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Un brindis a la paternidad

Al escribir este artículo me invade un sentimiento de nostalgia y es que, tristemente, hoy en día nos sentimos en la obligación de preguntar qué entiende cada uno por familia. Una pregunta que no resulta insignificante ya que, tal y como publican diferentes medios, en España hay hoy en día más hogares habitados por animales de compañía que por niños menores de quince años. La cifra es escalofriante: 15 millones de animales de compañía frente a 6,6 millones de niños menores de 15 años, según afirma La Vanguardia. Qué decir de la tasa de nupcialidad y natalidad: la primera se situaba en un 1,90% en 2020, la más baja desde el año 1960, y la segunda en un 7,19%, el peor dato desde el mismo año.

El devenir de la familia a lo largo de los últimos años, esencialmente en España, parece indicar que nos encontramos ante un escenario global en el que se pretende su destrucción

Estos datos ponen de manifiesto que el devenir de la familia a lo largo de los últimos años, esencialmente en España, pero también prácticamente en todo Occidente, parece indicar que nos encontramos ante un escenario global en el que se pretende su destrucción.

La reducción de la natalidad, del número de matrimonios, y la sustitución de animales de compañía por hijos es una de las maneras de lograr este objetivo. Sin embargo, no es el único. Otra de gran importancia, y ante la que queremos detenernos, es la desvalorización de la figura del padre. No podemos obviar que la destrucción de la familia y la condena al ostracismo de la paternidad guardan también una íntima relación con el proceso de secularización en todo el mundo. Sin embargo, la afirmación de que «no hay paternidad sin familia» cobra especial importancia hoy en día. 

La destrucción de la familia y la condena al ostracismo de la paternidad guardan también una íntima relación con el proceso de secularización en todo el mundo

En este campo, las casualidades no existen, y a quien así lo siga creyendo, le animo a que se desengañe. Todo forma parte de un plan que viene gestándose durante años y frente al que hemos optado por mantenernos al margen. Quizás, cuando todo comenzó, nadie imaginó que aquellas ideas macabras acabarían adquiriendo el calado que hoy han logrado, pero ello no nos hace menos culpables. 

La irrupción de los feminismos de segunda y tercera ola, así como la ideología de género, tienen la imposible pretensión de cambiar la naturaleza humana, sus raíces y su identidad. Uno de sus postulados es que la familia es una fuente de desigualdad y que, cuando la mujer se emancipe del hombre -esto también está íntimamente ligado con la maternidad- será libre y plena. ¿Acaso hay mayor libertad que la decisión de amar a tu mujer o a tu marido, libremente elegido, y sustentada por la forma de amor más libre y sincera como es el amor que caracteriza a la familia?

Sin embargo, e insistiendo en la concienzuda deriva adoptada por nuestra sociedad, con la permeación social de estas corrientes ideológicas la figura del padre está experimentando un vasto cuestionamiento sociopolítico. La realidad es que, al hombre, en relación con la paternidad, no se le da la importancia que verdaderamente tiene, privándolo de su lugar dentro de la familia y la sociedad, relegándolo a un segundo plano, haciendo hincapié en que estorba.

Pese a todos los ataques e intentos de destruir al padre y, por ende, a la familia, no debemos perecer. Debemos librar una batalla incansable por la recuperación de la figura paterna, tal y como se la ha entendido tradicionalmente. Como bien dice Fabrice Hadjadj, «para ser padre hace falta una mujer. Pero no se debe tomar mujer para ser padre. En ese caso sería una mujer objeto». Esto se puede trasladar también a la mujer. Para ser madre se necesita un padre, no basta solo con un deseo egoísta de ser una madre por medio técnicas de fecundación asistida, respondiendo únicamente a la creencia alineada de que el hombre es malo y que la oprime. La paternidad y la maternidad deben ser fruto del amor, unión y comunión de un hombre con una mujer. Así lo concibió Dios y así deberíamos entenderlo nosotros. 

Es una urgencia espiritual, moral e histórica acabar con el empeño dialéctico de un enfrentamiento entre hombres y mujeres. Ambos desempeñan un papel esencial, insustituible y complementario en la familia

Si San José, a quien Dios le dio el don y el privilegio de ser el padre en la tierra de su Hijo, ha sido capaz de transmitirnos esperanza y luz en lo que a la paternidad se refiere, no debemos ser nosotros quienes cedamos a los dogmas burdos de quienes quieren acabar con la familia, la maternidad y la paternidad.

Es una urgencia espiritual y moral, pero también histórica, acabar con el empeño dialéctico de un enfrentamiento entre hombres y mujeres. Ambos desempeñan un papel esencial, insustituible y complementario en la familia y en la sociedad. No hay sociedad sin familias; no hay familias sin paternidad y maternidad; y no hay paternidad y maternidad sin hijos. 

Como afirmó Charles Péguy «los hombres casados, los padres de familia, son los grandes aventureros del mundo moderno».

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