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Una rara: Hook

Peter Pan nunca usó traje y corbata, no se graduó en la universidad ni, mucho menos, echó su currículum, donde apuntar orgulloso su C2 en inglés y su B1 en francés, en el departamento de recursos humanos de la multinacional de turno. No hizo dietas, no se apuntó al gimnasio como propósito de año nuevo, no negoció una hipoteca ni se mudó a las afueras, no cambió de coche ni siquiera salió los sábados por la mañana a comprar el pan y el periódico. Y es que Peter Pan nunca leyó una columna de opinión, puede que ni siquiera tuviese una opinión propia, no le interesó la deuda nacional, la tasa de paro ni la subida del salario mínimo interprofesional, Peter Pan no votó nunca en unas elecciones generales, sólo faltaría. En lo personal, Peter Pan no se enamoró, no se casó, no tuvo suegros, no tuvo hijos, no tuvo nietos, no dejó, nunca, herederos. La vida de Peter Pan no pasó demasiado deprisa porque, como saben, la vida de Peter Pan no pasó. Peter Pan nunca dijo eso de «a vivir, que son dos días», pues jamás creció y jamás envejeció. Peter Pan existió, existe y existirá siempre joven, en ese día eterno, en esa vida infinita y con todo el tiempo por delante, en ese siempre hoy que es el día a día de un niño. 

Pero aquí tenemos Hook, la película del agudo Steven Spielberg, que transforma la ficción de la historia originalmente escrita por Sir James Matthew Barrie en un relato de la más cruda realidad añadiéndole el factor paso del tiempo a un mundo, el de Nunca Jamás, en el que los relojes o no funcionan o están en la barriga de un cocodrilo. Steven Spielberg les da cuerda, entonces, y nos cuenta la historia de un lugar común para todo el mundo, salvo para Peter Pan: ese que es despertarnos un día con la certeza de que ya no somos jóvenes y de que hemos perdido de vista al niño que una vez fuimos, ese que de mayor sólo quería seguir siendo niño. Porque Hook es la historia del ¿Y si la Wendy del cuento, enamorada, sola y harta del eterno niño Pan, hubiese decidido llevárselo de Nunca Jamás? Una Wendy que fue encendiendo en Peter, poco a poco, la chispa de unas ganas de crecer, de conocer el mundo real, de sentir la felicidad del paso del tiempo, de formar su propia familia y de, llegado el día, dejarlo todo con la satisfacción de haber disfrutado del tiempo dado lo mejor que se ha sabido. Una Wendy que, ya anciana, se da cuenta (como nos damos cuenta nosotros) de que ese Peter Pan que antaño sobrevoló con ella Nunca Jamás, que combatió al Capitán Garfio y compartió aventuras con el gran jefe indio y su hija, la princesa Tigrilla, se ha convertido en el hombre de provecho que rehuyó querer ser: Peter Banning. Y que ahora, con demasiadas cosas que hacer y habiendo olvidado por completo sus orígenes de Niño Perdido, con tan poco tiempo para vivir, muere de éxito mientras deja de apreciar las cosas por las que en su día renunció a la eternidad de su mundo mientras, consecuencia de esa esclavitud hacía el reloj en marcha, se le escapan entre las manos. 

Y Hook, con esa maravillosa nómina de actores (Williams, Hoffman, Roberts, Smith, Hoskins…), nos muestra la innegable realidad de descubrirnos en la piel del Peter que ha olvidado quién fue, del que colgó su ropaje verde de Niño Perdido y su flauta de Pan en un armario, como nosotros una vez guardamos ese peluche que durmió a nuestro lado noche tras noche, para olvidar tiempo después que aquellas ropas y aquellos juguetes existieron. Hasta que un día, fruto de un secuestro pirata a nuestros hijos y una nota de rescate clavada en nuestra puerta, de una mudanza o de una limpieza de desván, los encontramos de nuevo, recordando que en ellos hubo un lugar feliz al que, quizá, nos hace bien volver.  Nunca Jamás se llamaba para Pan, viejo peluche para nosotros. Porque ese encuentro con lo olvidado pincha en el corazón como una piedra en un zapato al hacernos ver que puede que Peter (y nosotros) se haya (nos hayamos) olvidado, pero no todos se han olvidado de Peter (ni de nosotros). Pues los Niños Perdidos siempre necesitarán un líder, los guerreros indios un héroe, las sirenas un amor, Campanilla, un compañero y el Capitán Garfio, claro, un enemigo. Y todos ellos acuden entonces para recordarle a Peter (y recordarnos a todos) que, a pesar de esa miopía que obliga a las gafas, a pesar de ese teléfono que no deja de sonar, a pesar de haber ganado unos cuantos kilos, todavía, y no sin cierta ayuda, es posible el regreso. Y es, entonces, cuando Peter regresa, y regresamos todos.

Pero para regresar y volar hacen falta dos cosas: un pensamiento feliz y polvo de hadas. Y ese lugar feliz Pan/Banning lo encuentra en el darse cuenta de que, sin dejar de ser el niño que en su día fue, puede convertirse en el padre que sus hijos necesitan. En ese hombre que, habiendo pasado por la universidad, habiéndose enamorado y casado, estando interesado en política, leyendo el periódico y las columnas de opinión, yendo al supermercado al salir de la oficina, incumpliendo anualmente sus propósitos de año nuevo y pagando religiosamente la cuota de la hipoteca y la letra del coche, no ha dejado de creer en las hadas y en su polvo. Y, precisamente, por mantener esa creencia, esa fe y esa Fe, reconoce que la felicidad está en acudir a la función de Navidad de su hija pequeña y al partido en el que su hijo anota su primer Home Run o marca su primer gol y en, esa noche, mientras los arropa en la cama y les da el beso de buenas noches, contarles historias de piratas, de sirenas, de indios y de cocodrilos, contagiándoles la ilusión, de forma que en el futuro ellos conserven la creencia y cuenten a sus hijos los cuentos que nos recuerdan quiénes somos.  

Porque Hook nos recuerda, cada vez que la vemos, eso de que lo más importante ha de ser lo más importante cuando nos descubrimos al llegar los títulos de crédito, ciento treinta y siete minutos después, palpándonos la cara con nuestras propias manos, reconociendo al niño que fuimos y diciéndonos un sorprendido: «¡Oh, pero si aún estás ahí!». Un poco como ese «¡Ahí estás, Peter!» que exclama el Niño Perdido de la película al reconocer en la estirada cara del viejo Peter Banning al Peter Pan que un día fue.  

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