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Un aviso a navegantes: el caso de Douglass Mackey

El pasado 21 de marzo comenzó en Nueva York el juicio contra el tuitero Ricky Vaughn, cuyo nombre real es Douglass Mackey, economista de 33 años nacido en Waterbury, un pequeño pueblo de Vermont, al que el Huffington Post bautizó en su momento como «el troll nacionalista blanco más influyente de Donald Trump en Twitter», y también como «una figura central en el movimiento supremacista blanco «alt-right» (derecha alternativa)». 

Se le acusa de conspirar para difundir información errónea destinada a privar a otros de su derecho de voto, un delito federal por el que se enfrenta a una pena de hasta 10 años de cárcel. «El acusado, Douglass Mackey, intentó robar a la gente su derecho al voto», dijo el fiscal en su alegato inicial.

Los hechos

En los prolegómenos de las elecciones presidenciales de 2016 que enfrentaron a Donald Trump y Hillary Clinton, las redes sociales tuvieron por primera vez un papel protagonista. Alrededor del candidato republicano se creó muy pronto una plataforma de apoyo en redes sociales entre afines a su mensaje, una herramienta de campaña que acabaría contribuyendo de manera significativa a amplificar su mensaje y su figura.

Dentro de los seguidores del futuro presidente, el tuitero Ricky Vaughn, la identidad online de Douglass Mackey, era uno de los más conocidos y celebrados.

En el escrito de la agente del FBI que solicitó la orden de detención en 2021 se le acusa de haber difundido, entre septiembre y noviembre de 2016, una serie de memes (imágenes normalmente acompañadas de texto con intención habitualmente satírica) que daban a entender en falso a los simpatizantes de Hillary Clinton que podían votar por ella a través de un mensaje de texto o publicando una etiqueta en Twitter o Facebook, simulando para ello la apariencia de los auténticos mensajes de campaña de Hillary Clinton

Para completar su diseño y asegurar su difusión se habría coordinado junto con otros cuatro coconspiradores, cuyo nombre no desvela, mediante mensajes en grupos privados de Twitter con nombres tan sugerentes como War Room (Sala de Guerra), Fed Free Hatechat (Sala de Charla de Odio Exenta de Agentes Federales, una cruel ironía, como veremos) o Infowars Madman (Loco de la Guerra de la Información, alusión al presentador Alex Jones).

La compañía de teléfonos dueña del número que aparecía en los tres memes constata que 4.900 personas enviaron mensajes de texto con la palabra «HILLARY» en los días previos a las elecciones, muchas provenientes del distrito Este de Nueva York. No está claro, sin embargo, cuántas de ellas, si alguna, dejaron de ir a votar debido a ello.

Los memes publicados fueron los siguientes:

La influencia electoral de Ricky Vaughn, el seudónimo tuitero de Mackey, que llegaría a acumular hasta 58.000 seguidores, era superior a la de la NBC, la CBS, la sección de Política del NYT, o a la de Stephen Colbert, Jimmy Fallon, Michael Moore o Bill Maher, por citar algunos, según un estudio publicado en febrero de 2016 por el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) sobre las cuentas de Twitter más influyentes de cara a las cercanas elecciones presidenciales. En ese listado, la primera posición la ocupaba Donald Trump.

De los cuatro coconspiradores citados en la orden de detención, el Huffington Post identificó a tres: uno era el propio MicroChip, otro era Anthime Gionet (alias «Baked Alaska»), figura muy conocida en el ambiente pro-Trump y detenido hace poco por participar en los altercados del 6 de enero en el Capitolio, y el tercero era un seguidor de Trump conocido como @nia4_trump.

Revelación de identidad

La identidad de Mackey fue expuesta por primera vez por otro probable miembro de aquellos grupos de mensajes privados iniciales, Paul Nehlen, candidato republicano por dos veces fallido al Congreso por Wisconsin que acabó siendo repudiado por el entorno de Trump debido a sus opiniones extremistas.

