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Una mujer libre

Hace ya un tiempo, Luis Alberto de Cuenca confesaba a Javier Aznar (quien fuera El Guardián de las columnas de Elle) cuál era su idea de felicidad perfecta: «Una mujer, unos hijos, una biblioteca». Aquella respuesta sorprendió gratamente a muchos, pero también decepcionó a otros tantos; me consta. Hubo quien pensó en familias heteronormativas, patriarcales, tradicionales, casposas, carcas o como se llamen. Vidas más bien alejadas de esa felicidad perfecta; vidas poco atractivas y nada deseables; sobre todo, para las mujeres. Remitían a unos tiempos en los que ellas eran menos libres que hoy. La biblioteca y los niños llevaban casi inmediatamente a la imagen de un señoro que pasaba horas y horas entretenido con sus papeles, sus libros y su trabajo, mientras su dulce esposa le esperaba en el hogar, con la cría de la prole como única ocupación de su existencia.

La mudanza de la tiranía material a la de la identidad tiene en España su mejor ejemplo en las campañas de Montero y compañía

Meses antes de la entrevista, el Ministerio de Igualdad calentaba la funesta manifestación feminista del 8 de marzo de 2020 con el lema «Sola y borracha quiero llegar a casa». He aquí otro ideal de felicidad verdadera. Mucho más asequible, por cierto. Las copas son más baratas que muchos libros y, para el caso, uno ya es multitud y el resto sobran. Sí que incluye una casa, es cierto, pero sin concretar demasiado qué quiere decir: si un techo, un piso compartido o un hogar. En definitiva, la plenitud se encuentra más en uno solo que en las relaciones personales o en las posesiones. Chimpún.

Si de algo peca el «sola y borracha», no es tanto de lucha de clases cuanto de liberalismo

Se puede contraponer el ideal luisalbertiano con cierta histeria obsesiva que ni siquiera necesita caricaturas para que de Cuenca y su visión (¿tradicional?) «ganen». No es raro que el amor atraiga más que el odio. Uno puede bregar extramuros, y mucho, pero desea poder bajar la guardia entre los suyos al menos un momento. Mas la lucha de clases poco descansa. La mudanza de la tiranía material a la de la identidad tiene en España su mejor ejemplo en las campañas de Montero y compañía, en sus viajes proselitistas y en su bilis misándrica. El nuevo retrato de Marx es multicolor. Y ese señor tiene muy mala prensa.

Sin embargo, distinta del odio, pero al menos igual de lamentable, es la soledad; de apellido, no deseada. Más peligrosos que los delirios son, sin duda, los mantras acedos y tristones. Y, si de algo peca el «sola y borracha», no es tanto de lucha de clases cuanto de liberalismo. Ese que se ganó una condena papal en tiempos por inventarse cadenas que camuflaban un non serviam como una catedral. Rotas las cadenas del matrimonio, de la familia y del patrimonio, sin amor ni propiedades, la mujer es libre. Con su Whiskas, su satisfyer y su lexatin, como resumió de manera brillante Esperanza Ruiz. Libérrima. 

La realidad se impone y, de momento, los jefes tienen menos cariño a sus empleadas que sus esposos

«El feminismo está mezclado con la idea tan absurda de que la mujer es libre si sirve a su jefe y esclava si ayuda a su marido», que diría Chesterton. En un mundo idealista, los jefes deberían ser ayudados y los maridos, deseosos de ser servidos, y por eso las mujeres saldrían corriendo de casa para no tener que servir, sino ayudar a construir un mundo mejor. No obstante, la realidad se impone y, de momento, los jefes tienen menos cariño a sus empleadas que sus esposos. Pocos cambios ha dado el mundo para la cantidad de entusiastas que se apuntaron al invento. Y pocas mujeres hay verdaderamente libres. Por mucho máster, muchas copas y mucho viaje que gasten. Déjense de sucedáneos. Mientras tanto, los de Cuenca tienen a su mujer, a sus hijos y su biblioteca. Y es probable que sean felices.

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