El Día de la Tauromaquia
OpiniónEste martes 9 de octubre Valencia se va a convertir en la capital mundial de la tauromaquia. La Fundación Toro de Lidia celebra el Día de la Tauromaquia con un concurso de recortes por la mañana y un festival por la tarde. Parte de los beneficios se van a destinar a la Fundación de Oncohematología Infantil en memoria de Adrián. Allí se van a dar cita grandes toreros de España – están anunciados Enrique Ponce, el Juli, José María Manzanares, Cayetano, Talavante, Román- con toros de Juan Pedro Domecq, Victorino Martín, Núñez del Cuvillo, Daniel Ruiz, Garcigrande y Fuente Ymbro. Casi nada.
Vivimos una época de temor al dolor, el sufrimiento y la muerte. Tratamos de apartar lo que nos desagrada. Que no lo vean los niños. Que no lo piensen los jóvenes. Que no lo recuerden los mayores. No se visitan los cementerios salvo en fechas señaladas. Parece de mal gusto recordar que vivir es, como recordaba el gran Julián Marías, “desvivirse”, es decir, dejarse la vida en un empeño. De esto se trata: vivir supone pagar un precio en miedo, en soledad, en heridas. Podemos negarlo, pero ahí se presenta la condición humana: alguien a quien amamos, fallece, alguien a quien apreciamos, enferma, la injusticia nos golpea de plano. Vivir es encajar trompadas y seguir en pie. En un tiempo de eufemismos, medias verdades y mentiras completas, la tauromaquia nos desafía con su radical autenticidad. Aquí no se esconde nada: el ojo arrancado, la femoral desgarrada, el corazón partido en dos como si fuera un libro. El torero se juega la vida por el arte -la vida, señores, la vida- y eso es algo revolucionario en nuestro tiempo.
Así, la tauromaquia exalta el coraje auténtico y la belleza verdadera. Aquí no hay artificios que valgan. No sirven los trampantojos ni los montajes. En el ruedo, la geometría es despiadada. Unos centímetros separan el pase perfecto de una herida terrible o una muerte espantosa. Se ha de ir a los toros con “una espuerta de cal ya prevenida” -Lorca era un gran taurino- y el corazón dispuesto a contemplar el misterio de una danza irrepetible. En ese juego entre la vida y la muerte, la inteligencia y la fuerza, transcurre nuestra existencia representada en una lucha cósmica. En la plaza, cada tarde, Teseo combate contra el Minotauro. El ingenio y la valentía se enfrentan a la fuerza y la bravura.
Nuestro tiempo disculpa la cobardía y excusa la debilidad. La tauromaquia, en cambio, celebra a quien se atreve a vencer su propio miedo y enfrentarse a un toro por derecho. Todo puede perdonarse, salvo la “espantá” y el cobardeo. Aquí, a la muerte se la espera a porta gayola. Se la llama como citó Belmonte, con la taleguilla abierta, a un becerro después de que hubiesen sonado los tres avisos: “¡mátame, toro, mátame!”. Salvar la vida no es un valor absoluto. No se trata tanto de vivir sino, más bien, de decidir cómo se vive y cómo se muere. Ya lo ha advertido Talavante: “el torero debe ser como un samurái”.
España no ha dado muchos superhéroes de cómic. Seguramente no los necesitamos porque andan por ahí lidiando en los cosos de España e Hispanoamérica, esquivando cornadas y poniendo en pie al público. Llevan así siglos. Vean la gravedad barroca de Manolete con esa cicatriz que le dejó un Saltillo en San Sebastián allá por el verano del 42. Mucho mejor que el antifaz de Batman, que es de un tipo que se esconde, es el parche de Padilla, un hombre que da la cara y se la juega. Batman tiene un foco que se proyecta contra el cielo nocturno y una capa negra, pero Padilla tiene un traje de luces y una bandera de España, que vale mucho más que cualquier reflector. Dónde va a parar.
Es mentira que la fiesta esté en crisis. Centenares de miles de personas acuden cada temporada a las plazas de toda España. Hay ganaderías que siguen conservando los encastes. El toro bravo sigue vivo. Hay matadores extraordinarios que siguen haciendo faenas memorables. Miles de jóvenes -chicos y chicas- se organizan en asociaciones taurinas. Por supuesto que hay que hacer cambios para potenciar la fiesta -hay que ordenar el sector, unificar normativas, quizás reducir el peso de los toros- pero sigue siendo sobrecogedora y magnífica en su belleza, su color y su autenticidad inquebrantable.
Así que el martes saquen a pasear su orgullo taurino y, si andan por Valencia, vayan a esta corrida que promete ser inolvidable. Feliz Día de la Tauromaquia.