Según se recoge en el escrito de la acusación, el 2 de abril de 2018, Nehlen publicó en su cuenta de Gab que «El verdadero nombre de Ricky Vaughn era MACKEY».

Al día siguiente, durante una entrevista con Christopher Cantwell, presentador del podcast «Radical Agenda», Nehlen reveló que Mackey había trabajado para su campaña. Al acabar la entrevista, Cantwell publicó una foto de Mackey en su blog con el texto «Douglass Mackey, alias Ricky Vaughn». 

Cantwell es conocido como El Nazi Llorón por un video suyo que se hizo viral en el que lamentaba haber recibido una orden de arresto tras haberse declarado culpable de los cargos de «agresión con lesiones» por haber usado un espray de pimienta en un enfrentamiento con contramanifestantes durante la infausta marcha de Charlottesville de 2017. En 2020 fue condenado a 41 meses de prisión por extorsión y amenazas a un miembro de un grupo extremista rival.

Nehlen también tenía un conflicto abierto con otras personalidades de Twitter afines a Trump, como Kurt Schlichter y John Cardillo, que habían denunciado sus expresiones antisemitas, lo que en 2017 le costó también la pérdida de apoyo del jefe de gabinete de Donald Trump, Steve Bannon y del que había sido su medio, Breitbart, para su campaña al Congreso. En palabras de Arthur Schwartz, asesor de Bannon: «Nehlen está muerto para nosotros».

Pedro Gonzalez explica que Mackey se oponía a los métodos de confrontación defendidos por otros miembros más radicales de la alt-right como Christopher Cantwell. 

«Andrew «Weev» Auernheimer, otro miembro del grupo, acusó a Cantwell de ser un informante federal durante la disputa (algo que éste le había reconocido durante una conversación). Cantwell, a su vez, acusó a Auernheimer y Mackey de conspirar para socavar el movimiento. Aparentemente frustrado por las críticas de Mackey y sus llamamientos a la moderación, Paul Nehlen reveló su identidad.»

La investigación federal

Dos días después, el 5 de abril de 2018, el Huffington Post publicó un detallado reportaje sobre Mackey que incluía varias fotografías suyas e imágenes antisemitas compartidas desde su cuenta de Twitter. Su salida forzosa del anonimato se explicaba como un efecto colateral del desastre que había resultado para la alt-right la marcha de Charlottesville, que desató una lucha interna tras la cual el joven se convirtió en objetivo del ala más radical del movimiento. 

Sea como fuere, su identidad había quedado expuesta, y su cuenta de Twitter fue definitivamente suspendida el 28 de abril de 2018. Mackey decidió pasar página y abandonar Nueva York y las redes sociales para instalarse en Palm Springs, Florida, hasta que fue detenido allí el 27 de enero de 2021 por los memes que había publicado 5 años antes. 

Unos meses antes de sus detención, en octubre de 2020, agentes federales se habían puesto en contacto con Nehlen, que les confirmó que Mackey era Ricky Vaughn. También se pusieron en contacto con Loren Feldman, que había entrevistado a Mackey para el documental Silenciados, de 2016, producido por Mike Cernovich, para que confirmara que había identificado a Mackey por las fotos que previamente le había enseñado el periodista del Huffington Post responsable de la pieza sobre Mackey en 2018. Feldman confirmó que los agentes le habían preguntado por otras personas, unas 15 o 20, y que «la gente en la que estaban más interesados eran Ricky, MicroChip, Baked Alaska, y ciertamente Cernovich».

El mencionado MicroChip es ahora el testigo principal del FBI en el juicio contra Mackey. Los agentes federales se han negado a desvelar su identidad real porque ahora trabaja para ellos, de modo que hacerla pública podría poner en peligro su colaboración en otros casos. El propio MicroChip se identificó en una entrevista de 2017 como un desarrollador de software para móviles de treinta y pocos asentado en Utah, y reconoció ser el organizador de los grupos de mensajes privados entre cuentas afines en los que se organizó la difusión de memes objeto del juicio contra Mackey. 

