'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
El día de la Independencia
Por José Antonio Fúster
2 de diciembre de 2013

El president Mas salió a la plaza de San Jaume y sólo vio caras felices. Casi todo el mundo en la calle bailaba sardanas y sonreía. Los que no bailaban se abrazaban unos a otros o apretaban los puños, se miraban y gritaban de alegría. El president giró la cabeza despacio y miro al balcón del Palau. La señera ondeaba despacio, sola, completamente sola, con un ritmo lento, repetitivo, sola. El president Mas respiró embargado por la emoción mientras una avioneta hacía piruetas y acrobacias sobre el cielo azul de Barcelona arrastrando la bandera barrada. El president levantó la mano y saludó a la gente que bailaba, que se abrazaba, que sonreía, que se besaba… Cientos de palomas alzaron el vuelo asustadas por el repique alegre de las campanas de la Iglesia de los Santos Justo y Pastor. Barcelona era una fiesta. Cataluña era libre. El president escuchó los primeros acordes de la sardana La Santa Espina y movió la cabeza siguiendo el ritmo. Un anciano lloraba de alegría abrazado al retrato en blanco y negro de su mujer muerta. Los niños corrían por la plaza a cámara lenta, jugando con las banderas, riendo, felices, contentos, libres… Justo entonces una mujer joven, bellísima, delgada, con un vestido vaporoso, descalza, el pelo corto y gafas de pasta, se acercó corriendo con los brazos abiertos al president, que escuchó un chasquido y lo vio todo negro antes de que unas letras aparecieran ante sus ojos: “Insert Coin To Continue”. El ex president se quitó el casco de realidad virtual, metió la mano en su bolsillo, sacó unas monedas y soltó un taco en español. Sólo tenía cuatro euros. No le alcanzaba para otra partida de “Independència”, el juego de moda.

El ex president Mas chasqueó la lengua, suspiró, salió a pasitos cortos del salón de maquinitas y se fue a su casa, que ya era tarde y Helena estaría preocupada.

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