Cuando miras despacio
Opinión
Leo estos días ‘La enfermedad’, de Alberto Barrera Tyszka. A través de diferentes historias, tiernas, divertidas, trágicas, nos llega irremediablemente una existencia que debemos asumir con todos sus goces pero entendiendo también su fragilidad. Un emocionante libro, un viaje por la enfermedad a la que entrega un poder literario al considerarla lo que verdaderamente es: “El síntoma último de la vida”.
Precisamente, esta semana, la Residencia de Estudiantes acogió una nueva conferencia sobre Literatura y Enfermedad organizada por la Fundación de Ciencias de la Salud. Ahora que parece nos movemos a golpe de trivialidad, la mirada del poeta Eloy Sánchez Rosillo fue todo un recorrido conmovedor por diferentes enfermedades físicas y del alma y descubrir que, incluso, la mera condición de poeta es vista, a veces, como grave dolencia. Conscientes como Michel de Montaigne de que, “estamos hechos para debilitarnos, para caer enfermos, a pesar de todas las medicinas” nos acercamos a la enfermedad con otra mirada, a esas dolencias que condicionaron a muchos poetas su voluntad creadora como Rilke, Lord Byron o, aunque sólo sea por su afición a los sanatorios, Juan Ramón Jiménez. Y en esta galería maravillosa llegamos a unas líneas del Quijote, el gran lúcido de los ‘locos’, cuando Cervantes hace sospechar a su sobrina, algo temerosa de su locura, que si su tío lograse sanar de su enfermedad caballeresca “cayese en algo peor, hacerse poeta que es, según dicen, enfermedad incurable y pegadiza”.
Mirar despacio
Bajo el título ‘Cuando miras despacio’ nos convocó Sánchez Rosillo: “El poeta más que ocuparse en primer lugar de las palabras o el pintor ocuparse de pintar o el músico de pentagramas, el artista es, en general, un hombre de mirada. Tiene que saber mirar. Es fundamental que miremos y despacio”. Acercarse a las cosas sin prisas, “el poeta mira. Deja que las cosas se acerquen o él se acerca a las cosas y entran en él. Entonces, cuando eso sucede, ya no habla por hablar porque son las cosas mismas las que a su manera le hablan”. Lo plasmó a la perfección John Keats: ‘El poeta es aquel que el rugido del tigre le llega articulado’. Ese rugido es un lenguaje en sí mismo. Ese rugido que jamás es el mismo cada día. Te está anunciando y llevando a contar nuevas cosas”. Los versos de Sánchez Rosillo evocan ese secreto itinerario:
“Si te quedas mirando largamente / cualquier cosas del mundo / -un gorrión, una mujer, un árbol, un río, un desengaño , tal poema por el que pasa un río / y una mujer desengañada y sola / y en el que se alza un árbol al que acuden / los gorriones mientras cae la tarde -, /si miras cualquier cosa un largo rato / y dejas que entre en ti , / que te vacíe de tu oscuridad / y que en tu ser halle cobijo y sea, / verás y sentirás que cuando miras / tú eres mundo también…”
La convalecencia
Ni la salud ni otros posibles estados tienen necesariamente que ver con la creación, “no te garantizan nada. El artista es alguien que se produce, se hace por una serie de circunstancias misteriosas, milagrosas combinaciones impredecibles… Ni la tuberculosis de Keats, ni el asma de Proust, ni la sordera de Beethoven explican la grandeza de esos hombres ¡cuántos otros que en esas circunstancias no han hecho obra notable!”. Estas circunstancias impredecibles que deben reunirse en una persona para llegar a ser un gran creador antes se le llamaba ‘Destino’, que es una palabra hermosísima, y ahora se explica por la genética, por el azar…”.
La convalecencia, ese terreno inquietante y esperanzador cuando empezamos a atisbar que la enfermedad no podrá con nosotros y que, en ocasiones, da la razón a Demócrito, “sólo en estado de delirio se compone la poesía más elevada”, es el momento creativo si el que la padece es artista, “porque la enfermedad nos hace detenernos, todos vamos muy deprisa por la vida y la enfermedad, muy a pesar, nos hace parar, ensimismarnos…”.
Abro de nuevo el libro que mis manos abrieron
El autor de ‘Las cosas como fueron’ continuó desgranando enfermedades de diversa índole que le fueron acercando a la lectura y después a la escritura. “No hay un escritor que no haya sido antes lector y, además, desde su más tierna infancia. Cualquier actividad humana requiere conocer el oficio y para un escritor es fundamental empezar pronto a leer porque uno se hace escritor por emulación, ser como esos escritores que nos han emocionado. La lectura es la primera fase de la escritura”.