Luke O’Brien, el periodista que cubrió la historia para el Huffington Post, confirmó el pasado viernes que MicroChip era su fuente antes y después de convertirse en informante del FBI, y que le había confirmado que el exoficial de inteligencia de la Marina y director de la organización Ciudadanos por Trump Jack Posobiec era otro de los miembros de los grupos de mensajes privados de Twitter junto a Mackey y a él mismo, y que habían estado colaborando al menos desde 2016 para impulsar una serie operaciones de influencia política, entre otras la conocida como Pizzagate. «Somos mejores amigos», recuerda que le dijo MicroChip de Posobiec en 2020.

Los aspectos legales

En su detallada revisión del caso, Eugene Volokh, profesor de Derecho especializado en la Primera Enmienda, concluye que no hay base para condenar a Mackey, y no por la protección de la libertad de expresión garantizada por la Primera Enmienda, extremo que ya fue desestimado en el recurso presentado por la defensa de Mackey y que Volokh examina también en detalle, sino porque la conducta de Mackey difícilmente puede englobarse en el tipo descrito por la norma, que se redactó hace unos 100 años pensando en organizaciones del tipo Ku Klux Klan y las intimidaciones o coacciones que pudieran llevar a cabo para impedir el libre ejercicio de los derechos constitucionales.

Por eso la norma no se refiere en concreto al sufragio activo, sino que protege el libre ejercicio de cualquier derecho o libertad garantizados por la Constitución. El profesor Volokh no encuentra un buen precedente aplicable a este caso, y considera que fijarlo en estos términos sería muy peligroso, pues abarcaría conductas como por ejemplo los escraches universitarios, que impiden el ejercicio de la libertad de expresión y de la libertad de escucha, ambos protegidos por la Primera Enmienda.

Es decir, que dando por bueno que la libertad de expresión tiene límites y uno de ellos podría ser la mentira o la desinformación sobre unas elecciones, si el gobierno federal considera que debe ser restringido en ese caso, el profesor Volokh considera que debe buscar una norma más clara y concreta, como por ejemplo la prohibición de Misuri de «facilitar a sabiendas información falsa sobre los procedimientos electorales con el fin de impedir que una persona acuda a las urnas». 

Menos clemente con el escrito de la acusación se muestra Andrew C. McCarthy, ex ayudante del Fiscal en el distrito Sur de Nueva York, que considera falaz hablar de robo del «voto» y descubre en la propia argumentación de la acusación un alegato de inocencia conforme a la norma invocada, pues en ningún sitio se alega que Mackey haya coaccionado a nadie para impedir el ejercicio de un derecho reconocido por la Constitución.

Por otra parte, advierte también del peligroso precedente que sentaría permitir que el gobierno utilizara la ley penal para regular el discurso político. Por eso, concluye, «los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley y los reguladores deben impedir la intimidación de los votantes. Es su deber según la ley de derechos civiles. Pero no tienen por qué vigilar el discurso político, por falso que sea. Para eso no está el derecho penal; véase la Primera Enmienda.»

Línea temporal del caso

¿Hay algo que se nos escape en este caso?

Muchas cosas, en realidad; algunas de ellas esenciales, de modo que examinando con calma el escrito de acusación, vamos a tratar de ir identificándolas. A saber:

El grado de impacto electoral

En pocas palabras, todo el juicio gira sobre una persona que abre su cuenta de Twitter bajo el nombre de Ricky Vaughn en 2014, consigue una cierta audiencia entre personas afines políticamente, entra en contacto con algunos de ellos y comienzan a coordinarse para favorecer a su candidato a presidente hasta que, poco antes de las elecciones de 2016, se involucra en una serie de actividades de propaganda política, incluidas algunas que caen dentro de la sátira o el troleo, y que ahora la fiscalía considera constitutivas de un delito de conspiración para privar del derecho al voto, penado hasta con 10 años de cárcel.

