«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Georges Karolyi: «Hungría no se ha convertido en una dictadura»

Hungría

Según el embajador de Hungría en Francia, «el estado de emergencia sanitaria» adoptado por Budapest, que suscita muchas críticas, es comparable a las medidas de excepción adoptadas por la mayoría de los gobiernos europeos para contener la propagación del virus.

Hay algo que es a la vez incomprensible e indecente en el trato que la opinión pública -salvo raras excepciones- reserva a Hungría desde el inicio de la aparición del coronavirus.

Incomprensible porque parece imposible frenar el avance de la convicción según la cual, las medidas adoptadas por Hungría -siguiendo el ejemplo de la cuasi totalidad de los Estados miembros de la Unión Europea- para luchar contra la pandemia constituirían la peor amenaza del momento, no sólo para la democracia, sino también para Europa y el mundo entero. Parece un sueño.

Por mucho que el gobierno húngaro y sus representantes se desgañiten explicando que no es así, que las medidas tomadas no dan «poderes plenos e ilimitados» (sic) al gobierno; que el Parlamento no sólo no se ha disuelto, sino que sigue reuniéndose, debatiendo y controlando, y que es sólo él y nada más que él el que puede poner fin al estado de emergencia; que las próximas elecciones legislativas no se han anulado; que el Tribunal Constitucional sigue funcionando; que los periodistas críticos con el gobierno no están en la cárcel (si fuera verdad, no quedarían muchos en libertad); que no se ha violado ninguna medida legal comunitaria, da igual. Que se sepa que Hungría se ha convertido en una dictadura y, sobre todo, que no se nos ocurra criticarla. Que en Hungría haya enfermos y muertos a causa del Covid-19 es algo que no parece ser del interés de los defensores de la democracia.

Una obstinación como esta es asombrosa. Tenemos que vérnoslas con sordos y ciegos a los que no es políticamente correcto querer sacar del error. Es la razón por la que esta sordera y esta ceguera se difunden con tanta capilaridad. Da igual que sea a causa de los «calumniadores primarios» que saben perfectamente lo que están haciendo, o de la amplia cohorte de «seguidores» que, por psitacismo, creen que hacen bien al copiar-pegar lo que escuchan de los primeros sin tener el tiempo ni las ganas de verificarlo. Haciendo un gran esfuerzo de buena voluntad se podría excusar a los últimos, a pesar de que, objetivamente, contribuyen a la propagación de la desinformación. Es más difícil excusar a los primeros, lo que no pueden no saber, en su fuero interno, que lo que afirman es, en el peor de los casos, falso; y, en el mejor, una deformación deliberada. Su responsabilidad moral es absoluta.

Todo esto es efectivamente incomprensible, salvo que se considere que la defensa de la democracia pasa por la manipulación de la información y el juicio de intenciones.

Y también es indecente. Porque, ¿de qué estamos hablando? De la protección contra un virus sobre el cual, según se ha reconocido de manera unánime, nadie sabe nada y ante el cual todo el mundo da palos de ciego, intentando tomar las medidas que cada uno cree apropiadas en función de la comunidad nacional de la que es responsable y de la evolución de la pandemia en su territorio. ¿Y a qué se están dedicando muchos? ¿A pronunciar una sola palabra de compasión por los húngaros enfermos y muertos? No he oído una sola de estas palabras. Y, en su lugar, alimentan la psicosis de un intolerable como imaginario ataque a la democracia. Este debate será la vergüenza de todos los que se han entregado a él.

¿Acaso el personal sanitario y los médicos franceses que están en los hospitales se pasan el día elucubrando sobre la democracia? No. Llevan a cabo su deber, y mucho más. Están centradísimos en su trabajo, 24 horas sobre 24, que realizan en condiciones increíblemente difíciles y por ello los admiramos. Es la razón por la que los aplaudimos todas las noches. Por desgracia, su profesionalidad y su dedicación no han podido evitar que Francia tenga, en el momento en que escribo esto, 25.000 muertos. Y, también en el momento en el que escribo esto, el número de fallecimientos en Hungría es 70 veces inferior al de Francia. ¿Tendremos un día el valor de aplaudir a Hungría?

 

Publicado por Georges Karolyimis, embajador de Hungría en Francia, en Le Figaro.

Traducción de Verbum Caro para La Gaceta.

TEMAS |
+ en
.
Fondo newsletter