Hasta finales del siglo XIX, los periódicos se financiaban a travĆ©s de la suscripción de sus lectores, que pagaban un tanto fijo por recibir el periódico a diario. Eso permitĆa a los dueƱos de los medios calcular las tiradas de ejemplares y los ingresos y gastos necesarios para hacer viables sus redacciones.
Con el aumento de la población y de las Ôreas informativas a cubrir, justo antes de comenzar el siglo XX este modelo empezó a resultar insuficiente para financiar los gastos necesarios al ritmo de las nuevas necesidades informativas. En ese momento, la publicidad ocupó el lugar de los antiguos suscriptores como nueva fuente de financiación.
Joseph Pulitzer fue de los primeros en comprender que la fuerza de un periódico residĆa a partir de entonces en su capacidad de impacto, y no en el nĆŗmero de suscriptores de pago. Para que el periódico resultase atractivo a las empresas que podrĆan anunciarse a travĆ©s de Ć©l, era necesario que llegase a la mayor cantidad de lectores posible.
El empresario hĆŗngaro se arriesgó a rebajar el precio de su periódico a la mitad y a aumentar la tirada, apostando a que la disminución de ingresos directos se verĆa compensada con mayores ingresos publicitarios debidos al crecimiento de la audiencia.
«Para que un periódico sea de verdadera utilidad al público debe tener una gran tirada, en primer lugar porque sus noticias y sus comentarios deben llegar al mayor número de gente posible y, en segundo, porque una gran tirada significa publicidad, y publicidad significa dinero, y dinero significa independencia».
Sobre esto Ćŗltimo habrĆa mucho que decir, pero lo cierto es que fue determinante para que Pulitzer se convirtiera en uno de los hombres mĆ”s ricos e influyentes de NorteamĆ©rica.
Como hoy sabemos, la publicidad, que hasta entonces significaba un pequeño porcentaje de los ingresos de los periódicos, creció hasta desplazar por completo a los suscriptores como fuente de financiación.
El lector dejó asà de ser el cliente para pasar a ser el objeto de una transacción comercial en la que lo fundamental era su opinión. Los medios buscaban tener ascendente sobre él, atraerlo e influir en su conducta, pero no necesariamente su aprobación o su estima, como hemos podido comprobar con el paso del tiempo.
Por eso el tono amable y respetuoso con el que se dirigĆan a Ć©l los medios fue tornĆ”ndose dĆ©cada a dĆ©cada mĆ”s provocativo o mordaz, moralizante o incluso directamente insultante, con secciones enteras dedicadas a explicarle lo que hace mal.
El pĆŗblico sigue siendo hoy el objeto de una transacción comercial que se ha sofisticado de manera creciente gracias a la tecnologĆa, especialmente con la llegada de Internet y las redes sociales.
De una economĆa de producción a una economĆa financiera
Henry Ford, el gran empresario del motor perteneciente a una generación posterior a la de Pulitzer, advertĆa de otro de los fenómenos que hoy son ya generalizados: el papel dominante de los bancos en la gestión de las empresas.
En opinión de Ford, deber dinero a un banco te convertĆa en su esclavo, de modo que las decisiones empresariales a partir del momento en que pedĆas un crĆ©dito no atendĆan ya a los intereses del pĆŗblico ni de la propia empresa, sino a los del banco dueƱo de esa deuda. En su Ć©poca era comĆŗn que los bancos ofrecieran grandes sumas a empresas en busca de capital para financiar inversiones, a cambio de nombrar tesoreros y directivos varios de su confianza que profesionalizaran la gestión. Ford logró evitarlo, con graves dificultades, sólo gracias a la ingente acumulación de dinero en efectivo (el famoso flujo de caja) que generó su negocio a lo largo de los aƱos.