Pero esa primera cuenta, que es la que llegó a tener 58.000 seguidores, no fue con la que publicó los memes que lo han llevado a juicio porque fue suspendida por Twitter el 5 de octubre de 2016, un mes antes de publicarlos.

Observando con detalle el escrito definitivo de la acusación, descubrimos que en el momento de cometer el delito que se le imputa, Mackey tenía unos 9.000 seguidores en su segunda cuenta, abierta menos de un mes antes, el 8 de octubre de 2016, y que de los dos memes que tuitea desde ella (el tercero es un retuit de otro tuitero), el primero obtiene 175 retuits y 165 «me gustas», y el segundo 23 y 19, respectivamente, un saldo escueto para producir un gran impacto.

Podría argumentarse que el nivel de difusión no es relevante para la comisión del delito, y en parte puede que así sea, pero entonces ¿por qué resaltar la cifra máxima de seguidores que llegó a tener como se hace en el primer informe de la agente del FBI sobre Mackey, cuando no los tenía al supuestamente cometerlo? Entre eso y el estudio del MIT que habla de la importancia de su influencia electoral, se da a entender un impacto que está muy lejos de la realidad, y ese impacto se enfatiza también en los artículos de prensa sobre el caso, especialmente el del Huffington Post, del que toda la investigación del FBI parece partir.

La propia acusación cuantifica el efecto de esos memes: 4.900 personas enviaron el mensaje HILLARY o similar al falso teléfono indicado, muchas de ellas en el distrito este de Nueva York, foro en el que se celebra el juicio. Pero falta un dato importante para dar contexto completo a esa cifra: ¿cuáles fueron los resultados electorales en Nueva York? Ganó Hillary Clinton por 1.736.590 votos.

No se indica cuántas de esas casi cinco mil personas personas votaron también o no, su afiliación política si la tuvieran o si existían otros memes indicando el mismo teléfono y publicitándose por otras vías. La acusación sí constata que la mayoría de mensajes se enviaron casi inmediatamente después de que Mackey publicase los memes.

El grado de implicación de los agentes federales

El contexto de las elecciones de 2016 es relevante. Marcadas por la desinformación sobre una supuesta colusión rusa de la campaña electoral de Trump para sabotear la campaña de Hillary Clinton, hoy sabemos que fue el Partido Demócrata el que se valió de un subterfugio legal para espiar al equipo de Campaña de Donald Trump. El FBI, en todo ese proceso, no queda en muy buen lugar.

Gracias al juicio contra Mackey hemos conocido que uno de los miembros más destacados de la alt-right, MicroChip, tan relevante o más que el propio Ricky Vaughn, situado desde el principio en el núcleo de los seguidores más influyentes de Donald Trump en redes, y creador de varios de los grupos de mensajes privados de apoyo al entonces candidato, trabaja desde hace años con el FBI. Además, sabemos que esta misma persona fue entrevistada en 2017 por el periodista del Huffington Post que lleva siguiendo esta historia desde el principio, y que es su principal fuente. El último dato desvelado es que es también el testigo estrella de la acusación. Tanto, que se ha decidido preservar su identidad para que pueda seguir prestando sus servicios para el FBI en otros casos.

Del escrito de acusación de acusación se desprende que el FBI no intervino hasta dos años después de publicados los memes, cuando Nehlen y Cantwell revelaron la identidad real de Mackey, o bien hasta que la publicó el Huffington Post, poco después. Y por otra parte sabemos que uno de los dos que la revelaron, Chris Cantwell, por entonces y al menos desde 2017 trabajaba también con los federales, según reconoce él mismo.

De modo que cabe preguntarse lo siguiente: ¿desde cuando tenía el FBI informantes dentro de los grupos de mensajes privados de apoyo en Twitter a Trump a lo largo del año electoral? 

