Entre 2017 y 2020 una confusa serie alemana sobre viajes en el tiempo, universos alternativos, paradojas temporales, amores inconclusos o dolientes, y ciencia tenebrosa tuvo un gran Ć©xito, hablamos de la serie de Netflix Ā«DarkĀ». Indiscutiblemente la manufactura de la serie era de alta calidad y el intrincado Ć”rbol genealógico (por asĆ decirlo) de los protagonistas que se cruzaban una y otra vez en cronologĆas alternas hizo furor en los espectadores deseosos de misterios banales, como el desventurado autor de estas lĆneas. El pifostio irresoluble montado por los guionistas fue resuelto con un deus ex machina que cortaba todos los hilos, borraba infinidad de historias y hacĆa retornar todo a un punto originario, suprimiendo por el camino prĆ”cticamente a todos los personajes, asĆ como sus dolorosas cuitas. No haber nacido era un favor, la familia y el amor era un embrollo, nos quedamos mĆ”s tranquilos fuera de la existencia Ā”alehop!Ā
Nota de color, en un universo alternativo un personaje es transexual que se prostituye y sufre mucho, pero en otro es un homosexual monógamo feliz que convive con quien en otro universo era un pastor luterano y padre de familia atrozmente reprimido. Nos quedamos tranquilos.
Un sinfĆn de personajes navegan en un trasatlĆ”ntico azorados por sus secretos y temores
El Deus Ex Machina (Persona o cosa que , con su intervención , resuelve , de manera poco verosĆmil , una situación difĆcil dentro de una obra literaria) es un recurso cada vez mĆ”s comĆŗn para concluir las producciones culturales occidentales mainstream contemporĆ”neas, dónde las presiones comerciales (y a veces el mero ego de los guionistas y productores) orientadas a enganchar, tensionar al espectador, generar contenido yĀ lore, emitir referencias reconocibles de otras obras y de la cultura popular terminan produciendo una historia desordenada cuyo desenlace coherente se hace inalcanzable. En esta combinación de pereza y mediocridad descollaron los incombustibles Āæcreadores? J.J Abrams y Damon Lindeloff, quienes en la serie āLostā fundaron un universo riquĆsimo de personajes y misterios en una isla delirante (casi todo imitaciones de un sinfĆn de otras obras) y ante la imposibilidad de resolverlo pulsaron un botón muy recordado por todos: todo lo visto en las largas y laberĆnticas temporadas era Ā”pum! La nada. Todos estaban muertos. Hemos visto una especie de trĆ”nsito sobrenatural de la vida a la muerte. Todo lo que hemos visto en la serie puede ser real o no serlo, puede tener este origen o este otro, pero no importa, puesto que todos los personajes han abandonado este mundo y alcanzado el paraĆso, a otra cosa. No hay misteriosas corporaciones, civilizaciones perdidas, amores, lucha por la vida, o si lo hay, no importa, bĆŗsquenle el sentido.Ā
Damon Lindeloff perfeccionó esta tendencia a la vagancia, el desorden y las referencias fĆ”cilmente reconocibles en la precuela de āAlienā, āPrometheusā, pero fue mucho mĆ”s allĆ”: no hacĆa falta explicar mĆnimamente nada. Nos presentan en el telón una serie de enigmas milenarios y espaciales, muchos de ellos contradictorios, la mayor parte sin ningĆŗn sentido, nos arrojan referencias a Lovecraft y Asimov, y luego se concluye la pelĆcula. No hay un tema central desarrollado, aunque estĆ© camuflado por capas de simbolismo y ambigüedades que se dejan al arbitrio del espectador, es que simplemente no hay nada mĆ”s allĆ” de la intención de tener sentado al espectador pegado a la pantalla un tiempo y hacerle ver la cantidad de preguntas sin respuestas y los profundos conocimientos culturales que los autores pueden ofrecernos antes de cobrar sus moneditas.
Pues bien, los creadores de Ā«DarkĀ», que responden a los nombres de Baran bo Odar y Jantje Friese, han decidido profundizar en este camino con su nueva producción Ā«1899Ā» que ha sido un Ć©xito en Netflix. Una historia sugerente: un sinfĆn de personajes navegan en un trasatlĆ”ntico azorados por sus secretos y temores, todos tienen un pasado (vaya por dios) cuando descubren un trasatlĆ”ntico gemelo abandonado que habĆa desaparecido meses antes sin nadie a bordo. Dentro del derelicto encuentran a un misterioso niƱo con una siniestra pirĆ”mide negra, Ćŗnicos supervivientes de la desconocida atrocidad que se ha llevado a los otros pasajeros. A partir de aquĆ un capitĆ”n amenazado por los horrores de su pasado y una mĆ©dico que sospecha que su padre tiene algo que ver con las desapariciones intentan resolver el misterio mientras los pasajeros van muriendo o desapareciendo. La ambientación es buena, los buques son rĆ©plicas del trasatlĆ”ntico Lusitania construido en 1907 y hay cierto aroma a horror cósmico o a la excelente, chocarrera, disparatada e infravalorada pelĆcula āGhost Shipā (2002).
Los personajes y su pasado son ficciones sobre una ficción y no hay nada detrÔs
Todo embutido en una clĆ”sica atmósfera alemana de claustrofobia, desconfianza, nihilismo e injusticia, acompaƱados de personajes desatinados (una pareja homosexual disfrazada de hermanos, uno de ellos sacerdote, un matrimonio francĆ©s que se odia y ella ansia un feminismo liberador que culmina en el momento en que se quita una falda y se pone pantalones) y diĆ”logos poco creĆbles (ātodos huimos de algo, por eso viajamos en barcoā) se nos van presentando historias del pasado y enigmas que pretenden ser una especie de frescoĀ del final del siglo XIX y del esoterismo que curiosamente tuvo su apogeo en aquellos tiempos positivistas (y que no recuperó hasta los aƱos setenta)⦠pero al final de nuevo nada. Todo lo que hemos visto resulta ser una ficción dentro de una ficción. Todo es falso. Nada existe como nos lo han presentado (o casi nada). Ninguno de los misterios que se visionan en los ocho episodios tiene solución porque simplemente no existen. Los personajes y su pasado son ficciones sobre una ficción y no hay nada detrĆ”s. Puede ser asĆ, algo parecido, o nada. De nuevo un risible Deus ex Machina. Hay una explicación muy sencilla que lo cierra y borra todo, como se dice en los Simpson ātodo lo que no tiene explicación⦠pues lo hace un magoā.Ā
Salvo que a ustedes les gusten verdaderamente los trasatlÔnticos de la Belle Epoque y la ropita de época pueden ahorrÔrselo. De verdad. Y si se encuentran con Damon Lindeloff denle una patada de mi parte, aunque no sea responsable de la serie «1899».