Pese a ello, los tres principales inversores institucionales de la Ford Motor Company son hoy Black Rock, Vanguard y State Street, el trĆo calavera de las gestoras de fondos de inversión internacionales. Entre las tres manejaban activos por valor de 22 billones de dólares el aƱo pasado, y representan el mayor accionista de mĆ”s del 96% de las empresas del S&P 500 (Ćndice bursĆ”til de referencia de la bolsa de Nueva York). En menos de dos dĆ©cadas, se calcula que pueden acumular alrededor del 40% de los votos corporativos que corresponden a los accionistas de las empresas integradas en ese Ćndice, y con ellos el control de sus consejos de administración; de modo que no se trata de simples inversores, sino de autĆ©nticos gestores con capacidad de decisión.
Un detalle curioso: el mismo trĆo es tambiĆ©n el accionista principal del competidor directo de Ford, General Motors. Y si fuĆ©ramos sector por sector, desde la alimentación a la tecnologĆa pasando por los productos farmacĆ©uticos, descubrirĆamos que esta no es la excepción, sino la regla en todos esos mercados. Estos tres fondos son el accionista mayoritario de las empresas lĆderes en la mayorĆa de ellos. A saber:
En otras palabras: empresas que en principio parecen competir dentro de un mercado, en realidad tienen sentados en sus consejos de administración a los mismos dueños. No es que los dueños sean exactamente los mismos, porque la titularidad del accionariado de estas empresas es muy amplia, pero, como anticipaba Henry Ford, el control de la empresa sà estÔ en las mismas manos, porque el accionista mayoritario, que es el que en la prÔctica controla la sociedad, sà coincide. En su momento fueron los bancos, y ahora son las empresas gestoras de fondos de inversión.
Su influencia, por magnitud, traspasa lo económico y domina incluso la polĆtica. AsĆ, no es de extraƱar que a Black Rock se la haya denominado la Ā«cuarta rama del GobiernoĀ», despuĆ©s de que la Reserva Federal recurriese a su director, Larry Fink, cuando fue necesario diseƱar un fondo de rescate pandĆ©mico para las empresas y los particulares afectados por las restricciones debidas a la COVID-19.
Get woke, go broke
Hay una gran masa de población a la que cada vez le resulta mĆ”s difĆcil sentirse identificada o aludida por la publicidad de las grandes marcas. Hace apenas dos dĆ©cadas, todavĆa la bĆŗsqueda de la identificación con el cliente, su aprobación y la persuasión sobre las bondades del producto a comercializar seguĆan siendo la norma.
En los Ćŗltimos aƱos, una nueva gama de anuncios con un tono mĆ”s formativo o moralizante ha dejado atrĆ”s la necesidad de vender el producto y busca en primer lugar causar un impacto, muchas veces incluso negativo, de modo que ya no es sólo que una marca concreta no busque venderle a uno su producto, sino que parece haberle cogido manĆa.
Todo ello tiene detrĆ”s estudios de psicologĆa aplicada al marketing y teorĆas sobre el impacto de la llamada publicidad emocional, tambiĆ©n la relacionada con emociones negativas, sobre las decisiones de consumo de los destinatarios. En teorĆa, las emociones negativas causan un impacto mayor y mĆ”s duradero en la memoria, de modo que las marcas se estarĆan guiando por aquello de Ā«que hablen de ti, aunque sea bienĀ» a la hora de provocar esa clase de emociones entre el pĆŗblico que consume sus productos.
A veces el tono lo da el propio mensaje publicitario, y en otras ocasiones el mensaje reside en las figuras elegidas para transmitirlo, o en sus actitudes a la hora de promocionarlo. Un ejemplo reciente en EspaƱa de esta tendencia es el anuncio de JB de la Navidad pasada protagonizado por el abuelo de un joven trans.
En Estados Unidos, a quienes debemos agradecerles la promoción de todas estas novedades ideológicas, como ha seƱalado Javier Bilbao en estas mismas pĆ”ginas, la polĆ©mica ha surgido hace unos dĆas a raĆz de que Bud Light, la cerveza mĆ”s vendida de Estados Unidos (y la tercera mĆ”s vendida del mundo), contratara como representante a Dylan Mulvaney, una mujer trans, denominación al uso que en este caso alude a un hombre de 26 aƱos disfrazado de la versión juvenil de Jackie Kennedy.