El FBI, a la hora de explicar su relación con MicroChip, por ejemplo, no ha dejado claro en qué momento empezó a colaborar con ellos, pero sí han declarado expresamente que no estaba colaborando con el gobierno en ningún punto anterior o durante 2016. Al menos no MicroChip.

Gracias a las publicaciones luego de que Elon Musk adquiriese la plataforma sabemos que las relaciones entre los antiguos gestores de Twitter y diversas agencias del Gobierno, incluyendo el FBI y los servicios de inteligencia, eran muy estrechas, y se centraban en la censura y monitorización de los mensajes de propaganda política, con un equipo federal de monitorización de redes que llegó a tener 80 miembros, y reuniones semanales del responsable de seguridad de Twitter, Yoel Roth, con el FBI. 

Dado que toda la información que recoge el escrito de acusación era y a conocida o accesible para el FBI desde al menos 2017, si no antes, ¿por qué pasan más de cuatro años desde la publicación de los memes hasta la detención de Mackey? ¿Qué investigación justifica cuatro años de retraso en la persecución de este posible delito?

El daño causado

Los tuits de Mackey que contenían los memes objeto de juicio fueron reportados inmediatamente a Twitter por un profesor universitario de Física llamado Robert McNees, que se quejaba en su tuit de que Twitter parecía darlos por buenos; sin embargo, al día siguiente confirmó que Twitter había respondido y los había borrado de su plataforma, después de que Jack Dorsey en persona le confirmara que estaba resuelto y le diera las gracias por avisar.

Para entonces, el equipo de campaña de Hillary Clinton ya se había adueñado del teléfono falso que se mostraba en los memes, y cualquiera que mandase un texto a ese número recibía de vuelta un mensaje indicándole que «El anuncio que ha visto no ha sido aprobado por Hillary For America en modo alguno», así como instrucciones sobre cómo inscribirse en la verdadera lista de apoyo a la candidata demócrata.

Por otra parte, la publicidad que se dio a este supuesto engaño fue inmediata y de alto nivel. Entre el día siguiente a la publicación de los memes y el día de las elecciones se publicaron una batería de artículos en infinidad de medios advirtiendo del engaño, como por ejemplo en CNN, Washington Post, NYMag, NBC, Wired, Forbes, Fortune, USA Today, Buzzfeed, o attn.

Es difícil imaginar mayor impacto en medios de un supuesto engaño a votantes demócratas con dos memes publicados desde una cuenta con la imagen de portada de Charlie Sheen con una gorra de apoyo a Trump y unos 9.000 seguidores que en total no llegaron a tener ni 200 retuits. 

El agravio comparativo

No es sólo que las parodias y las bromas pesadas cambiando de día las elecciones o aludiendo a sistemas peregrinos de voto sean habituales un en medio como Twitter. Es que lo siguieron siendo después de suspender la cuenta de Mackey. Así, por ejemplo, tenemos este tuit invitando a hacer exactamente lo mismo que el meme de Mackey, sólo que en vídeo y dirigido a los votantes de Trump. Se publicó el mismo día de las elecciones y no sólo no ha sido objeto de denuncia, sino que a al escribir estas líneas seguía publicado y con la cuenta de Twitter intacta.

El mensaje

La precampaña de Donald Trump para las elecciones de 2024 ha empezado hace poco a calentar motores de cara a las primarias del Partido Republicano, y por el momento la cuenta de Twitter del expresidente sigue suspendida, después de haber sido, usando el mismo informe del MIT referido en el escrito de la acusación, el político con más influencia electoral en redes.

Este es el momento exacto en el que las redes sociales van a empezar a moverse con partidarios de uno u otro candidato en ambos partidos, y el ejemplo de lo ocurrido con Mackey hasta ahora, con independencia del resultado del juicio, ya sería de por sí suficientemente aterrador como para disuadir a cualquier partidario de Trump de acercarse a cualquier plataforma o intercambiar mensajes privados con cualquier persona fuera de su círculo más íntimo.

