerra civil y, sobre todo, a su particular visiĂłn de las dicotomĂ­as polĂ­ticas, pasadas o presentes, de España.

Ya lo hizo con El Primer asesinato de Franco: la muerte del general Balmes y el inicio de la sublevación (Barcelona, Crítica, 2018), donde concluye que Franco ordenó el asesinato del General Balmes (muerto en un extraño accidente antes del golpe militar) por ser este contrario a la sublevación y para poder trasladarse luego a Las Palmas. Viñas llega a esa conclusión en base a evidencias circunstanciales y a una revisión algo fantasiosa de la autopsia; todo mås propio de un documental conspiranoico de Canal Historia que de la obra de un académico. No negamos la posibilidad del asesinato de Balmes, pero el libro de Viñas difícilmente resiste un anålisis académico serio. Viñas se entusiasma con las evidencias que apuntan a una profesionalidad extrema del general Balmes y que le habría alejado de cualquier conspiración militar, en los recovecos y ausencias de una autopsia breve e incompleta (perfectamente explicable en el momento y contexto que tuvo lugar), que para él es prueba irrefutable de juego sucio, y en testimonios a los que da la vuelta o pone en duda. Del mismo modo que desecha la notoria adhesión a la monarquía de Balmes, la adhesión al alzamiento y al franquismo de sus familiares, otros tantos testimonios que acreditan que Balmes estaba metido de lleno en la conspiración y, sobre todo, la innecesaridad de la muerte de Balmes: Franco no precisaba de una excusa para trasladarse a Las Palmas el 18 de julio. Podía haber seguido un plan diferente. Toda la guarnición de Las Palmas estaba comprometida en el golpe militar y no les habría sido difícil arrestar a Balmes, como hicieron con tantos otros, si de verdad este no estaba comprometido con la sublevación. Pero Viñas parece que precisa de dotar mayor oscuridad a la ya de por sí lóbrega figura de Franco e imputarle crímenes mafiosos e innecesarios.

Viñas nos ha sorprendido con un libro muy interesante, y este sí con material novedoso que puede arrojar mås luces que sombras sobre los orígenes de la sublevación militar

Viñas sigue por esta lĂ­nea con la que probablemente sea su peor obra hasta ahora y la mĂĄs polĂ­tica de todas: ÂżQuiĂ©n quiso la guerra civil? (Barcelona, CrĂ­tica, 2019). En ella Viñas fantasea con una especie de conspiraciĂłn eterna de la derecha española —en especial de su sector mĂĄs monĂĄrquico y oligĂĄrquico — que, junto con los militares africanistas, mantiene a lo largo del tiempo y con la inestimable ayuda de los partidos parlamentarios de derecha y centro un plan para acabar con la RepĂșblica e instaurar una dictadura. La tesis es disparatada e incluso se aleja de las obras de muchos otros «ortodoxos». Es cierto que los monĂĄrquicos conspiraron durante toda la RepĂșblica, financiaron y diseñaron el chusco golpe de Sanjurjo en 1932 y consiguieron un modesto pacto con Mussolini en 1934. Pero todo ello es independiente de y casi irrelevante para la conspiraciĂłn que fructifica en julio de 1936. La mayorĂ­a de los polĂ­ticos, aristĂłcratas e industriales complicados en las maniobras de 1932 y 1934 no estaban enterados o no participaban de la conspiraciĂłn de 1936 (o en las distintas conspiraciones que terminaron confluyendo), y muchos de los apoyos fundamentales de la conspiraciĂłn militar de 1936 (con apenas participaciĂłn “civil”) no habĂ­an estado complicados en ninguna intentona anterior, o incluso tenĂ­an una trayectoria republicana. Apenas Sanjurjo y algunos africanistas muy alejados de Mola eran el nexo con las conspiraciones anteriores. Claro que, para Viñas, reconocer que la subversiĂłn en la derecha habĂ­a abandonado la marginalidad monĂĄrquica implica reconocer que algo esencial habĂ­a cambiado en 1936; algo se habĂ­a roto, un terremoto polĂ­tico habĂ­a asolado al hemisferio derecho de la sociedad y al propio ejĂ©rcito. Pero reconocerlo implicarĂ­a hacerse preguntas sobre la forma de gobernar o de acceder y consolidar su poder por parte del Frente Popular, y este es casi sagrado para Viñas. 

