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Tintín en Madrid

El pasado miércoles 5 de octubre Tintín llegó a la capital. El personaje que Georges Remi creó allá por 1929 anda deambulando por el mundo desde entonces y, tras pasar por París, Quebec, Shanghái, Lisboa y alguna otra ciudad, ha terminado aterrizando en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Y antes de empezar con las divagaciones superfluas, les diré lo importante: tendremos la exposición hasta febrero -aunque estas cosas, como los conciertos caros, tienen sus bises-, los niños entran gratis, los mayores pagamos 14€ y, en un afán muy chestertoniano, los que son familia numerosa –los que, queridos lectores, lo somos– tenemos descuento. Así, en este punto, lo mejor que podrían hacer es cerrar La Gaceta de la Iberosfera y tirar hacia el CBA. Claro que, si aún no les ha entrado el gusanillo, sigan leyendo.

Hergé tan sólo usó su peculiar mundo exterior, aquella ruinosa pero trepidante carcasa inmersa en guerras y enfrentamientos, para dar vida a su mundo interior

Tintín fue parido por Hergé, cuyo pseudónimo –ya descubrirán por qué– tiene el mismo poso intelectual que el de, qué sé yo, Carmen Mola. Pero ese es otro asunto. El ilustrador belga nació antes de la Gran Guerra y no podríamos decir que fuera un hombre de su época. Frente a trincheras de uno y otro lado, conflictos de uno y otro bando, y con no poca polémica, Hergé supo crear unos personajes de ligne claire, esto es, universales. Ideológicos, imperialistas y todo lo que usted quiera, claro que sí. Pero millones de niños pudieron conocer el mundo a través del inquieto dibujante, que hoy es considerado como el padre del cómic europeo. Así, la exposición nos deja claro un asunto desde el principio: Hergé tan sólo usó su peculiar mundo exterior, aquella ruinosa pero trepidante carcasa inmersa en guerras y enfrentamientos, para dar vida a su mundo interior. Tintín, como Quique y Flupi, son tan solo fruto de esa semilla de genial locura que pronto germinó. Y sus caóticas amistades, como la que mantuvo con Tchang Tchong-Jen, terminan por hacernos entender que supo rodearse de envidiables chiflados.

De todas las influencias que marcaron su famosa obra, en Hergé no triunfó la rareza o la excentricidad, sino la sencillez, la línea clara, la universalidad

Sin ser un hombre de la época, decía, Hergé pronto alimentó su creatividad en las salas de cine de su Etterbeek natal. Sus primeras obras, las verán en la exposición, tienen ese sedimento clásico, sencillo, bicolor. Pronto se vería influenciado, en cualquier caso, por distintas corrientes vanguardistas que hicieron de él un gran ilustrador, viñetista y publicista. Y este es otro de los descubrimientos de los que el espectador será partícipe en la exposición. El padre de Tintín apadrinó por igual proyectos radicalmente distintos, desde la creación cinematográfica hasta el coleccionismo de arte contemporáneo. Sin embargo, de todas las influencias que marcaron su famosa obra, en Hergé no triunfó la rareza o la excentricidad, sino la sencillez, la línea clara, la universalidad. Porque, repito, Hergé no era un hombre de su época. Y supo, aun así, compendiar la esencia del siglo XX, como bien señala Fernando Castillo.

Y como no venimos a por Rolex, es hora de hablar de Tintín. En 1929 nació el personaje como una suerte de excusa para hablar del mundo. Con un Sancho Panza de cuatro patas -Milú, o acaso el fox terrier más famoso del mundo-, Las aventuras de Tintín siguen gozando de una rabiosa actualidad. En su página web, el Musée Hergé, artífice de la exposición, viene a decirnos que el joven reportero sigue despertando pasiones. «Tintín encarna unos valores universales con los que todo el mundo puede identificarse. Eternamente joven, el incansable reportero sigue conquistando el mundo con una vitalidad siempre renovada». Renovadas las fuerzas, pues, el visitante termina por ver en la exposición el desarrollo de personajes como el capitán Haddock o, mis favoritos, Hernández y Fernández.

Tintín nos sigue transmitiendo hoy en día una peculiar visión del mundo, con los ojos de una astuta inocencia

Punto de referencia de un mundo complejo, intrépido aventurero, héroe imprevisible y hombre de «espíritu insobornable» -son palabras de mi admirado Mario Crespo-, Tintín nos sigue transmitiendo hoy en día una peculiar visión del mundo, con los ojos de una astuta inocencia. Ya se lo he dicho, pero creo conveniente recordarlo. Vayan al Círculo de Bellas Artes, paguen la entrada, tengan familias numerosas para que les salga más barato y disfruten de la obra de Hergé. El genio belga, como su universal Tintín, son atemporales. Porque, una última vez, no son producto de su época. Sino de todas.

Estudiante de Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Colaborador habitual de La Gaceta, Revista Centinela, Libro sobre Libro y La Iberia. Woody Allen, Fernando Alonso y Julio Camba.

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