Si a ello sumamos las entre 700 y 1.200 detenciones nuevas anunciadas por el Fiscal en el caso de los disturbios del 6 de enero en el Capitolio, que se sumarán a las más de mil ya practicadas, con varios detenidos sometidos al mismo régimen jurídico que los terroristas del 11-S, como denuncia el premio Pulitzer Chris Hedges en un reportaje reciente

Si tenemos en cuenta que entre los detenidos por esos disturbios se encuentran varios miembros de los Proud Boys, otro grupo favorable a Trump en el radar del FBI, que ya sabemos que llegó a tener hasta 8 informantes federales dentro, incluyendo su líder Enrique Tarrio, y ahora también otra informante más infiltrada en su defensa jurídica. 

Por último, el pasado viernes se anunció que un gran jurado ha decidido procesar a Trump, y se espera su detención en los próximos días, lo que le convertirá en el primer expresidente de la historia de EE. UU. en enfrentarse a una investigación criminal.

Sabiendo todas estas cosas, ¿quién en su sano juicio se acercaría a cualquier reunión que pudiera identificarle como partidario del expresidente?

El factor ideológico

Como recuerda Pedro Gonzalez en su reportaje de 2021 sobre el caso, tanto el escrito de la acusación como muy especialmente las referencias en prensa insisten en poner el énfasis en la ideología cierta o atribuida a Mackey. No hay artículo que no mencione el antisemitismo, el extremismo, el nacionalismo blanco, los neonazis, supremacistas, racistas o fascistas con los que se relaciona o identifica al propio Mackey.

Sin embargo, por muy desagradable que todos esos elementos puedan pintar a Mackey a los ojos del público, ninguna de ellas es objeto del juicio que recién ha comenzado y los detalles del caso en sí suelen pasarse, como he intentado mostrar aquí, por alto.

El estado las libertades en el seno de las democracias

El caso de Mackey sintetiza como pocos la situación actual de la democracia, por así llamarla, no sólo en América. Ser partidario de determinadas opciones políticas es una opción cada vez más arriesgada entre las denominadas democracias liberales. 

En Canadá vimos hace poco lo ocurrido con los camioneros que osaron desafiar las medidas que su Gobierno adoptó amparándose en la pandemia, y que ponían en grave riesgo el modo en que se ganaban la vida: se congelaron las cuentas corrientes no sólo de participantes en esas protestas, sino también de cualquiera que les hubiera prestado apoyo o hubiera donado dinero a su causa; medidas, entre otras muchas, ahora condenadas por la justicia, como el caso de Ottawa

En Brasil, hasta hace poco había campos de internamiento para los participantes en las protestas posteriores a la elección presidencial de Lula, de los cuales casi mil siguen detenidos, y, aunque en un sentido distinto, Nayib Bukele, presidente de Panamá, va camino de ingresar en prisión al mayor número de reos de la historia de su país, con casi 63.000 el primer año. 

Cada vez resulta más atractivo para la hacienda y la tranquilidad apostar políticamente a caballo ganador, y más temerario exponerse a quedar en minoría, especialmente si se trata de una muy reducida. La seguridad jurídica es otro de tantos bienes muy mal repartidos.

No podemos estar seguros de que el caso de Mackey sea un aviso a navegantes para cualquier partidario particular de Trump en redes sociales, pero sí de que, si alguien hubiera querido que lo fuese, no podía haberlo diseñado mejor. 