Como un inesperado resorte de humor abre con unas anginas muy molestas, “esta enfermedad que parece tan tonta iba metiéndome más en la lectura”. Cuando la lectura prende en uno y se inocula de ese virus es extraño que abandone esa afición: “En cada una de estas crisis las fiebres eran altísimas incluso para llegar a delirios. Aun así, estas fiebres me parecían mucho mejor que ir al colegio. En las convalecencias fui aficionándome a la lectura y también, a veces, a escribir”.
“Abro de nuevo el libro que mis manos abrieron / tantas veces. El paso de los años, / que hacer ver con hastío muchas cosas que otrora / nos retuvieron, no ha podido nunca / apagar en mi pecho la emoción con que siempre / me adentré por sus páginas.”
La muerte del padre
Existen otros tipos de enfermedad que no tienen que ver con el cuerpo sino con el espíritu: “Una enfermedad importantísima que tuvimos que sufrir en mi casa fue la muerte temprana de mi padre (tenía 47 años). Para él no hubo enfermedad porque murió de repente, de un infarto. Pero sí fue una larguísima enfermedad para los habitantes de esa casa, mi madre, hermana, hermano y para mí. Caímos, claro, en un estado del hogar distinto al que teníamos costumbre de habitar”. El niño, por definición, es inmortal, “no conoce el tiempo, la muerte, está en eso que llaman el paraíso de la infancia. A mí aquel hachazo me sacó del paraíso de la niñez, me hizo tomar conciencia de la muerte, de la soledad, antes de lo que me hubiera correspondido”.
“En mitad de la noche me desperté. Y había / mucha luz en la casa. Oí, por el pasillo, / ir y venir de pasos apresurados, voces / tristes que lamentaban no sé qué, y, a lo lejos, /como un lento murmullo acaso de oraciones…”
Adolescencia
Pero la enfermedad a la vez aguda y crónica que padeció porque duró bastantes años fue la adolescencia: “Fueron años terribles. Nada era como yo lo había soñado ni como yo quería. Pensaba que la vida me había engañado, la vida no había merecido la pena, que era cicatera”. El adolescente suele chocar con la realidad y desea que el mundo esté a su servicio constantemente: “El adolescente es arrogante, al menos yo. Contempla como el mundo no se aviene a servir de rodillas y éste entra en una especie de melancolía”.
“Aquellos días febriles y desproporcionados, / cuando el adolescente que yo fui / pisaba el mundo nada coincidía, […] nada estaba en su sitio ni encajaba, no entendía el idioma de las cosas, / no sabía el lenguaje de los hombres… ”
La vocación
De aquel caos que fue la adolescencia vino a salvarme milagrosamente otra enfermedad. Y la llamo enfermedad por la virulencia con que me acometió. Luminoso y salvador fue el descubrimiento de mi vocación poética que me ha hecho, poco a poco, ser el que soy”. Suele recordar que fue súbitamente y febrilmente, “de joven quiere uno hacer las cosas rápidamente. Pasaba días y noches leyendo, tratando de escribir. Quería avanzar en aquello que estaba empezando a hacer. Era una pasión muy exigente, leía y leía a los grandes y quería ser como ellos”.
“En ocasiones, cuando intenta / escribir y resulta vano / el empeño y se desespera / ante el hostil papel en blanco / de pronto ocurre, por sorpresa, / después de mucho, mucho rato / de tentativas, de paciencia / algo que no esperaba, algo / con lo que el cielo recompensa / sus sinsabores: un milagro…”
Y puse yo mis labios / sobre su rostro inmóvil
Y, finalmente, el sufrimiento por el declive, el acabamiento de personas que queremos. Enfermedades de ellos, pero también nuestras y muy dolorosas. Nos muestra el dolor más puro de un hijo ante la pérdida de una madre, “mi madre fue muy longeva, afortunadamente. A posteriori siempre te parece que ha sido su vida un abrir y cerrar de ojos, que ha sido breve su vida cuando la contemplas a distancia. Ahora me parece que su vivir continua y que no ha muerto”.
“Llegué cuando acababa de morir / y era un misterio ver tan de cerca la muerte / en aquel cuerpo amado. / Aún conservaba / el calor de la vida, y puse yo mis labios / sobre su rostro inmóvil. Al besarla, / pude atisbar en ella y escuchar todavía / unas puertas cerrándose, / y un viento que de súbito arrasaba / la casa del amor y no sé qué despojos / de mi niñez remota”
Todo un recorrido poético a través de las redes del padecer para descubrir cuánto le debe la creación artística a la enfermedad caminando entre versos como por inquietantes pasillos de un sanatorio hermoso y fascinante.