A algunos clientes de Bud Light no les ha gustado nada, y al igual que en anteriores escÔndalos como la campaña de Nike con Colin Kaepernick o y el anuncio de Gillette de hace unos años denunciando la «masculinidad tóxica», las muestras de rechazo en redes sociales han sido numerosas. Una de las mÔs comentadas ha sido la del cantante Kid Rock, poco después de anunciarse la campaña:
— KidRock (@KidRock) April 4, 2023
Tras Ć©l, han sido muchos los clientes que han dejado patente su rechazo, bien en comentarios o en vĆdeos en los que tiran latas de Bud Light a la basura, lo que ha hecho que las ventas de Bud Light en EE.UU. hayan caĆdo un 17% en la semana anterior al 15 de abril.
La nombrada hace poco vicepresidente de Marketing de la empresa y responsable de esta nueva iniciativa publicitaria, Alissa Heinerscheid, la primera mujer en ocupar el cargo, segĆŗn figura en su perfil de LinkedIn junto a sus pronombres, explicaba en una reciente entrevista:
Ā«Soy una mujer de negocios, tenĆa un trabajo muy claro que hacer cuando me hice cargo de Bud Light, y era ‘Esta marca estĆ” en declive, ha estado en declive durante mucho tiempo, y si no atraemos a los jóvenes bebedores vengan y beban esta marca, no habrĆ” futuro para Bud Light‘Ā».
De modo que ella, como mujer de negocios, tenĆa un mandato Ā«superclaro para evolucionar y elevar la marcaĀ», lo que implicaba Ā«inclusividad, significa cambiar el tono, significa tener una campaƱa que sea verdaderamente inclusiva, y se note mĆ”s ligera, mĆ”s brillante y diferente, y atraiga a mujeres y hombresĀ». Ā”Eureka!
Tras contratar a Mulvaney, la capitalización bursĆ”til de la compaƱĆa ha caĆdo en mĆ”s de 6.000 millones de dólares hasta los 125.000 millones de dólares en menos de una semana. Siempre hay que ser cauto a la hora de interpretar los movimientos en bolsa, cuyas causas suelen implicar multitud de factores, pero todo parece indicar que el boicot le ha pasado factura a Anheuser-Busch InBev, la empresa dueƱa de la marca Budweiser.
Algo parecido ocurrió con Gillette, que tras la campaña 2019 que provocó un boicot por parte de sus clientes sufirió una depreciación de 8.000 millones de dólares en el valor de su marca, según Procter & Gamble, la empresa madre.
Y sin embargo, a pesar de las pƩrdidas multimillonarias que experimentan las marcas tras provocar la ira de sus consumidores, cada vez son mƔs empresas las que se suman a este tipo de campaƱas.
Get woke, go broke?
Volverse espabilado, ir a la quiebra. Esta es la expresión que emplean en EE. UU. para referirse al quebranto económico que suelen experimentar las marcas que abrazan la ideologĆa woke, espabilada, un tĆ©rmino que alude a un impreciso conjunto de creencias que a grandes rasgos coinciden con la moral impulsada desde los centros de poder. En tĆ©rminos de Curtis Yarvin, se tratarĆa de la doctrina de La Catedral, e incluye desde las polĆticas de gĆ©nero a las multiculturales, pasando por las relacionadas con la emergencia climĆ”tica.
En términos de ventas, no sale rentable disgustar al mismo cliente al que se le pretende vender un producto. Es algo intuitivo que de primeras no exige muchas cÔbalas, pero en realidad se trata de una afirmación que parte de la premisa de la existencia de competencia en un mercado mÔs o menos libre y con reglas fijas.
No obstante, desde el momento en que la creación de dinero se hace desde la nada y sin lĆmite, ninguna de ambas se cumple, y la ventaja competitiva pasa a ser la cercanĆa al emisor de moneda o, en otros tĆ©rminos, la facilidad de acceder al capital y al crĆ©dito barato y casi infinito. Este dopaje financiero permite en su caso absorber a los competidores de mayor valĆa o desgastar sus cuentas aprovechando el mĆŗsculo financiero adicional (lo que suele acabar tambiĆ©n en absorción del rival debilitado). En caso de necesidad, la cercanĆa al regulador ofrece tambiĆ©n otras herramientas menos ortodoxas.