El juicio tenía que haber comenzado el día 16 de marzo, pero se retrasó una semana porque un testigo de la defensa, el profesor asociado de Ciencias Políticas de la Universidad de Alabama George Hawley, ha pedido retirar su nombre del caso después de que Luke O’Brien, el mismo periodista que desveló la identidad de Mackey en 2018 en el Huffington Post, intimidase a Hawley preguntándole si la universidad estaba al tanto del testimonio que iba a prestar en el caso. El abogado de Mackey, Andrew Frisch, ha denunciado que el artículo, que todavía está por publicarse, «denigraba injustamente» a Hawley y se basa parcialmente en los «correos electrónicos privados» del profesor. 

El primer día del juicio, el juez hizo salir al jurado durante cinco minutos para llamar la atención a ese mismo periodista por los gestos que estaba haciendo a los testigos del caso. Le advirtió que dejara de ponerles caras a los testigos y que debía sentarse recto, o de lo contrario a la próxima sería expulsado. 

El NYT dice cuenta que «Los partidarios de Mackey se han referido a él en las redes sociales como un “mártir de los memes» y han difundido un meme en el que aparece con un sombrero rojo de la MAGA y acompañado del hashtag «#FreeRicky»».

Mártir de los memes, se entiende, como alternativa a la descripción que llevan pintando de él en prensa desde su exposición pública en 2018: un peligroso ultraderechista en la cúspide de una organización de supremacistas blancos dedicada a la manipulación electoral y la persecución de las minorías, con conexiones con el Kremlin. 

En realidad, bajo la etiqueta #FreeRicky encontramos varias referencias a un cantante de K-Pop y como mucho una docena de referencias de apoyo Douglass Mackey. El mundo en vilo a la espera de las represalias de la ultraderecha supremacista.

Curtis Yarvin, que ha padecido y padece en sus propias carnes un proceso similar en prensa desde que empezase a publicar en su blog bajo el seudónimo Mencius Moldbug, en estas mismas páginas ha definido «la catedral» como la suma del periodismo y la academia. 

Es un concepto que permite además desdibujar la línea de separación entre el gobierno y otras formas de poder que dependen de él. Así, el periodismo sería su departamento de comunicación, y la academia su departamento de recursos humanos, respectivamente, todo ello formando un bloque uniforme que se opone al disidente como un todo al mando del aparato estatal.

Enfrente, la soledad y el desamparo de cualquier individuo que se ponga en el camino de ese poder colosal. 

Pocos casos ilustran mejor la colaboración entre los diversos departamentos públicos y privados del poder que la exposición pública, investigación, detención y posterior procesamiento de Douglass Mackey, un joven que más allá de todas sus características personales cometió el error de no haber elegido bien «el lado correcto de la historia».

En palabras de dos de los catedralicios periodistas que han estado siguiendo el juicio durante la semana pasada:

«El castigo que [Mackey] se ha infligido a sí mismo convirtiéndose en un bicho raro de las grandes ligas de nuestro espectáculo de bichos raros políticos es algo que no me gustaría experimentar ni en un millón de años. Sólo tenemos una vida y pasa muy deprisa. Mackey básicamente se ha prestado a ser como una bolsa de sangre para Peter Thiel o algún otro multimillonario. Acabará destruido mental y físicamente por nada más que un poco de dopamina. […] Mi consejo para la gente como Mackey que todavía no ha destruido totalmente su vida es que por favor miren a este hombre. Miren a Mackey físicamente. Mírenlo durante su juicio. Observen esos ojos huecos. Luego borren sus cuentas (de Twitter) mientras tengan la oportunidad.»

«Será interesante ver este juicio. Pero seamos claros: Mackey ya habrá perdido la partida en la medida en que el mundo recuerde quién es y lo que hizo.»

Y de eso ya se ocuparán ellos, entre otros tantos, respaldados por una gigantesca maquinaria pública y privada que es capaz de destrozar la vida del señalado con independencia de su culpabilidad. Si esto no es un aviso a navegantes, se le parece mucho.

De formación abogado y economista. Ha conciliado diversas actividades empresariales con la traducción de autores como Ayn Rand, Frédéric Bastiat o Alexis de Tocqueville.

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