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Toros y tonos bravos y vibrantes

Eduardo Osborne Bores (Sevilla, 1970) ha escrito un libro oportunísimo. Se trata de un ensayo-repaso de las relaciones de la cultura pop con el la tauromaquia. Lo ha titulado La música cantada del toreo (El Paseillo, 2022), haciendo un guiño a La música callada del toreo, clásico de José Bergamín. 

Osborne llega muy preparado al lance. Conoce el oficio de escritor, siendo un reconocido columnista de los periódicos del Grupo Joly, y es aficionado al toreo y al pop-rock. Ha fusionado en este volumen sus tres pasiones. 

El libro es oportuno y valiente porque responde a tantos cuestionamientos actuales de la tauromaquia que la motejan de obsoleta demostrando su modernidad. El Siglo de Plata de las letras españolas —que también repasa— lo fue de oro en lo que concierne al toreo, con poetas como Gerardo Diego, Federico García Lorca, Fernando Villalón, conde de Miraflores de los Ángeles o Rafael Alberti; con pintores como Picasso y Ramón Gaya; con hitos como el libro de Chaves Nogales Juan Belmonte, matador de toros, etc. De esa presencia cultural y hasta socio-lingüística nos ha dejado detallada constancia Andrés Amorós en varios libros deliciosos.

Está por hacer la panorámica de la recepción cultural de la tauromaquia contemporánea. Hay mucha tela que cortar, con pintores de la delicadeza de Pedro Serna o con la revista Quites de Valencia, donde los poetas Carlos Marzal, Felipe Benítez Reyes y hasta Francisco Brines saltaron al ruedo. Osborne Bores nos deja ya hecho un capítulo sustancioso de ese repaso: el de la cultura pop, especialmente de la música, aunque también habla de pintura y de cine.

Como urge demostrar la modernidad del toreo y su transversalidad político-social [a quienes me temo que no quieren ser convencidos], Osborne se ha plantado en los terrenos más comprometidos. Ha citado de frente y se ha ceñido. Sale airoso. El repaso es exhaustivo y con conocimiento de causa, incluyendo adornos y florituras en forma de amenas curiosidades y peculiares fotografías. No todos los homenajes taurinos de nuestros músicos contemporáneos brillan a la misma altura, y hay alguna morralla, pero Eduardo Osborne sabe —exponiéndolo todo— destacar lo mejor. El barbero del rey de Suecia le selecciona a usted estos hitos:

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John Fitzgerald Kennedy, en el discurso al pueblo americano en la crisis de los misiles, se marcó este capotazo taurino: «El que conoce los problemas del toro no es el público ni los críticos, sino el que se pone delante».
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Jimmi Hendrix vino a tocar a España por primera vez en el verano de 1968, aunque lo que en realidad pretendía era ver torear en directo a Manuel Benítez el Cordobés.

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Elvys Presley se vistió de corto.

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El más taurino de los cantantes ha sido Julio Iglesias. Ha declarado: «Culturalmente, la fiesta está en mi sangre. Más que defenderla la llevo dentro. […] Un torero tiene una relación perfecta entre el alma y el sentimiento, por un lado; y el cuerpo, la dimensión física, por otro». Aquí al alimón con El Puma.

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Francisco Umbral se refirió a la música de Gabinete Caligari con el apelativo de «rock torero».

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Valle-Inclán le dijo a Juan Belmonte: «A usted, para ser inmortal, sólo le falta morir en la plaza».

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Shakira rindió su homenaje taurino en otra canción de abandono, que además es mejor: «Te dejo Madrid».

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Joaquín Sabina se sincera: «Mira, no he ido nunca a ver ni a Dylan ni a Bruce Springsteen fuera de España, y por José Tomás sí lo he hecho». En la crítica que dedicamos a su documental, ya hablamos del papel central y sacro que tiene el toreo en la cosmovisión de Sabina.

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Mecano hizo sus pinitos. Y así va levantando acta Eduardo Osborne de tantas incursiones taurinas de nuestros músicos hasta llegar a Taburete

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El capítulo «Calamaro: una honestidad brutal» transmite la emoción de las épicas defensas de la tauromaquia que ha hecho el músico hispano-argentino. Ha dicho: «Fuera del flamenco y la tauromaquia, todo es frívolo. […] Hay que plantarse y defender la verdad, más si es una verdad artística y litúrgica».

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