«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Rajoy, fiel a sus principios

Los votantes del Partido Popular no deberían extrañarse del pacto del Gobierno con el PNV, un partido que horas antes acordaba con Bildu conceder la nacionalidad vasca en el nuevo Estatuto.


Por todos es sabido el amor que Mariano Rajoy profesa por el fútbol. Merengue de corazón, el presidente del Gobierno ha hecho suya una máxima de uno de los grandes ídolos de la hinchada colchonera: Luis Aragonés. El ‘sabio de Hortaleza’ popularizó la frase «ganar, ganar y volver a ganar». 10 años después, el popular ha llevado estas palabras un paso más allá y las ha adaptado al lenguaje político: ceder, ceder y volver a ceder.
Desde que venció en las elecciones de 2011, Rajoy ha centrado sus esfuerzos en contentar a sus rivales políticos y, más que el presidente de todos, se podría decir que ha sido el de los otros. Todas las medidas tomadas desde el Gobierno han ido en dirección contraria a su programa electoral y nada queda en el número 13 de la Calle Génova de aquel partido que decía defender la vida, la familia o a las víctimas del terrorismo.
Los votantes del Partido Popular no deberían extrañarse del pacto con el PNV, un partido que horas antes había acordado con Bildu conceder la nacionalidad vasca en el nuevo Estatuto para sacar adelante los Presupuestos. Como el persa Darío III en la batalla de Gaugamela, el presidente hace tiempo que se despreocupó de su peligroso legado y su único objetivo es llegar al final de la legislatura con vida política. El problema para España es que al otro lado no está una suerte de Alejandro Magno moderno, sino una generación de políticos incapaz de acometer los desafíos que deberá enfrentar el país en la próxima década.

El Gobierno logra aprobar los Presupuestos con el apoyo del PNV


El intento de golpe de Estado en Cataluña parecía haber hecho reaccionar al Gobierno, pero nada más lejos de la realidad. La aplicación del artículo 155 ha sido tibia, las terminales mediáticas con TV3 a la cabeza continúan vomitando su odio contra los españoles y al frente de la Generalitat se encuentra un líder supremacista dispuesto a llevar los delirios de Carles Puigdemont hasta las últimas consecuencias.
El efecto contagio ha llegado al País Vasco, donde las últimas generaciones de nacionalistas se conformaban con un jugoso trozo del pastel presupuestario para calmar sus ansias de independencia. Hasta ahora. El PNV poco a poco ha levantado la voz sobre la necesidad de un autogobierno para la región e Íñigo Urkullu, empujado por la precipitación electoral y los abertzales de Bildu, ha aprobado el Preámbulo de un nuevo Estatuto en el que se recoge el mal llamado derecho a decidir, se aboga por una relación bilateral y confederal con el Estado y se aprueba dar a los ciudadanos la nacionalidad vasca.
La ponencia también recoge que el “pueblo vasco es una nación” y que “Euskal Herria es un pueblo con identidad propia” que está “asentado geográficamente sobre siete territorios políticamente articulados en dos Estados, el español y el francés”.
Una propuesta que en todos los países de nuestro entorno habría generado una rápida respuesta del Gobierno de turno. Salvo en España, claro. Antes que plantarse frente a los nacionalistas, Rajoy ha optado por utilizar a sus diputados para garantizar la estabilidad de su Ejecutivo.

Urkullu pacta con Bildu dar la nacionalidad vasca en el nuevo Estatuto


La leyenda dice que el procónsul Quinto Servilio Cepión despachó a los hispanos asesinos de Viriato con el célebre «Roma no paga a traidores». Aunque no hay constancia de que esta frase fuera cierta -las fuentes clásicas no hacen mención alguna-, sirve para ilustrar el futuro electoral que le espera a Rajoy y a su Partido Popular.
Roma no paga a traidores y los españoles, tampoco.

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