Por supuesto existen otros factores, como el marco regulatorio o los costes energéticos, mÔs o menos importantes en función del sector económico a tratar, pero el factor diferencial sigue siendo el acceso libre al manantial de capital y crédito baratos, muy por encima de la capacidad de producción a buenos precios.
El esquema lo estamos viendo en directo en el sector bancario, y próximamente también en el alimentario y el de recursos naturales bÔsicos. Se trata de la concentración en torno a los mayores operadores, que busca quebrar las resistencias de las empresas de menor tamaño en favor de las grandes corporaciones.
No es casual que las empresas que llevan a cabo el tipo de campaƱas sean las lĆderes de sus sectores, o estĆ©n próximas a serlo. Para poder permitirse el lujo de asumir las pĆ©rdidas resultantes es necesario contar antes con una posición dominante de mercado y un respaldo financiero sólido.
Por eso, contrariamente a lo que parece, la mayor parte de regulaciones sobre cualquier sector, que los gobiernos anuncian como ejemplos de mano dura, ya sean medioambientales, laborales, para evitar el fraude, etc. favorecen a las empresas mejor posicionadas y mĆ”s grandes dentro de cada sector, y expulsan o debilitan a las mĆ”s pequeƱas, incapaces de cumplir con los nuevos requisitos y continuar siendo rentables. A mĆ”s severa la regulación, mĆ”s difĆcil la entrada en ese mercado, y mayor la ventaja para los que ya estĆ”n posicionados en Ć©l.
El acceso privilegiado al capital
James Lindsay, el matemĆ”tico editor de New Discourses reconvertido en activista antiwoke, afirmaba hace poco en Twitter que la razón de que la mayorĆa de las empresas sigan la corriente woke no es el miedo a la extorsión pĆŗblica impulsada por organizaciones como Black Lives Matter (Las Vidas Negras Importan) despuĆ©s de George Floyd.
Most corporations aren't doing Woke crap because they want to do Woke crap or because of some public extortion racket like a BLM driven moral panic after George Floyd. They're doing it because they do business under a business mafia that rewards and punishes them accordingly.
— James Lindsay, wasn't prioritized to begin with (@ConceptualJames) April 3, 2023
Lindsay considera que si ceden es porque hacen negocios bajo una mafia empresarial que los recompensa y los castiga en consecuencia. En su opinión, las empresas necesitan ser liberadas de este perverso sistema para que dejemos de ver campaƱas como la Ćŗltima de Bud Light, o muchas otras en diversos grados de sutilidad, que como hemos argumentado aquĆ tienen mĆ”s que ver con la ingenierĆa social que con la venta de productos.
Tiene razón en parte, porque es cierto que cumplir con los criterios conocidos como ESG (Medio Ambiente, Sociales y de Gobernanza, por sus siglas en inglés) es un factor determinantes para que las empresas tengan acceso al capital que necesitan para sobrevivir en un entorno en que el acceso a él representa la principal ventaja competitiva.
Para dar una idea de la importancia de esos criterios a la hora de acceder al capital, en 2020 habĆa unos 600 fondos de inversión centrados en empresas que cumplieran criterios ESG, con activos por valor de mĆ”s de 165.000 millones de dólares. Sólo en los diez primeros meses de 2020, entraron mĆ”s de 60.000 millones de dólares adicionales al sector.
La situación es muy similar a la que enfrentan los paĆses con grandes deudas soberanas, como estĆ” detallando brillantemente en este mismo suplemente Jorge SĆ”nchez de Castro. Sólo los que pueden financiarse a intereses bajos y evitar asĆ el crecimiento de la cĆ©lebre prima de riesgo son capaces de no incurrir en quiebra y seguir pagando sus cada vez mĆ”s deficientes Ā«Estados de BienestarĀ».
Lindsay identifica perfectamente que el objetivo es acabar con una economĆa basada en la producción y el consumo para pasar a otra basada en criterios de calificación secretos o arbitrarios. En suma, pasar de una economĆa de mercado a un dirigismo estricto.