Este año, sin embargo, Viñas nos ha sorprendido con un libro muy interesante, y este sĂ­ con material novedoso que puede arrojar mĂĄs luces que sombras sobre los orĂ­genes de la sublevaciĂłn militar: El gran error de la RepĂșblica (Barcelona, CrĂ­tica, 2021). En Ă©l, aunque de nuevo insiste en una unidad conspirativa que nunca existiĂł de monĂĄrquicos, falangistas, grandes fortunas y africanistas (por suerte, se olvida de la Iglesia CatĂłlica, que frecuentemente es incluida por los polemistas izquierdistas como otra conspiradora), analiza e investiga el funcionamiento de los servicios de informaciĂłn militares y diplomĂĄticos de los gobiernos republicanos y su incapacidad para detectar (o denunciar) la conspiraciĂłn militar de 1936. Sin embargo, de nuevo, amparĂĄndose en la desapariciĂłn de archivos y de hojas de servicios, Viñas vuelve a ofrecernos hipĂłtesis sin mucha base sobre complicidades y ocultamientos. Como en algunos polemistas, las huellas de la guerra frĂ­a son notables en Viñas, y por ello tiende a buscar una gran conspiraciĂłn oligĂĄrquica ramificada por todos los poderes del Estado, en vez de una prosaica conspiraciĂłn casi puramente militar (minoritaria en los altos estamentos) que a duras penas, y sobre la hora, consigue consolidarse sumando las aventuras de algunas organizaciones paramilitares de la derecha monĂĄrquica o el falangismo, y cuyo amplio apoyo social inicial, es posible que mayoritario, se debiĂł en exclusiva a los errores y excesos del Frente Popular, y no a una perenne voluntad golpista del hemisferio derecho de la sociedad.

A este respecto son especialmente recomendables algunas de las Ășltimas obras sobre la conspiraciĂłn militar de 1936 y su ejecuciĂłn, como Julio de 1936. ConspiraciĂłn y alzamiento contra la Segunda RepĂșblica (Barcelona. CrĂ­tica, 2011), de Francisco AlĂ­a Miranda; ConspiraciĂłn para la RebeliĂłn militar del 18 de julio de 1936 (del 16 de febrero al 17 de julio) (Madrid. SĂ­lex, 2013), de JosĂ© GarcĂ­a RodrĂ­guez; la excelente Las conspiraciones del 36. Militares y civiles contra el Frente Popular (Madrid. Espasa, 2019), de Roberto Muñoz Bolaños y 1936. La ConspiraciĂłn (Madrid. SĂ­ntesis Editorial, 2008), de Enrique Sacanell. Una lectura atenta de estas obras, aunque alguna insista en los tĂłtems de los autoproclamados «ortodoxos», nos señala que nunca hubo una conspiraciĂłn unitaria cĂ­vico-militar de gran alcance, sino un desorden de conspiraciones: desde las operetas monĂĄrquicas y las ensoñaciones falangistas hasta el descontento de militares republicanos o de militares “profesionales” que habĂ­an ganado mucho poder durante la etapa de Gil Robles (y Fanjul) en el ministerio de Guerra y que, aprovechando los descontentos y temores de gran parte de la sociedad española, y con casi plena independencia del poder econĂłmico, del eclesiĂĄstico y de las organizaciones de masas de la derecha, terminaron confluyendo bajo la no excesivamente firme ni brillante batuta del General Mola. El alcance y el apoyo social de esta conspiraciĂłn y su Ă©xito relativo son materia de otras discusiones, y exigen preguntas y debates sobre los antecedentes a estos hechos que algunos nos quieren hurtar, por pura militancia polĂ­tica.

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