Esto es cierto, y la denuncia de Lindsay es muy procedente, pero pasa por alto el nivel de coordinación entre los diferentes agentes en este proceso, como hemos visto a travĆ©s de las compaƱĆas comunes a la mayorĆa de sus accionariados: Black Rock, Vanguard y State Street.
AsĆ que existe un chantaje a las empresas, pero no es a las mĆ”s grandes, a las lĆderes de cada mercado, porque ellas, los gobiernos, los grandes bancos, los fondos de inversión y organismos internacionales, etc. van de la mano hacia un objetivo comĆŗn, y sus directivos se mueven indistintamente entre todos ellos a travĆ©s de permanentes vasos comunicantes.
El chantaje verdadero lo padecen las pequeƱas y medianas empresas y los individuos, porque todos estos agentes crean un ecosistema económico en el que la entrada implica, ademĆ”s de una serie de costes aƱadidos, la adhesión unos principios limĆtrofes a un nihilismo cubierto de buenas palabras, y sin adherirse a ellos queda uno expulsado del mercado laboral, económico y de crĆ©dito.
Y aquà reside la verdadera función de la publicidad, como un anexo mÔs dentro de lo que Curtis Yarvin llama La Catedral: si la prensa es su departamento de comunicación y la academia es su departamento de recursos humanos, las empresas y su publicidad son su departamento de propaganda: lanzan los mensajes que difunden la moral a imponer, con la idea no tanto de convencer como de presionar a los disidentes.
Esa función la cumplieron durante aƱos los medios de comunicación, como hemos visto en el caso de Pulitzer āque junto a Hearst, el otro gran empresario editorial, logró Ć©xitos como la adhesión del gran pĆŗblico a la guerra contra EspaƱaā, y en cierto modo siguen haciĆ©ndolo, pero ahora se ha producido una suerte de integración vertical hacia atrĆ”s en la que las empresas, que antes lanzaban sus propios mensajes o los de sus marcas a travĆ©s de la prensa, han pasado a ser ellas mismas voceras del poder. De modo que usan la publicidad de sus marcas para hacer una propaganda que ya no llega sólo al pĆŗblico lector de prensa por una vĆa mĆ”s o menos racional, sino a todo el mundo con mensajes mĆ”s simples, accesibles y emocionales para todo el mundo.
Esa es su función actual, y el buen desempeƱo se ve recompensado con acceso privilegiado a enormes cantidades de crĆ©dito y capital. Por eso las empresas ya no compiten con sus teóricos rivales, que estĆ”n controlados en muchas ocasiones por los mismos gestores, sino que compiten entre sĆ para destacar y acceder a estas condiciones financieras privilegiadas que son la clave del Ć©xito en una economĆa sin producción.
Por eso una votante republicana registrada como la hoy ya exvicepresidente de marketing de Anheuser Busch contrata a un activista trans para promocionar su cerveza mĆ”s vendida, y, aunque de momento la empresa haya tenido que sustituirla y dejarla a ella y a otro responsable de marketing en excedencia hasta que amaine el temporal, su futuro como directiva no corre peligro por una decisión que ha espantado a miles de clientes y que con los criterios tradicionales habrĆa hundido su carrera para siempre.
Los criterios ESG y otros similares estĆ”n diseƱados para evaluar a las empresas sin atender a sus resultados financieros, y premiarlas o castigarlas conforme al grado de cumplimiento de su agenda ideológica. Son el shiboleth que granjea la entrada a la liga de los grandes negocios, la contraseƱa de entrada a la oligarquĆa global.
En palabras de Klaus Schwab, uno de los impulsores de estos criterios: Ā«Creo que la narrativa clave que deberĆamos tener es pasar de una sociedad que se basa en la producción y el consumo a una sociedad que se basa en cuidar y el compartirĀ».
Es decir, a una economĆa moral sin bienes en propiedad; una no-economĆa, al menos para el hombre de a pie.
Si tuviĆ©ramos que resumirlo en pocas palabras, dirĆamos que el cliente siempre tiene la razón, pero ahora el cliente ya no es usted.